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Homilies | Saturday, January 20, 2024

La vocación misionera: renuncias y aculturación

Homilía del Arzobispo Wenski a misioneras religiosas estudiando en el SEPI

El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía el 20 de enero de 2024, durante la celebración de una Misa en SEPI (el Instituto Pastoral del Sureste) para un grupo de religiosas que se preparan aquí para servir como misioneras en comunidades hispanas de los EE.UU.

Queridas hermanas en Cristo y María;

Reunidos para celebrar la Eucaristía, demos gracias al Señor por las abundantes bendiciones que continuamente derrama sobre nosotros y de manera particular por el regalo de la Vida Consagrada, don admirable de su amor incondicional a la Iglesia. Un don que hace presente en el mundo la ofrenda de Cristo, y que, multiplicado de manera admirable en la diversidad de carismas, enriquece al Pueblo de Dios y mantiene viva la misión de ir al mundo entero y proclamar a todos el evangelio.

Son los frutos del Espíritu que nunca han dejado de brotar en el jardín de la Iglesia y que cada día ayudan a edificar el Cuerpo de Cristo. Son esos carismas los que inspiran y animan la misión de tantas congregaciones religiosas en su esfuerzo por llevar el mensaje del amor de Dios al mundo, en medio de la inmensa variedad de ambientes y situaciones en los que sus miembros se esfuerzan por vivir su vocación de servicio. Innumerables hermanas y hermanos consagrados que motivados por su carisma fundacional e impulsados por el Espíritu Santo, son capaces de dejar su patria, sus familias, sus costumbres, y lanzarse a la temeraria aventura de evangelizar en naciones con muy diferente cultura y tradiciones. Es el caso de muchas de ustedes, que, con dedicación y perseverancia, se esfuerzan por sembrar las semillas del Reino en esta gran nación.

Sin dudas, se trata de una vocación misionera que exige renuncias y un particular esfuerzo de aculturación dentro del nuevo entorno social. De esta manera, sin perder la propia identidad y en forma gradual, el misionero podrá ir acogiendo, en espíritu de apertura y gratitud, todo lo positivo que le ofrece en su labor y en su vida personal la nueva cultura y realidad a la que ha venido a servir. Todo un reto por conocer la historia del país y sus leyes, a su gente y sus tradiciones, y sobre todo, haciendo el mayor esfuerzo por aprender su lengua. Este último aspecto será esencial si se busca ensanchar el radio de acción misionera y comunicar más eficazmente el mensaje de salvación. También en este sentido debemos recordar el valor testimonial de la Vida Religiosa, y cómo el ejemplo de los consagrados, en su propio proceso de aculturación en aras de la misión, constituye un valioso testimonio para tantos inmigrantes en sus esfuerzos de integración en la sociedad norteamericana, con todos los beneficios que esto comporta.

Demos gracias por el don de la llamada de Jesús que un día nos invitó a ser sus discípulos misioneros, y así convertirnos en instrumentos de su gracia, en aquellos lugares donde su pueblo más lo necesite. Se trata de una forma de vida que para muchos en la actual sociedad, con sus cálculos y prioridades, pudiera parecer un absurdo, un sin sentido, una locura, y que sin embargo ha de seguir siendo para nosotros, una fuente inagotable de gozo, de esperanza, y de realización personal.

El evangelio de hoy nos recuerda cómo la entrega incondicional de Jesús a la voluntad del Padre y a las necesidades de su pueblo, no estuvo exenta de recelos e incomprensiones, incluso por parte de sus propios familiares, quienes llegaron a considerarlo “fuera de sí.” Y es que, como nos narra Marcos, era tal el grado de abandono de sí mismo por el bien de quienes acudían a él desde todas partes, que ya no tenía tiempo siquiera para alimentarse. Un ejemplo insuperable de acogida y de capacidad de adaptación a las necesidades de su pueblo, con quien supo dialogar en el lenguaje y las claves culturales de aquella sociedad, haciéndole accesible y cercano el mensaje de la salvación.

¿Qué es la aculturación sino el esfuerzo por encarnarnos en una sociedad concreta, y conociendo sus matices sociales y culturales, poder insertar en ella la visión de Jesús y no la nuestra? Es este el reto misionero que tienen por delante, en medio de una sociedad marcada por el individualismo, y por un materialismo práctico que en ocasiones convierte el poseer en criterio esencial de éxito y de realización personal. Y es en esta realidad, con sus luces y sombras, que el Dios encarnado, el Señor de la historia, les envía a proclamar su Palabra en un modo accesible y comprensible, capaz de transformar los corazones y de producir abundantes frutos de amor y salvación.

Que el mismo Señor les ayude con su gracia, y que el ejemplo de María de Guadalupe, modelo admirable de discípula misionera, les anime y fortalezca. Amen.

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