Las letales avispas cazadoras de arañas

En el fascinante mundo de las avispas destaca un grupo de virtuosas cazadoras que se ha especializado en apresar arañas para alimentar a su descendencia. La araña, aún viva, será devorada por la larva de la avispa durante días hasta que finalice su desarrollo.

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Foto: Roberto García-Roa

Una avispa de la familia Pompilidae comprueba si su veneno ha paralizado a una araña a la que acaba de cazar. Escena observada en la estación Fauna Forever, en Perú.

Las arañas se encuentran entre los depredadores más sofisticados del planeta. Son capaces de doblegar no solo a insectos, sus presas más habituales, sino también a algunos anfibios, reptiles, pájaros e incluso mamíferos.

Sin embargo, las arañas también son vulnerables a otros cazadores. Pero, ¿quién querría enfrentarse a un depredador de ocho extremidades, con fuertes colmillos y veneno?

En la naturaleza existe un grupo de avispas que ve a las arañas – incluso a las grandes tarántulas – como un apetecible manjar para su descendencia. Se trata de la familia de los pompílidos, un grupo de unas 5000 especies que abarca todos los continentes del planeta menos la Antártida. Son conocidas como las avispas cazadoras de arañas. Un nombre ganado a pulso ya que, aunque los adultos se alimentan principalmente de néctar, las hembras, más grandes y fuertes que los machos, se han especializado en la caza de arañas con el fin de ofrecer un nutritivo festín a su progenie.

Presenciar una de estas cacerías es un privilegio. Una vez localizada la araña, la avispa arremete contra ella sin dudarlo. Miles de años de evolución han esculpido la batalla que sucede entonces. En una serie de rápidos movimientos, la avispa hace uso de su potente aguijón. La araña está perdida: el veneno inoculado la dejará paralizada durante días.

En una de sus publicaciones, el científico experto en arácnidos Fred Punzo decía sobre estas avispas: “En más de 400 interacciones observadas en el campo, solo en una ocasión fui testigo de cómo una araña mordía, atravesaba y mataba a una avispa”. Sin duda, las avispas son las grandes vencedoras de esta lucha por la supervivencia.

"En más de 400 interacciones observadas en el campo, solo en una ocasión fui testigo de cómo una araña mordía, atravesaba y mataba a una avispa"

La avispa comprueba entonces si su presa, aún viva, permanece inmóvil. De este modo, en la mayoría de los pompílidos las avispas optan por arrastrar a la araña a su nido, un agujero solitario cuyo diseño varía drásticamente entre especies. En algunas será un sobrio agujero que las hembras encuentran tras la cacería. En otras, el nido habrá sido cuidadosamente excavado o moldeado para la ocasión.

Traslado y deglución

El transporte de las arañas es un proceso complicado y muy costoso. No es raro observar avispas que cargan ejemplares que las doblan en tamaño, durante varios metros y a través de multitud de obstáculos, lo cual es muy peligroso para ellas, pues puede atraer la atención de otros grandes depredadores.

Ya dentro del nido, la avispa deposita un solo huevo en el abdomen de la araña. A continuación, sella la entrada por fuera, transformando el nido en un ataúd del que su rehén no podrá escapar. La avispa emprenderá el vuelo para no volver. Mientras tanto, los días harán que la larva de la avispa emerja del interior del huevo y empiece a alimentarse de los tejidos de la araña – aún viva y paralizada.

Su alimentación seguirá un orden estricto. Primero devorará los tejidos y órganos no vitales. De este modo, la araña seguirá viva durante más tiempo y no entrará en descomposición. Solo al final, cuando el desarrollo de la larva esté casi completo, se nutrirá de órganos vitales como el corazón.

Tras sus últimos bocados, la larva pupará. Unas dos o tres semanas después, la crisálida pasará a ser una avispa adulta que romperá la tapa del nido y empezará su propia vida como un individuo independiente – una nueva generación de avispas cazadoras de arañas.

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