LOS AFRICANISTAS.
DOS NOTAS DE LECTURAS SOBRE DÓNDE Y CÓMO FUE CONCEBIDA LA BESTIA
Pepe Gutiérrez-Álvarez
Edición Despage: fotos y edición.
Aunque es sabido por todo el mundo, el ejército "africanista" (que no es
equivalente a por ejemplo, helenista) supuso la punta de lanza de la política
expansionista que pretendía mantener a España entre los países colonizadores, una vez
consumada la derrota de 1898 frente a Estados Unidos, en Cuba. La colonización marroquí
y el protectorado fueron una experiencia cuartelera, lo que la hizo odiosa para la
población autóctona pero "gloriosa" para unos tercios necesitados de espacio,
promoción y poder, y de ahí, el africanismo. Una historia sobre la que, extrañamente,
no se suele hablar mucho.
Hay algunas excepciones, una de ellas fue Abrazo mortal. De la guerra colonial a la Guerra
Civil en España y Marruecos (1909-1939), de Sebastián Balfour, aparecido en Península,
(Barcelona, 2002); es una contribución documentada, basada en buena medida en fuentes
primarias hasta la fecha inexploradas, sobre la cuestión de Marruecos, sobre el ejército
de África. Era un primer acercamiento de fondo a una "epopeya guerrera" de la
España del siglo XX, la de la "guerra del moro", por la expansión colonial en
Marruecos. A comienzos de siglo, España emprendió una misión colonizadora en el norte
de Marruecos que parecía representar una cierta compensación por la pérdida de sus
colonias ultramarinas en 1898, y prometía elevar el país al rango de potencia europea.
Pero desde 1919 se vio atrapada en una guerra colonial que provocó una serie de sucesivos
desastres militares que desembocaron en una dictadura en 1923 y en la caída de la
monarquía en 1931. La experiencia de la guerra politizó a muchos de los reclutas
españoles movilizados para luchar por una causa que apenas entendían. Además, creó una
elite de oficiales brutalizados e intervencionistas, que se sublevaron contra la
República en 1936. Sin la intervención del Ejército colonial, respaldado por las
fuerzas militares de Hitler y Mussolini, aquel golpe habría fracasado. El denominado
Ejército de África cruzó el Estrecho de Gibraltar con la misión de destruir al enemigo
interno y transformar una España decadente desde el exterior. Los autodesignados agentes
para la purificación de España eran los mismos oficiales que habían luchado en la
guerra colonial y que la habían ganado, y esa guerra inspiró su estrategia y su táctica
iniciales en la Guerra Civil. El régimen instaurado por Franco derivó su apuntalamiento
mitológico e ideológico de aquella misma experiencia colonial.
Desde este punto de vista, el libro de Balfour es el primer estudio global sobre la
influencia de la guerra colonial y del "africanismo" en la Guerra Civil.
Pretende llenar los muchos huecos de que adolece la bibliografía existente, así como
poner en tela de juicio algunas de sus hipótesis, en concreto las que hacen referencia a
la guerra colonial. El vasto número de textos sobre el tema trata sólo sobre coyunturas
específicas, Y las conclusiones a las que llegan son muy limitadas. Aparte de la
conexión entre la guerra colonial, la Guerra Civil y la Dictadura de Franco, el libro
examina también la identidad, el racismo y las imágenes del enemigo en ambas guerras,
así como las divisiones y culturas existentes dentro del propio ejército colonial.
Además, muestra las condiciones en que tuvieron que luchar los soldados, cómo sufrieron,
cómo pasaban el tiempo de ocio y cómo todo ello afectó su cultura a largo plazo.
También se hace un intento de evaluar la experiencia del pueblo del norte de Marruecos
bajo el régimen español.
Seguramente el aspecto menos estudiado en la literatura escrita sobre la guerra colonial
es la ofensiva química lanzada por el ejército español contra los marroquíes, donde se
utilizó gran cantidad de gas mostaza. El libro ofrece los primeros datos detallados sobre
el uso de bombas químicas por parte de las fuerzas aéreas y la artillería españolas,
extraídos de la investigación realizada en los archivos militares de España, Francia y
Gran Bretaña. A este efecto, se han registrado e incorporado las entrevistas mantenidas
con marroquíes que sufrieron sus efectos. Existen presunciones de hechos relativos a los
efectos cancerígenos padecidos por la población marroquí y a sus consecuencias en la
degradación del medio ambiente. El Estado español nunca ha reconocido haber usado armas
químicas, y el hecho es virtualmente desconocido en España incluso hoy día, mientras
que el Estado marroquí ha realizado denodados esfuerzos para impedir que la noticia
saliera a la luz, sobre todo para evitar un empeoramiento en sus relaciones con España.
Balfour pretende también ubicar el colonialismo español dentro de un contexto más
amplio de experiencias coloniales, en particular la británica, italiana y francesa. En la
bibliografía española sobre la guerra colonial destaca el hecho de estar demasiado
centrada en sí misma. Es necesario desmantelar por fin el mito que ha dominado gran parte
de la historiografía española hasta hace poco, consistente en creer que el caso español
era excepcional, y hacerlo además en relación con el colonialismo español en Marruecos.
Los desastres militares de España y el tratamiento brutal que se dio a quienes se
resistieron a su penetración eran similares a los de otras potencias europeas, incluida
la más fuerte, Gran Bretaña. Tanto Italia como Gran Bretaña sufrieron desastres
coloniales tremendos al final del siglo XIX, y Francia estableció el precedente de la
guerra total contra las colonias ya en 1845 en su ofensiva militar en la vecina Argelia.
Entre otros temas comparativos, el libro también trata de comparar la experiencia de los
soldados españoles en las espantosas condiciones de la guerra de Marruecos con las
conocidas por los soldados de la 1ª Guerra Mundial.
En algunos ámbitos especializados, este tipo de libro se considera como Historia Militar,
perteneciente a una escuela relativamente reciente de Nueva Historia Militar, que se
inspira en diversas disciplinas, desde la tradicional "histoire bataille" a
través de la historia política, cultural y social, hasta la "histoire des
mentalités". La razón por la que se recurre a todos estos enfoques es la necesidad
de comprender no sólo la táctica, entrenamiento y armamento, sino también los mitos que
conforman la guerra, la vida cotidiana de los soldados y el impacto de la guerra en la
sociedad. Pero Balfour parte -afortunadamente - desde otro enrfoque, y ha tratado de
entretejer el análisis temático con la narrativa cronológica, pero algunos de los
puntos se imponían por sí solos hasta el punto de que sentí que sólo podría hacerles
verdadera justicia si les dedicaba un capítulo separado. Los temas que se mencionan sin
entrar en detalle en la primera parte, más narrativa, se desarrollan con más amplitud en
la segunda parte, que es más temática. El lector que desee hallar un tratamiento
sistemático de materiales tales como la logística militar o la sociedad marroquí,
deberá tener conciencia y esperar que sus expectativas se vean cumplidas a lo largo del
libro, a través de ángulos diferentes y en lugares diferentes de la narración.
Como todo proyecto histórico que depende de una búsqueda de fuentes de información,
éste ha sido para mí un viaje hacia lo desconocido, sembrado de descubrimientos
emocionantes y también de largas frustraciones. Igual que la Guerra Civil, la guerra
colonial ha sido objeto de una conspiración de silencio, en concreto en lo relativo al
uso de armas químicas. El denominado pacto del olvido, que se supone que fue el precio
que tuvo que pagar la democracia hace 25 años, ha contribuido a mantener bajo llave
muchas de dichas fuentes, en manos de actores y de familiares que siguen aferrándose a
documentos que contribuirían a aclarar una verdad que temen. En otros casos, como en el
del gigantesco Archivo General de la Administración, que alberga documentos que datan de
la primera mitad de los años treinta, Balfour cuenta que aún no han sido clasificados y
que, por lo tanto, no se encuentran a disposición del investigador.
No podría ser mayor el contraste de esta situación con el estado de los archivos
públicos existentes en Rusia. Los archivos de la Unión Soviética fueron puestos a
disposición de quién quisiera consultarlos a finales de 1991, inmediatamente después de
la disolución del régimen "socialista". Pero aquí aún no se pueden
consultar, en los archivos públicos, documentos oficiales de más de setenta años de
antigüedad que deberían estar disponibles bajo la legislación vigente en la actualidad.
El resultado es que el historiador de la España del siglo XX tiene que confiar en
conjeturas y deducciones para muchas de sus preguntas. Cuando éste ha sido el caso, lo he
declarado. Espero que esta publicación anime a desvelar algunos de los documentos
ocultos, incluso si el portador de las nuevas informaciones emerge para refutar parte de
mis conclusiones.
La obra de Balfour trata especialmente de explicar las tensiones entre las distintas
corrientes militares, los que buscan acuerdos con los jefes locales y tratan de respetar
la autoridad del sultán de los que sólo creen en la victoria y la sumisión; la
perspectiva marroquí de la presencia española y su evolución; el papel del rey y de la
clase política; la experiencia vital de tantos soldados que se encontraron luchando en
una guerra que no entendían ni sentían como propia, pero que tuvieron que sufrir
calamidades de todo tipo; la visión de las potencias vecinas sobre el desarrollo de los
acontecimientos...
Profesor en el Centro de Estudios Españoles Contemporáneos de la London School of Economics y autor de un excelente libro sobre El fin del imperio español (1898-1923) traducido al castellano (Crítica, 1997), Sebastián Balfour extiende el ámbito temporal y reduce el espacio territorial de esta nueva obra, dedicada al periodo transcurrido -como reza su subtítulo- De la guerra colonial a la guerra civil en España y Marruecos (1909-1939). El aspecto más original de Abrazo mortal es la inteligente articulación de enfoques complementarios proyectados sobre una compleja realidad histórica. El pistoletazo de salida de la carrera colonial africana dada por la Conferencia de Berlín en 1884 y la competencia entre las grandes potencias europeas (Francia, Gran Bretaña y Alemania) para controlar la ribera sur del Mediterráneo crearon el marco geopolítico donde ocupó un lugar subalterno la acción española en Marruecos. El acuerdo de 1904 entre Francia y España fijó las zonas de influencia de ambos países en el desfalleciente sultanato alauí; confirmado el reparto en la Conferencia de Algeciras de 1906, el Tratado de Fez de 1912 transformó en un Protectorado -con alguna merma territorial para España, esa situación de hecho.
Finalmente pues, la documentación va apareciendo como muestra la prolija
investigación que ha servido de base al libro de Nerin: La guerra que vino de África,
que podemos encontrar en Crítica (Barcelona, 2005, 410 pgs, 26,50 ). Aunque existe
una gran cantidad de literatura sobre ambas guerras, no son muchos los estudios sobre las
conexiones entre ellas. Sólo la guerra de Marruecos ha generado docenas de volúmenes,
desde recuentos panegíricos y autoexculpatorios de los protagonistas militares de
derechas, hasta novelas autobiográficas contra la guerra escritas por reclutas de clase
media que lucharon en contra de su voluntad. Aun así, todas estas obras ofrecen como
mucho un vistazo al conflicto y, en el peor de los casos, una distorsión total de la
naturaleza del enfrentamiento entre españoles y marroquíes. Por su parte, la Guerra
Civil ha inspirado más volúmenes que ningún otro acontecimiento o proceso histórico de
la historia de España. Sin embargo, la influencia que la guerra colonial tuvo en su
génesis y en su desarrollo ha sido objeto de atención sólo en la narrativa general
sobre la historia española del siglo XX. Sin duda, esta fractura entre la literatura de
cada una de las guerras se debe en parte a las demarcaciones tradicionales de tema y
cronología. La guerra colonial terminó en 1927. Y la Guerra Civil empezó en 1936,
después de los cinco azarosos años de la República que han absorbido el interés de los
historiadores.
En el libro de Gustau Nerín, La guerra que vino de África, que comienza en alguna
manera donde Balfour acaba, desarrolla la siguiente tesis: las campañas de las
"guerras moras" fueron la base de la formación de una mentalidad nacionalista,
militarista, violenta y antisocial y verticalista sin la cual no se puede entender el 18
de julio ni su perfecto encaje con el falangismo, ni por supuesto la concepción
franquista de "pax romana", o sea de una Victoria siguiendo los cánones que
Roma aplicó con Cartago. El pueblo de izquierda fue tratado igual que los
"moros", y en no poca medida reproduciría sus mismos estereotipos, ampliamente
analizados por Balfour, y sobre cual el lector puede encontrar una visión ampliada de
Eloy Martín Corrales en su inexcusable obra La imagen del magrebí en España
(Bellaterra, Barcelona, 2004). Siendo esta última parte la más conocida, hace que la
mayor atracción del libro de Nerín pase por el análisis de las campañas militares en
Marruecos, un tema sobre el que en los años treinta comenzaron a darse testimonios tan
avasalladores como el de Ramón J. Sender en Imán.
Conviene recordar que como potencia decadente, España apareció en Marruecos no tanto por
"méritos propios", sino como instrumento de la diplomacia británica con el
cometido de contrarrestar la presencia francesa en la puerta del Mediterráneo, todo ello
bajo el pretexto de actuar en nombre del Sultán. Pero el caso es que la zona se
convirtió para la mayoría de los militares españoles en una oportunidad para resarcirse
del "desastre del 98" en un tiempo en que esto era sinónimo de potencia. Pero
los tiempos habían cambiado, y la tentativa pacífica de penetración fracasó por la
creciente resistencia de algunos notables, así como por las contradicciones entre las
inversiones españolas y los intereses de la sociedad marroquí. Ni que decir tiene que
dichas inversiones no trataban de modernizar Marruecos (buena estaba España para dar
ejemplos de estos), ya que se trataba de buscar beneficios rápidos mediante el expolio y
las distorsiones económicas.
Con las insurrecciones, pero sobre todo, con el Desastre de Annual, paradójicamente, se
impuso la vía militar, nunca fue tan evidente la ausencia de una burguesía democrática
capaz de dar expresión a una opinión pública escandalizada. Pero aún así, ésta no
podía desenvolverse con éxito desde el momento en que el presupuesto militar se escapaba
para mantener una estructura de personal desequilibrada y excesiva. Este desiquilibrio
impedía la compra del armamento adecuado, y para colmo, hay que hablar de una oficialidad
apenas formada. La misma que en la batalla de Annual había tratado de compensar con la
carne de cañón de las tropas sus propias carencias profesionales. Cuando les llegaron
las armas químicas, lo último que se plantearon fueron problemas de conciencia. Les
pareció más biene una panacea para, de una vez por todas, imponer su ordeno y mando en
nombre de la que había sido España imperial.
Por otro lado, la motivación del Gobierno español para firmar esos acuerdos no se
limitaba al interés estratégico de reforzar el dominio de las "plazas" de
Ceuta y MeIilla, siempre amenazadas por un entorno hostil. Marruecos era el desquite del
98, y figuraba igualmente como una oportunidad para la monarquía de dar ocupación a un
ejército que había sido vapuleado por los jóvenes de Estados Unidos en 1898, todo un
detalle para el imaginario conservador considerando que todavía se encontraba saboreando
las pasadas conquistas de las Américas. No obstante, no se trataba de un paseo militar,
en julio de 1909, una columna al mando del general Pintos, enviada por el general Marina
desde Melilla a raíz del sabotaje realizado por unos rifeños insurrectos contra las
líneas férreas de una explotación minera, fue atacada en la falda del monte Gurugú en
un paraje llamado el Barranco del Lobo. La consecuencia fue doscientos muertos en su
retirada días después. El embarque en el puerto de Barcelona de la "carne de
cañón" de reemplazo destinada a Melilla provocó una huelga general y la Semana
Trágica, un acontecimiento decisivo para la vida política española. Finalmente, el
orden se impuso, y la burguesía democrática apenas si asomó la naríz.
Años más tarde, en 1921, llegó el Desastre de Annual, que alcanzaría dimensiones
todavía más trágicas. Entre el 22 de julio y el 9 de agosto, la imprevisión del
general Manuel Fernández Silvestre, un protegido por la camarilla de Alfonso XIII, fue
causante en buena medida de la muerte de varios millares de soldados que habían sido
desplegados en un insostenible frente discontinuo de casi cien kilómetros en la zona
oriental del Protectorado. El "glorioso" Ejército español fue nuevamente
derrotado y humillado por fuerzas irregulares muy inferiores en número, por una
"guerrilla" reclutada entre las tribus rifeñas de la zona y mandadas por el
lider nacionalista Abd el Krim, redactor de las páginas árabes de El Telegrama del Rif y
colaborador de las autoridades coloniales hasta que el desencanto le había impulsado a la
insurrección. El ejército "africanista" respondió con la utilización por la
aviación y la artillería españolas del gas mostaza, que tan desvastadores efectos
había producido durante la Gran Guerra. La oposición brilló por su mediocridad, de tal
manera que las exigencias de responsabilidades por el desastre de Annual, a las que había
que añadir las justas sospechas sobre la implicación del Rey en el origen de la
catástrofe, contribuyeron al desprestigio de la Restauración y a la dictadura de Primo
de Rivera, o sea por una fuga hacia adelante.
Balfour subraya la singularidad política de Abd el Krim, movido por la ambición de crear
una república del Rif, a la vez independiente de Marruecos y libre de ocupación
extranjera; en contraste, otros rebeldes ocasionales como el pintoresco Raisuni, una
combinación de bandido y señor feudal, siempre estaban dispuestos a poner precio a su
colaboración con los ocupantes. La derrota de los rebeldes rifeños, que llegaron a
movilizar a más de 60.000 combatientes, exigió la colaboración de Francia con España y
un ejército de casi medio millón de hombres: el desembarco de Alhucemas en septiembre de
1925 marcó el principio del fin de Abd el Krim, que se entregó en mayo de 1926 a las
autoridades francesas y fue desterrado a la isla de la Reunión. Desde esa fecha hasta la
recuperación en 1956 por el reino alauí de su plena soberanía, el Protectorado español
del norte de Marruecos no tuvo que afrontar mayores desafíos; la corrupción, utilizada
para ganarse las voluntades de los notables locales, también permitió enriquecerse a los
administradores -civiles y militares- del Protectorado.
Como es bien sabido, el Ejército de África regresó al escenario bélico de forma
despiadada y cruenta en 1936: esta vez no contra los rifeños alzados en armas, sino
contra los españoles que se habían mantenido leales a las instituciones republicanas.
Las tropas mercenarías de la Legión, fundada en 1919 por Millán Astray, habían
realizado ya en 1934 el primer ensayo general con todo en la represión asturiana; el
general Franco también hizo entonces acto de presencia como asesor del ministro de la
Guerra, Diego Hidalgo. El golpe del 18 de julio hubiese probablemente fracasado, si,
durante las semanas siguientes a la sublevación el Ejército de África, no hubiese
logrado cruzar el Estrecho con la ayuda de los aviones enviados por Hitler y Mussolini. La
ferocidad y la brutalidad utilizadas con los rifeños por militares africanistas como
Franco, Mola, Queipo, Yagüe o Varela durante la guerra colonial fueron aplicadas
-corregidas y aumentadas- a sus desventurados compatriotas; las técnicas de limpieza de
la retaguardia empleadas en Marruecos (esto es, el fusilamiento no sólo de los
prisioneros sino también de los sospechosos) igualmente fueron puestas en práctica en
lugares como Badajoz. El papel del Otro, desempeñado antes por el rifeño como receptor
del odio de los militares africanistas, correspondía ahora al campesino andaluz o
extremeño, al "rojo" anatemizado por la Iglesia.
Esa maniobra de prestidigitación necesitaba al tiempo que los mercenarios marroquíes
contratados por Franco (80.000 hombres, de los que 11.000 murieron) perdieran su antigua
condición de enemigos de la verdadera religión y alimañas inhumanas. Si las
implicaciones de las anécdotas narradas por Balfour no fuesen macabras, esa milagrosa
transformación alcanzó extremos ridículos. Algunas piadosas damas andaluzas bordaban el
Sagrado Corazón de Jesús en los uniformes de los marroquíes alistados en los Tercios de
Regulares como detente bala; en un pueblo de la sierra de Aracena, la figura del moro
alanceado por Santiago Apóstol fue sustituida por la efigie de Lenin. La absolución de
los rifeños se prolongó después de la guerra: Franco organizó para su servicio
personal una Guardia Mora propia de un sultán.
Dentro del imperioso proceso de recuperación de la memoria histórica en que estamos
inmersos, la obra de Nerin, doctor en Antropología, merece un punto y aparte por lo que
suponen de innovación. Su punto de vista -la guerra vino de África- es una auténtica
revelación. El suyo es un trabajo pormenorizado y documentado que da vida a la tesis de
Paul Preston, sobre la importancia decisiva de los orígenes africanistas o del
militarismo colonialista español en la gestación y desarrollo de la Guerra Civil y la
ideología franquista. "Quien más ayudó a Franco a alcanzar el poder no fue Hitler
sino el rebelde rifeño, Abd-EI-Krim". Esta ayuda se deriva del hecho de que,
desdichadamente, la insurrección rifeña, no consiguió derrotar al ocupante, y en cambio
facilitó su desarrollo en una "España invertebrada", o sea en un país donde
no había nada por encima de un ejército que aparecía como última garantía para la
monarquía, para las antiguas castas, la Iglesia, y ante el miedo a la revolución, para
las clases dirigentes.
Así pues, tan clarificador resulta este trabajo que no sólo ofrece una nueva y sólida
perspectiva para el conocimiento de los factores que conducen al 18 de julio de 1936, sino
que facilita la comprensión tanto del golpe de Estado, del tipo de guerra que llevaron a
cabo los "nacionales", de la ideología totalitaria que caracterizó la larga
dictadura de Franco, y por supuesto del antimilitarismo que nos honra. Sus
características recogen toda la basura moral de siglos de historia: la corrupción, el
poder absoluto, el machismo, la violencia, el caciquismo, el chantaje y el soborno, las
intrigas y las paranoias conspirativas, el racismo, el odio a la cultura, el
anticomunismo, el antisemitismo, la antimasonería y la indignación por la
"grandeza" perdida...Estos son algunos de los puntos determinantes en la
formación social y política de aquellos africanistas, el olor que detectaron aquellos
que en la película de Jaime Camino Dragon Rapide comentan que Franco era su hombre con
una anécdota: "Un legionario se niega a comer el rancho, y lo tira al suelo. Llega
Franco, le obliga recoger lo que ha tirado, a comerse la comida y luego lo fusila".
Qué más se podía pedir en una situación en la que todo este mundo se sentía
amenazado. Además, aunque en el trabajo de Nerín no cabe la especulación ni la
historia-ficción, y todo se encuentra rigurosamente avalado, uno no puede por menos que
establecer comparaciones entre las "glorias africanistas" y algunos de los
conceptos ideológicos de la actual derecha española cuyo eje primordial es: la izquierda
podrá gobernar, pero somos nosotros los que mandamos.
Al margen de los numerosos elementos políticos e históricos que conformaron el contexto
en el que se ubican las campañas del Rif, Nerin nos ofrece toda clase de detalles
culturales y sociológicos que contribuyeron a la formación de una prepotente cruel y
prácticamente ágrafa elite -así se consideraban ellos- de militares colonialistas
autoconvencidos de su verdad, de sí mismos y de misión redentora e imperial. "Los
africanistas, escribe el autor, "más que creer en Dios, creían que Dios creía en
ellos." Tenían muy claro que al César -la espada- lo que es del César, pero a Dios
lo que manda el César. El propio Vaticano los refrendaría. Así pues, Mola, Yagüe,
Jordana, Queipo de Llano, Castejón, García-Valiño, Millán Astray y tantos otros
militares forjados en Marruecos, constituyeron un núcleo homogéneo y monolítico capaz
de hacer valer sus argumentos por la fuerza de las armas a una sociedad que apenas si
acababa de salir de siglos de oscuridad. Fueron la elección para los que temían perder
algo, muchos de los cuales se hicieron franquistas con la nariz tapada, como tantos
intelectuales, o porque donde manda capitán no manda marinero.
Creían lo que necesitaban creer -igual que ahora leen los moas que necesitan leer-, y
para ello no dudaron en seguir al más mediocre Caudillo -que era como diría Marx de
Napoleón III, la quintaesencia de las clases pudientes-, en aplicar las técnicas
bélicas y de represión practicadas en el Rif porque nadie hace preguntas a los que
ganan. La conquista "manus militari" de la península, fue su cruzada de
salvación, una forma de vida que se prolongaría hasta la muerte del dictador. Éste
gobernó el país como un alto comisario colonial, aterrorizando a la población civil.
También supo urdir estratagemas que fomentaban las contradicciones entre los diferentes
sectores de la derecha, no fue otra cosa lo que hizo en Marruecos con los notables
árabes. Y detrás de esta aristocracia guerrera (la misma que utilizaba parte de la tropa
como "machaca" o sea como sirviente gratis en sus propios domicilios), se
aglutinó también una derecha reaccionaria y una Iglesia que "creyó" en todo
aquello, sin olvidar la intelligentzia fascista que sirvió para justificar y enaltecer
sus desmanes criminales, personajes olvidados como Giménez Caballero, Manuel Aznar,
Giménez Arnau, José Mª Areilza, y un largo etcétera. Toda esa plana que ocupó
academias y plataformas culturales, un sector que ha sabido evolucionar al compás de los
tiempos y que actualmente navega igual de gusto en las aguas del neoliberalismo y que leen
a Vargas Llosa en vez de a José Mª Pemán.
Ni que decir tiene que a lo largo de la dictadura, la historia colonial española fue
monopolio de los apologistas franquistas cuyos productos más populares pueden verse en
películas como Alba de América o La mies es mucha, y tantas otras. Gustau Nerín es una
pluma activa de nuestro débil anticolonialismo y es igualmente autor de Guinea
Ecuatorial, historia en blanco y negro (1998) y El imperio que nunca existió (2001), de
aportaciones inexcusables sobre las conexiones entre franquismo y colonialismo, un
eslabón que la izquierda tradicional había extraviado. Nerin señala que hay que tener
en cuenta que el fenómeno constituye en sí uno de nuestros hechos diferenciales como
europeos. "El sistema colonial -escribe- allí donde se implantó, generó un
monstruo: bajo el pretexto de difundir los valores de la civilización, Europa transfirió
a todo el mundo no sus ideales, sino sus peores prácticas." Considerando que el
colonialismo bajo nuevas formas sigue siendo una pieza clave en la política capitalista
de nuestros días, nos encontramos que obras como las de Balfour y Nerin también nos
ayudan (y no poco), a comprender el fenómeno emigratario, así como la insufrible
indiferencia de la mayor parte de nuestra ciudadanía, y de los representantes de nuestra
izquierda institucional, tan limitada por los estrechos márgenes que les permiten quienes
de verdad ostentan el poder.
Porque, al decir de Eric Fried, aquí, naturalmente, manda el pueblo soberano. Si, sí, el
pueblo soberano, pero ¿quién manda realmente?. Que le pregunten a las inmobiliarias.
Otro libro que trata sobre las tropas marroquíes utilizadas por Franco contra la República.