La publicación de los chats que evidencian la conexión entre jueces, empresarios -terratenientes y mediáticos-, periodistas y políticos y su conexión directa con la condena a CFK pone una pregunta urgente: ¿Qué fuerza hay para contrarrestar semejante explicitación del poder? ¿Qué hacemos después de escuchar su lenguaje canchero, racista y patriarcal en el que ordenan facturas truchas y “limpiar un mapuche”? Ya el hecho de repetir estas frases puede tener el efecto de banalizarlas, de asentar su modo fascista de infiltrar la lengua, la política, los afectos. De insensibilizarnos porque parece correrse el límite de lo decible y lo posible, pero ese límite lo corre el poder. El mapa está a la vista y con pruebas. 

Hay algo así como el fin de los diagnósticos en esta explicitación: la red de complicidades, encubrimientos e impunidad no puede estar más al descubierto. ¿Y qué pasa? Si no pasa nada, el efecto directo es la humillación y el enmudecimiento: cuando el poder ya dice todo, ¿qué decimos?, ¿qué hacemos? Repetir sus palabras, repetir sus conexiones, repetir su entramado es necesario como paso a algo más. De lo contrario, el riesgo es que ni siquiera se produzca escándalo, que dure poco y, peor aun, un sentimiento generalizado de impotencia. La explicitación del poder pone la urgencia de la acción, de la confrontación, de la articulación práctica. Al decir "todo" el poder concentrado hace gala de su asimetría, practica su pedagogía: incluso puede mostrarse, puede revelarse, sin que algo de la "normalidad" se destruya completamente. 

Una normalidad hecha de crisis permanente, de desahogo en las redes, de hartazgo sin fin y sin cauce. El poder concentrado parece desmentir que necesita del secreto aun si los tiene bien guardados. E invierte la carga de la prueba: que demuestren quienes cobran un plan social que no compran dólares, que demuestren que no especulan, que la justicia los evalúe. El nivel de mundo al revés que esto representa es un festín de un poder sin pudor, con sus representantes a sueldo y sus privilegios como verdades absolutas.