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Crónica vírica

"Esti tiempu, otru lu apreta"

En los pueblos de alta montaña, el aislamiento es parecido al de todo el año; hay que cuidar del ganado y comprar cuando suben a repartir

Marcelino Bayón, ayer, en su casa de Teyeo, en el valle de Zureda, Lena.

En los pueblos más altos de Las Ubiñas, cerca del puerto de La Cubilla, el aislamiento es una forma de estar en el mundo y los forasteros no son bienvenidos.

-Aquí estamos bien? sin visitas. ¿Qué vienes a contagiarnos el virus? ¿No sabes que no se puede andar por ahí?

No serán más de tres los que viven en Tuiza de Arriba durante todo el año. Lo suficientemente alejados de núcleos urbanos como para que ni hayan visto crecer el censo de vecinos estos días ni nadie haya pensado en marcharse. "Al ganado", resume un vecino antes de coger el todoterreno y perderse por la carretera, "hay que lo atender". Sin salir del concejo de Lena, aunque mucho más cerca de la Pola, en el otro valle, en el pueblo de Armá, Bautista Prieto insiste en esas necesidades. "Yo tengo una vaca pa parir, las otras las tengo ahí en La Peral y qué vas a hacer. Pa dejar los animales morir de fame no va a ser la cosa".

Bautista, 70 años, tiene casa en Pola de Lena, como la mayoría de sus vecinos. Aquí viene a atender a los animales. Viaja con los papeles del ganado por si la Guardia Civil le para, como le viene pasando a diario. Les explica el motivo de sus desplazamientos y le dejan seguir. Pocos viven aquí de seguido. La excepción son Ramón Ruiz, su esposa, Josefa López, y sus hijas, Verónica y Jéssica. Aunque también con piso en la Pola, hace un año que residen en el pueblo, en la casa que fue de la familia de la mujer. Estos días de confinamiento son para ellos normales, salvo por aquello de que no te puedes alejar. Apoyado en el cierre de la antojana, Ramón muestra que de ahí a la carretera ya vino la Guardia Civil a decirle que no. "Díjome que fuera de la propiedad nada". "Y que a un metro uno del otro", apunta una de sus hijas, divertida. Una trabajaba en un bar en la Pola y la echaron al paro. Como tantos. La otra está en el HUCA, pero le dieron la baja por una lesión antes de que empezara la crisis del coronavirus. Su novio, al contrario, en la construcción, sigue trabajando sin parar. "Les sirven las bañeras de hormigón, les sirven todo, no es que no puedan trabajar, es que tienen que trabajar".

Se estira el día, la montaña y la carretera por los pueblos de montaña de Lena, un paisaje moteado por las últimas nieves y los primeros cerezos.

Son las cuatro de la tarde y Marcelino Bayón limpia la entrada al cierre del prado donde guarda el caballo. Si levanta la cabeza y mira a La Tesa, todavía puede acordarse de cuando era un guajucu de 5 o 6 años, vivía en Traslacruz, y después de la Guerra llegó el tifus. "Murió mucha gente; yo doyme algo de cuenta de ver al mi güelu materno y a dos tíos de mi madre en la cama. Lo de ahora, bueno. Como decía aquí un paisano, esti tiempu, otru lu apreta".

De momento, pese a los achaques de los que habla, nada en la forma en que se posan sus 86 años en el palo de la escoba habla de enfermedad ni de coronavirus. Aunque Marcelino y su esposa están enterados de todo. Cuatro hijos repartidos por Asturias y Palencia. Es el Día del Padre y se han acordado de llamar. No utiliza para otras cosas el teléfono, pero sabe que sus cinco nietos hacen los deberes por internet, aunque no lo entienda del todo ni quiera que se lo expliquen, que ya se le empiezan a olvidar las cosas.

En Teyeo no necesita ir a ningún sitio. Hasta aquí suben el pan, el frutero, el carnicero. "Nosotros no estamos al día a día. Yo pan, ya cogí el sábado para toda la semana, y para no andar detrás del panadero luego. Y si haz falta, comemos fideos, que no somos reparaos pa eso". Una vida sencilla en la que Marcelino puede moverse por su casa, andar delante circulando, con el caballín que viene a ver si le da algo y se va.

Nos despedimos sin darnos la mano -"no, ahora no se puede"-, y antes de marchar me habla de algo que le contó el hijo que está para Lugones; que los que tienen un negocio, un comercio, un bar y tienen el local arrendado se están encontrando con que algunos propietarios, mientras dura esto, no les están cobrando. "Eso", concluye Marcelino Bayón, "llámase detalles, y por los detalles se estudia la clase de persona que somos". Él lo ha dicho: clase.

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