Málaga

Contra las leyes de la dinámica

  • lDemostrado: se puede estar en Málaga y a la vez fuera de la misma, incluso del ancho mundo lAnte ciertos ojos, las cosas no cambian tanto lLa ciudad sigue ahí, donde siempre, tal cual

Por si acaso, es mejor no perder detalle. A ver qué le pasa hoy a Málaga.

Por si acaso, es mejor no perder detalle. A ver qué le pasa hoy a Málaga. / málaga hoy

Empiezo a pensar que alguien me pone ciertos personajes al paso para que me los encuentre. O será que tal vez lo que uno interpreta como mayorías no son más que meros espejismos mientras que lo que predomina es en realidad otra cosa, eso que queda más inadvertido en escaparates y redes sociales, a lo que presuntamente nadie echa cuenta y sin embargo resulta ser el primer constituyente de la normalidad. Hace unos días me dirigí al Museo de Málaga, en el Palacio de la Aduana, para una visita previa a la inauguración del próximo día 12. Me había citado con la directora del centro, María Morente, y allí estaba yo, con mi paraguas, bien puntual. Me atendió en la puerta de la calle Alcazabilla un vigilante de seguridad que a su vez terminaba de atender a otro joven que pedía permiso para dejar en el edificio cierto suministro. El vigilante resolvió el asunto con este joven y después se dirigió a mí, me presenté y me pidió que aguardara un minuto mientras avisaba a la directora. Estando los dos allí, con la puerta entreabierta, se nos acercó una señora con monumental aire de despiste. Traía una carpeta bajo el brazo y caminaba despacio, como una tortuga recién almorzada. La buena mujer reclamó nuestra colaboración y nos preguntó: "Perdonen ustedes, ésta es la Delegación del Gobierno, ¿verdad? Es que tengo que compulsar una documentación, ¿podrían indicarme dónde me lo pueden hacer?" El vigilante y yo nos quedamos, claro, tan atónitos como si aquella señora hubiese sido Michael Jackson: compartimos un cruce de miradas que delataba nuestra sorpresa y fue él quien se adelantó a salir del shock y sacar a la mujer de su confusión: "Señora, hace ya muchos años que aquí no está la Subdelegación del Gobierno", le explicó, citando correctamente de paso el nombre de la institución. Entonces tomé yo el relevo: "Tendría usted que ir al edificio de la Caleta. Al lado del Parque San Antonio". Cuando le brindé tales indicaciones, la amable ciudadana se quedó como si le hubiera señalado el camino a Cabo Cañaveral. "¿Al Parque San Antonio? ¿Seguro?" "Sí, sí, seguro, lo mejor es que coja el autobús, aquí mismo en el Parque". Contrariada ante semejante adversidad, la señora se despidió agradecida y emprendió la marcha, igual de despacio, hacia sólo Dios sabía dónde.

Sí, ciertamente hace muchos años que la Subdelegación no está en la Aduana. Las obras de rehabilitación del edificio para el museo empezaron hace ya casi ocho. No pude evitar un bajón considerable: uno no recuerda ya la cantidad de información que ha publicado desde la misma aparición de este periódico sobre la instalación del Museo de Málaga en la Aduana, todos los proyectos, todas las manifestaciones, todos los arquitectos, todas las visitas, todos los ministros, todos los consejeros, todas las colecciones de arte y de arqueología, todas las trifulcas políticas, todos los retrasos, todos los logros, todas las fechas, todos los plazos, todas las promesas, todos los anuncios. Todo. Todos los medios de comunicación de Málaga han tenido a lo largo de la última década al museo y su ubicación entre los protagonistas destacados de su quehacer. Son miles las páginas de diarios y las horas de informativos dedicadas a un episodio tan importante en la historia reciente de la ciudad. Y hay gente, todavía, que va buscando la Subdelegación del Gobierno en la Aduana. Lo peor es la sospecha de que los que todavía no se han caído del guindo serán más de cuatro. Habrá malagueños felices e inconscientes que desconozcan aún lo que se va a inaugurar el día 12. Y no quiero pensar, ya puestos, en los sujetos que esperen encontrar la Casa de la Cultura si alguna vez les da por pasar junto al Teatro Romano, y además hacerlo en coche. Dado que uno se dedica a informar, la frustración es irremediable. Pero también cunde una poderosa envidia: debe ser un placer vivir en Málaga y a la vez tan fuera de ella, ignorar tan profundamente sus cambios, bajar al centro como un auténtico turista aunque viva en Huelin, no leer jamás un puñetero periódico y hacer que lo que le pasa a la ciudad no va con uno. Esto sí que es estar en las nubes, en otro planeta, en brazos de la música de las esferas. Los que llevamos la información todo el rato encima tendemos, equivocadamente, a creer que la gente está al día. Pero no. Ni mucho menos.

Siempre me ha sorprendido lo poco y mal que los malagueños conocen su ciudad. No es una hipótesis, sino un hecho contrastado. Es tristemente habitual que gente que vive en un determinado barrio no viaje al centro más de dos o tres veces al año (lo justo para ver las luces de Navidad de Teresa Porras y va que chuta), pero lo que sí es raro es que los malagueños viajen de un barrio a otro si no es estrictamente necesario, sólo por la curiosidad y las ganas de ver cómo está Málaga por ahí. Ya me contarán que hace uno de Los Guindos en Carranque. Y es cierto que la edad es un factor a tener en cuenta, pero el sedentarismo urbano es cada vez más una cuestión de jóvenes, ya sean solteros o en familia. Luego resulta que Málaga presume de ser una de las ciudades más dinámicas de España, y lo hace con razón: a poco que pase uno un mes fuera ya encuentra cambios a su regreso seguro. Pero desde cierto carácter malagueño la ciudad sigue siendo la misma de antaño, con la misma piel y el mismo vestido. Y quizá es mejor que sea así.

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