Anunciador de prodigios, por cada respuesta dos preguntas, catalizador de la imaginación, sepulturero de la intuición, el cometa Stephen Hawking ha vuelto. Su última puesta en escena se titula El gran diseño, texto harto más accesible y mundano que aquellos con los que el archifísico británico castigaba últimamente a sus fieles.

Es bien sabido que una reacción nuclear precisa de un moderador a fin de que no se vuelva incontrolable, explosiva. Diríase que Leonard Mlodinow (físico, divulgador y guionista (Star Trek) es la barra de grafito que atempera al plutonio Hawking (otra vez, como ocurriera en 2005 con la publicación conjunta de Brevísima historia del tiempo). Así las cosas, alineados dos astros, nace un libro que sabe horrores a teta materna, a aquel primer gran banquete que nos sirvió Carl Sagan: el venerable Cosmos. Hawking y Mlodinow gustan de recorrer, otra vez, como hiciera Sagan, el camino que lleva al ser humano de las explicaciones mitológicas a las científicas, de la credulidad al escepticismo, de la ingenuidad a la física cuántica. Una carrera larga en la que los relevistas, a menudo héroes, tuvieron que aprender a sortear las zancadillas de la incultura ajena. Hoy, que la ignorancia (y la religión, y la superstición...) ya no frena a la ciencia (¿cómo vas a frenar a quien ya te ha sacado medio circuito de ventaja?), los científicos pueden hablar a gusto.

El problema es que ya apenas se les entiende nada y resulta tentador defender nuestro castillo de incapacidad atacando: si comes pollo se te cae el pelo y mutas de orientación sexual (Evo), dice mi primo que no hay cambio climático (Mariano), el preservativo no es eficaz contra el SIDA (Joseph)... y más. Versiones selectas, VIPs, del maremagno de ripios que nos son tan familiares: eso no lo comas que es todo química, con tanto transgénico nos van a salir aletas, la evolución no es más que una teoría... La superstición es un acto de cobardía ante la fe y ésta es un reflejo de incompetencia ante la ciencia, que a su vez corre el riesgo de desmarcarse tanto del humano medio que lo repatria de nuevo al lodazal de la superstición.

El nuevo libro de Hawking es un esfuerzo grande por divulgar la «teoría M», la tremenda «teoría del todo» tan buscada por los físicos desde que, con el siglo XX matriculado en párvulos, la física cuántica y la relatividad se revelasen tan ciertas como contradictorias para gobernar las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza.