«¿Dónde está la intelectualidad ilustrada que pretende sacar adelante el país mediante la educación esmerada y el esfuerzo personal? Debería estar en la sociedad civil, esa gran olvidada, pues la sociedad política ocupa todo el espacio con sus continuas trifulcas ¿De dónde saldrán las élites dirigentes que formen a un pueblo para que pueda vivir mejor? En realidad, ¿dónde está la ética del trabajo?».

En esta caja de truenos de resonancia amplificada que es España, sinónimo de un proyecto común que se va al garete gracias a una clase dirigente corrupta y ajena a las verdaderas necesidades del país, las preguntas de Juan Luis Vázquez, catedrático de la Autónoma y Premio Nacional de Matemáticas, golpean como un aldabonazo las conciencias. Esas preguntas, seguidas en su mayor parte de respuestas que ayudan a comprender la situación en que nos encontramos, se las hizo el matemático asturiano no hace mucho con motivo de sus memorias publicadas por LA NUEVA ESPAÑA en cuatro entregas (del pasado domingo 3 al miércoles día 6 de febrero). Si no las han leído, sugiero que acudan a la hemeroteca.

Cuando era niño en Las Segadas, Vázquez (Oviedo, 1946) aprendió del ejemplo familiar y del colegio esa ética del trabajo que tanto echa en falta en una sociedad empequeñecida intelectualmente y perturbada por el continuo enfrentamiento partidista. Jacobino, heredero de la Ilustración, sostiene que las sociedades avanzadas necesitan una buena estructura de Estado y cientos de miles de ciudadanos que cumplan con el deber profesional de estudiar y de intentar progresar. En ese esquema de funcionamiento el desarrollo de la ciencia es fundamental, recalca. «Francia, Inglaterra, Alemania, Holanda y en parte Italia lo llevan haciendo más de 300 años y desde hace cien se han unido Estados Unidos, Canadá y otros países, no muchos. España tuvo universidades desde la Edad Media, pero no se sumó a esta revolución científica de forma significativa hasta casi antes de ayer y con reparos». Demasiados reparos.

El propio Vázquez tuvo la oportunidad de participar en aquel arranque ilusionante del sistema investigador de principios de los noventa. Fue a su vuelta de Francia -en París trabajó junto a uno de los grandes matemáticos del siglo pasado, Haïm Brezis- y de Estados Unidos, donde una beca Fulbright le permitió pasar un año en la Universidad de Minnesota, a la que volvería en temporadas sucesivas y también tiempo más tarde.

Como él mismo dice, «la máquina» empezaba a funcionar. Vázquez, junto a otros, pensaba que si algún alocado no la desmontaba pondría al país en primera división. Años después, sin embargo, duda de que España pueda recuperarse para la élite, con un 25 por ciento de parados -una tasa de desempleo que sólo puede compararse con la de la Gran Depresión en Estados Unidos-, lo poco que interesa que sepan los niños y la escasa ilusión que tiene el personal.

Los fallos en el origen tuvo la oportunidad de detectarlos precisamente a su vuelta, en 1986, tras los contactos en investigación franceses y americanos; estos últimos no ha dejado de mantenerlos, de hecho, se siente intelectualmente ligado a Estados Unidos. Dicen que el pesimista es un optimista bien informado o, en cualquier caso, alguien que como Juan Luis Vázquez ha tenido ya la oportunidad de ver lo que ocurre en otros lugares con la educación. Enseguida comprobó cómo las ideas del ministro Maravall en educación eran que los niños tienen que estudiar menos y los contenidos han de ser suprimidos para dar paso a ciertas competencias básicas «muy ligeritas». El matemático asturiano cree que el reto de la verdadera enseñanza para todo el mundo es muy difícil. «No es trivial, y algunas cosas que se hacen ahora no son razonables. Tengo algunas cosas claras: la educación clásica que yo recibí, siendo un niño de pueblo, era superior y me fue muy útil. El espíritu ilustrado consiste en que el pueblo se ilustre, no en que el pueblo se acomode; que el pueblo aprenda a pescar, no que le des el pescado cocinado. Hay una diferencia fundamental entre los ilustrados y la política de hoy: el ilustrado quiere que el pueblo sea culto, despierto, feliz..., pero con su trabajo, y guiado por un servicio a las grandes ideas que sirvan a todos».

¿Está ese servicio a disposición de esas ideas? No lo parece, ni tampoco se dan las condiciones. Las leyes de Educación desde Maravall han ido fracasando una tras otra sin remedio por falta de sustento académico y consenso político. Desprecio al esfuerzo y al mérito, desidia política, falta de liderazgo: España acumula, entre los países avanzados, los índices más bajos en enseñanza, los peores resultados docentes.

El talento no se reconoce en la investigación igual que sucede en otros ámbitos. «Los líderes son malos y el país no se deja dirigir», dice Juan Luis Vázquez en sus certeras reflexiones. Cuando alguien intenta liderar desde la esquina que le corresponde, se le arrincona. La comodidad y el conformismo han brotado como los hongos y no son muchos los que se han dado cuenta de que la ilusión boba de mantenerlo ha pinchado al mismo tiempo que la burbuja. ¿Cómo vamos a reconstruir España?, se pregunta Juan Luis Vázquez.

Fallan los recursos, dedicados a alimentar la voraz burocracia política, aunque también se podría decir burrocracia. El científico español Francisco Javier Fernández y el creador de la propuesta «Actuable», el profesor Miguel Ángel de la Fuente, entregaron hace algo más de un año una carta al ministro de Economía advirtiéndole de que mientras Alemania había aumentado su presupuesto en investigación en 12.000 millones de euros en España se había reducido en 600 millones. «¿Les estamos diciendo a los científicos que se vayan a Alemania mientras nosotros somos un país de camareros?», preguntaban. Desde entonces el goteo creciente va camino de convertirse en un chorro de agua fría para las ilusiones entre los jóvenes investigadores que se han ido o hacen las maletas porque no tienen o carecen de posibilidades.

España ha sido un país dispuesto a facilitar la fuga de cerebros y, al mismo tiempo, impedir su entrada cuando la situación lo permitía. Juan Luis Vázquez obtuvo gracias a su manejo del idioma ruso buenos contactos en el Moscú aperturista de 1990. Abrigaba la esperanza de que alguno de los excelentes científicos que emigraban aquellos días de la Unión Soviética recalara en España. Ilusiones de un matemático patriota. Poco a poco, comprobaría cómo las esperanzas depositadas se iban al traste. Tuvo la oportunidad durante cinco años de trabajar con Victor Galaktionov, un matemático de primer nivel al que la Universidad fue incapaz, debido a su condición de extranjero, de conseguirle un buen puesto que le permitiera quedarse.

Vázquez enseguida se dio cuenta de que tenía poco futuro como director de investigación. Si en algún momento existió la ilusión que la comunidad científica española podía parecerse a la americana, se vino abajo. Dejó la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) y nunca más volvió a ser elegido para ocupar un lugar en el claustro universitario. Los partidos controlaban los puestos de dirección y los proyectos europeos caían como las ramas de un árbol por culpa de las disensiones políticas. Como no ha dejado de ocurrir en éste y en otros aspectos.

Si hay reflexiones capaces de guiar el sentido común, son éstas y otras extraídas de su experiencia. Las conclusiones de Juan Luis Vázquez, además de ejemplares y brillantes, resultan muy didácticas.