Vivir en un nanopiso: estrechez a precio de oro

Vivienda

Los apartamentos diminutos transforman el estilo de vida de los ciudadanos en Hong Kong

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Un miniapartamento en Hong Kong

Anthony Kwan / Bloomberg

En casa de Ángel Maldonado no hay quien se pierda. Situada en un bloque de viviendas del populoso barrio de Mong Kok, sólo cuatro metros y medio separan la puerta de entrada de su cama, pegada a la pared del fondo del piso. Cocina, salón y dormitorio, todo en uno. Al levantarse por la mañana, este alicantino de 36 años tan sólo tiene que dar cuatro pasos: a la izquierda queda la cafetera y todo lo necesario para un buen desayuno; a la derecha, un armario con su ropa. Todo al alcance de la mano. Ya vestido y con las pilas cargadas, requiere de otras dos zancadas para alcanzar la puerta del baño, un habitáculo pequeño pero que cuenta con lo imprescindible. Terminado su aseo, otros tres pasos le sirven para alcanzar el umbral, calzarse y salir al rellano. Así comienza un nuevo día en Hong Kong, capital mundial de los nanopisos.

Por este espacio inferior a 20 metros cuadrados, este profesor de inglés paga al mes 10.500 dólares de Hong Kong (unos 1.200 euros al cambio). Muchos en España se llevarían las manos a la cabeza, pero él se muestra conforme. “Buscar piso en esta ciudad es complicado. Los precios cada vez son más altos, y los que están disponibles desaparecen de un día para otro”, cuenta desde el sofá cama de la entrada. “Este es luminoso, está limpio, renovado y bien situado. De entre los que vi que no se salieran de mi presupuesto, fue el único en el que sentí que podía estar cómodo”. Y se limpia muy rápido, añade entre risas.

Los inquilinos consideran que la situación es abusiva

Ángel sabe bien de lo que habla. Durante los ocho años que lleva en la excolonia británica, se ha mudado de casa en más de cinco ocasiones. En este tiempo, ha sido testigo de cómo los precios se disparaban hasta consolidar a Hong Kong como el mercado inmobiliario más caro del mundo, a la par que los espacios se achican hasta mínimos impensables. “He visto de todo. Unos pocos son decentes, pero muchos otros son pisos enanos que se caen a trozos, muchas veces subdivididos de otros más grandes en los que cabe un colchón y poco más”. Lo peor, que ni siquiera son baratos. “Piden hasta 8.000 dólares mensuales (unos 900 euros) por auténticos cuchitriles”, apostilla.

En esta metrópolis, el de la vivienda se ha convertido por méritos propios en uno de los temas de conversación estrella entre compañeros de trabajo, amigos o desconocidos. Y siempre hay novedades con las que aderezar esas charlas. Una de las últimas fue la salida a la venta en febrero de un piso de 12 metros cuadrados (más un balcón de 1,85) por unos 250.000 euros. Por el mismo precio que un buen apartamento de tres o cuatro habitaciones en muchas ciudades de España, al hongkonés medio le ofrecen poco más que el tamaño de una plaza de garaje o de una celda en prisión. Una bicoca, vamos.

Según el diario local South China Morning Post, estas viviendas forman parte de una promoción nueva en el desarrapado barrio de Sham Shui Po, y “pondrán a prueba el límite de lo que el mercado considera un lugar habitable”. A tenor de los comentarios a la noticia, esa barrera ya se ha superado con creces. “Sus promotores deberían ser ahorcados, ¡no tienen vergüenza!”, clamaba uno de ellos. “Esto debería ser ilegal. Fin de la discusión”, añadía otro.

La mayor parte del tiempo libre se pasa fuera de casa

Mirar un mapa puede servir para dar con algunas de las claves del problema. Con menos de la mitad de superficie que Luxemburgo pero una densidad de población casi 30 veces mayor, tres cuartas partes del territorio hongkonés son montañas, parques y reservas naturales vetadas a los constructores. El gobierno local depende de la venta de terrenos para engordar sus arcas, todo un aliciente a la hora de ir soltando los lotes con cuentagotas al mayor postor, lo que luego repercute en el consumidor. Por si esto fuera poco, el dinero especulativo que entra de la vecina China continental se lleva una parte sustancial de lo construido, disparando aún más los precios y dejando a miles de hongkoneses frustrados sin la oportunidad de poder acceder a una vivienda.

Como resultado, esta ciudad se ha hecho famosa por su particular lista de “las casas de los horrores”. Además de los pisos subdivididos, están las “casas ataúd”, pequeños espacios robados a un pasillo o un altillo que pueden costar entre 200 y 350 euros mensuales. Últimamente, están ganando presencia los espacios de coliving, residencias con minúsculos dormitorios individuales (5 metros cuadrados) y cocina y baño compartidos a entre 400 y 700 euros al mes; o las “camas cápsula”, un concepto copiado de Japón por el que se ofrece una cabina similar a un “ataúd espacial” de dos metros de largo por uno de alto. Mientras, siguen surgiendo propuestas a cada cual más bizarra, como hacer casas en contenedores de transporte de mercancías, en tuberías de hormigón o construir islas artificiales en la que alojar hasta un millón de personas.

Ante este panorama, los promotores cada vez apuestan más por los nanopisos para llenar sus bolsillos y vaciar el de los compradores, y se espera que esta tendencia siga. “A los jóvenes se les vende el concepto de que sólo es necesario tener un lugar en el que ducharse, dormir y guardar lo imprescindible. El resto –trabajar, comer, socializar o divertirse– lo pueden hacer fuera, por lo que no necesitan mucho espacio”, asegura en su oficina Glory Tam, de 36 años, fundador de la firma de diseño de interiores Mystery Glory.

Bicicleta o patinete, prohibidos: ocupan demasiado espacio

Pero lo cierto es que el tamaño importa, y mucho, ya que condiciona el estilo de vida de miles de ciudadanos. Así lo resumen ellos mismos: comprar, lo justo y necesario. Bicicleta o patinete, prohibidos, ocupan demasiado espacio. Los recuerdos de la infancia, mejor en casa de los padres. Los zapatos, en el rellano. Los libros, de la biblioteca. El trabajo, en la oficina. Las visitas, si se quedan, sólo por unos días. Incrementar la familia, para cuando puedan mudarse a uno más grande. Y la mayor parte del tiempo libre, en la calle o derivados (cine, restaurante, parques...). “Antes la gente creaba un hogar, un espacio con el que establecía vínculos y que podía pasar de padres a hijos. Pero ahora todo es más rápido y efímero. Eso incluye la vivienda, que se puede cambiar de un día para otro sin demasiada parafernalia”, apunta el diseñador, que también vivió durante años en uno de esos espacios mínimos.

La popularidad de las microviviendas no sólo condiciona la vida de puertas adentro, sino que afecta a la fisionomía de la urbe por fuera. “Sólo en estas dos manzanas han abierto hasta seis lavanderías automáticas 24 horas”, asegura Anna Wah, vecina del barrio
de Yau Ma Tei. Por la ciudad, decenas de estos negocios –con wifi, máquinas de comida y hasta servicios de peluquería o cafetería incluidos– se están haciendo las
reinas del paisaje urbano como resultado de la falta de espacio en casa para tener lavadora. También brotan como setas los trasteros en alquiler, mientras que los negocios de comida a domicilio están desbordados dado que pocos cuentan con sitio para cocinar algo elaborado.

Agobiados por la falta de espacio y los precios, muchos piden a las autoridades que tomen cartas en el asunto y establezcan un tamaño mínimo obligatorio para los pisos, algo que ya se hace en otros países. Sin embargo, los adalides del libre comercio y el capitalismo a ultranza que gestionan este territorio no están por la labor de hacerlo. “Existe una demanda real de estas unidades tan pequeñas, sobre todo entre los jóvenes que quieren dejar la casa de sus padres y sólo pueden permitirse un apartamento como este. No es nuestra tarea decidir en qué tamaño se les permite o no vivir”, defendió recientemente Paul Chan, secretario de Finanzas del Gobierno.

Por eso, todo apunta a que los promotores seguirán apostando por el “donde caben dos caben tres” para maximizar sus inversiones con planes de vivienda “a lo colmena”, como el proyecto de reconvertir el antiguo hotel Harbour Plaza, de 1.100 habitaciones, en un complejo con más de 5.000 pisos en los que alojar a unas 7.500 personas. “Lo más triste de todo esto es que les da igual cómo viva la gente con tal de llenarse el bolsillo. La gente mayor, los niños... todos deberían poder disfrutar de una vivienda digna. Deberían hacer algo para que Hong Kong sea un sitio más habitable”, subraya Ángel antes de irse a ver a unos amigos. Seguro que los inquilinos de las otras 18 viviendas con las que comparte planta en este edificio, familias incluidas, están de acuerdo.

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