«Todos quedan a distancia de los veranos con mis tres mujeres»

OURENSE

El escritor Xosé Carlos Caneiro recuerda las fotos que sacaba a su familia en la playa
El escritor Xosé Carlos Caneiro recuerda las fotos que sacaba a su familia en la playa cedida

El escritor Xosé Carlos Caneiro recuerda las vacaciones en la playa con su pareja y sus dos hijas

27 jul 2020 . Actualizado a las 12:45 h.

Quien lo hubiera sabido, pero mi mejor verano fue entonces: mecido entre vosotras tres. Yo tenía la cámara en la mano. Y todo lo que yo hacía, hago y haré con algún instrumento fotográfico, infográfico, electrónico o digital entre mis manos está destinado al fracaso. Por eso la foto es mala. Pero a la foto le queda el alma, como a mis mejores veranos. Pensé que podía escoger una foto de los veranos en Valencia con mamá, subido en un caballo de madera, en las Arenas o la Malvarrosa. Pensé también que mi juventud son recuerdos de una playa de Benidorm, unos bares cetrinos y mucha noche cosida en las entrañas. Pensé, por último, que los veranos de Verín de mi niñez también eran veranos prodigiosos. Pero no. Mis mejores veranos sucedieron con vosotras tres. En cualquier arenal, océano, mar o charca. De La Manga a Gorlitz, de Cedeira a la Lanzada, Altea tal vez. Y lo escribo porque cuando lo recuerdo la piel se me hace un nudo y el estómago se me pone con carne de gallina en la garganta, o algo así. Mi mejor verano sois vosotras, sobre todo ahora que nos hemos quedado mamá y yo en nuestros veranos. Confieso que la primera vez la pena ya no la ahogaban ni los vinos, ni el frescor, ni las buenas comidas ni los libros sin molestia: papá esto, papá lo otro. Os echaba tanto de menos que bendije cada segundo que incomodabais mi soledad de escritor, o la escritura de mi soledad, mejor. Nunca fui más feliz. Cuando los veranos coleccionaban el hecho insoslayable de soportar algún berrinche, corajina, arrebato o rabieta de alguna de vosotras. La fiebre, el dolor de garganta, las noches de Dalsy, largo y sin hielo, como los sin malta que bebía en aquel tiempo y ya no bebo. Había momentos en que las metáforas estúpidas parecían menos comunes y la arena era oro y vuestros ojos estrellas y cada beso un pedazo de cielo. Nunca fui más feliz, aunque para ser sincero, tuve veranos de todos los colores. En Benidorm, a finales de los setenta, y antes de mis dieciocho, ya recorría las montañas de senos y cosenos y musculatura y timos y arrebatos de su reino.

Caneiro en la etapa en la que pinchaba en discotecas
Caneiro en la etapa en la que pinchaba en discotecas

Aquel Benidorm me hizo disyóquey, profesión que ejercí durante muchos años, mientras estudiaba en la universidad, y luego estiré por diversión hasta que llegó Berta, comandante, y mandó parar. Los disyóquey de entonces teníamos una visión de los veranos que no alcanzaba ningún mortal. Todos seguían eso que luego dinamitaron con una canción horrísona: ritmo de la noche. Se distorsionaban los cuerpos con músicas procaces y más dignas que estas de ahora. Y escribo la palabra «dignas» aunque no me guste apelar a ella. Pero así es y así era. Me pregunto cómo se ha instalado el reguetón en el reino de los cielos. Por dignidad, digo otra vez, había que expulsarlo.

El resto de mis veranos fueron menos importantes. Todos quedan a distancia de los veranos con mis tres mujeres. Quedamos Berta y yo. Echo tanto de menos los veranos de entonces que solo pulsar esta tecla, fin, ya casi me hace llorar.

«Me iré al río con la mochila, unos libros, unos periódicos, libreta, lápiz y bolígrafo»

Este año no iremos a Altea. La luz azul y naranja del Mediterráneo solo la veremos desde casa, donde todos los mares parecen más cercanos: porque somos lo que soñamos.

Me iré al río con la mochila, unos libros, unos periódicos, libreta, lápiz y bolígrafo. No falta de nada para ser feliz. Quizá la felicidad consiste en apreciar estas pequeñas cosas. Incluso en los veranos abrasados, todo ceniza, de mascarilla y pandemia.

Lo que más me duele es no poder abrazarnos. Encontré a Celso la pasada semana, mi amigo. Y nos quedamos a dos metros, como si ninguno estuviera lejos tanto tiempo. Los reencuentros ya no son lo mismo. Pero el verano en Verín tiene encanto. La felicidad se reencuentra. Como si fuese Celso.