Antonio y Emilio Izquierdo, 33 años de la matanza de Puerto Hurraco: “Ya nos hemos vengado”

Las caras del mal

Un amor prohibido, un incendio y una venganza desencadenaron uno de los casos más terribles de la crónica negra española

Antonio y Emilio Izquierdo, 33 años de la matanza de Puerto Hurraco: “Ya nos hemos vengado”

Antonio y Emilio Izquierdo, 33 años de la matanza de Puerto Hurraco: “Ya nos hemos vengado”

LVD

“Esto no va a quedar así. Te juro que esto nos lo vamos a cobrar. Pero con sangre y pólvora”. Aquella amenaza a voz en grito de Luciana, se materializó en una de las venganzas más atroces que ha dado la criminología española.

Una serie de rencillas entre los miembros de dos familias de un mismo pueblo, los Pataspelás y los Amadeos, terminó con la vida de nueve personas en agosto de 1990. Disputas, amenazas, peleas, apuñalamientos y toda clase de reyertas, hicieron del tranquilo pueblo de Puerto Hurraco, en Badajoz, una de las localidades más negras de nuestra geografía. Desde aquella cruenta matanza han transcurrido ya 33 años.

Rencillas familiares

Todo se inició veinte años antes de la masacre. Habría que remontarse a 1967, cuando Amadeo Cabanillas, de los Amadeos, traspasó con su arado los límites de sus tierras invadiendo las de la familia Izquierdo, los Pataspelás. La bronca fue monumental y llegaron a las manos. A partir de ahí, la hostilidad no cesó, ni siquiera cuando Amadeo y Luciana Izquierdo se enamoraron y mantuvieron una relación. De hecho, la pareja estuvo a punto de casarse, pero Amadeo acabó por rechazarla.

Algunos testimonios señalan que la ruptura hizo mella en Luciana, lo que enfureció especialmente a su hermano mayor, Jerónimo Izquierdo. Aprovechándose de una nueva discusión a causa de los límites de sus respectivas tierras, éste la emprendió a puñaladas con Cabanillas, al que mató. Jerónimo fue condenado a 14 años de prisión y, una vez cumplida la pena, se mudó a Barcelona.

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Isabel, la madre de los hermanos Izquierdo (Puerto Hurraco)

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Otro de los extraños sucesos que rodearon a la familia Izquierdo fue la muerte de la madre, Isabel. En 1984 se produjo un incendio en la vivienda y ella no logró escapar de las llamas. Se quemó viva ante la atónita mirada de sus seis hijos, entre ellos Antonio y Emilio. La familia Izquierdo señaló a los Amadeos como los únicos responsables, pero el caso nunca se esclareció. El presunto móvil del crimen era el romance que esta mujer había tenido en su juventud con el abuelo de los Cabanillas.

Las malas lenguas afirmaban que nadie quiso ayudarla: “Salvaban de las llamas el televisor, el frigorífico y los muebles mientras la madre se tostaba en una de las habitaciones de dentro”.

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Imagen de la casa de los hermanos Izquierdo tras el incendio (Puerto Hurraco)

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El rumor que corría por las calles era que el autor del incendio era el hermano del fallecido Amadeo, Antonio Cabanillas, que quería vengarse por lo ocurrido a su hermano. Sin embargo, ante la falta de pruebas, la policía no pudo inculparlo.

En 1986 Jerónimo Izquierdo regresó a Puerto Hurraco para apuñalar hasta la muerte al presunto asesino de su madre, Antonio Cabanillas. No logró su cometido: le hirió de gravedad, aunque sobrevivió. Por su parte, Jerónimo fue conducido al hospital psiquiátrico de Mérida, donde falleció nueve días más tarde. Tras este episodio, los hermanos Izquierdo tuvieron que abandonar el pueblo, pero juraron regresar para hacer justicia.

20 minutos de disparos

Transcurrieron cuatro años hasta que la familia Izquierdo decidió volver a Puerto Hurraco, un tiempo en el que Ángela y Luciana alentaron a sus hermanos Emilio y Antonio para perpetrar un nuevo escarmiento, esta vez, en forma de venganza.

Mientras Ángela y Luciana se alejaron en tren hacia Madrid, Emilio y Antonio dieron comienzo a la peor masacre de la historia en España. Eran las diez de la noche del 26 de agosto de 1990 cuando los hermanos Izquierdo, vestidos de caza y con dos escopetas y más de 300 cartuchos, llegaron al centro del pueblo en su Land Rover y se escondieron en un callejón para no ser vistos.

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Hermanas Cabanillas asesinadas en Puerto Hurraco

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Esperaron al acecho para disparar a cualquier persona que perteneciera al clan de los Amadeos. Aunque su respiración era entrecortada, aguardaron pacientemente. De repente, Antonio y Encarnación Cabanillas, dos niñas de 14 y 12 años respectivamente, salieron a jugar a la calle. Se las veía felices mientras bailaban y cantaban en medio de la calzada.

Es en ese instante cuando los dos hermanos no dudaron en coger sus escopetas y dispararlas hasta en dieciocho ocasiones. Las balas despedazaron los tórax de las pequeñas debido al tipo de cartucho empleado.

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Puerto Hurraco tras la masacre de los hermanos Izquierdo

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Se trataba de unas postas, forradas de plomo y hierro, que sirven para atravesar la piel dura de los jabalíes. “Como cuando salimos a cazar tórtolas”, explicaron los asesinos durante la toma de declaración, una vez detenidos.

Ante los ensordecedores estruendos, salió a la calle la tercera hermana, que también fue salvajemente acribillada. Después apareció en escena Manuel Cabanillas, de 57 años, que les recriminó: “¡Estáis locos, que las vais a matar! ¿No veis que son unas niñas?”. Cinco disparos acabaron con su vida. El hijo de este también fue alcanzado en la espalda.

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Los gritos y los lamentos inundaron el centro de un pueblo cuyos habitantes no daban crédito a lo que estaba sucediendo. Reinaba la confusión y el miedo, mientras Antonio y Emilio continuaban cargando cartuchos en sus escopetas. No hubo tregua para nadie. Los cañonazos eran indiscriminados, disparaban a todo ser viviente con el que se topaban.

Una de las vecinas, Araceli Murillo Romero, que se encontraba tomando el fresco en la puerta de su casa, fue asesinada de dos disparos. Otro de los vecinos, José Penco Rosales, consiguió llevarse en su coche a dos de los heridos a un pueblo vecino, Castuera, pero cuando regresó fue abatido a tiros al volante. Los asesinos prosiguieron con la matanza: la venganza les había cegado la razón.

Una carnicería

Como si de una película del Oeste se tratara, dispararon a los tejados, las puertas, las ventanas y los vehículos estacionados. Tres vecinos murieron mientras intentaban escapar, aunque varios de ellos pudieron llegar al cuartel de la Guardia Civil, que envió una patrulla al lugar de los crímenes.

Durante una hora, Antonio y Emilio Izquierdo pasearon por Puerto Hurraco dejando un reguero de muertos tras de sí. Ya no importaba el apellido. El escenario parecía más una carnicería debido a la cantidad de sangre derramada por las víctimas. Una vez finalizada la matanza, Emilio y Antonio huyeron al monte. Tras nueve horas de búsqueda y un dispositivo policial de doscientas personas, fueron capturados.

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Momento de la detención de Antonio Izquierdo tras huir de Puerto Hurraco

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Esa misma mañana la prensa se hizo eco de la terrible noticia y la conmoción se apoderó de Puerto Hurraco y de la opinión pública. Los familiares de las víctimas se unieron en un solo grito: “¡Que les arranquen la piel, que maten a sus hijos para que vean cómo duele, que nos los dejen a nosotros!”.

Entre las perlas que los asesinos dejaron durante el interrogatorio policial, cabe destacar la que soltó Emilio Izquierdo, el supuesto líder de los Pataspelás: “Hemos disparado ahora en agosto porque soy muy friolero [...] y en invierno se me agarrotan los dedos y no hago puntería”. Y también dejó claro que “si no nos hubierais detenido, habríamos vuelto a dispararles durante el entierro de los muertos”.

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Luciana y Ángela y su papel en la matanza de Puerto Hurraco

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Una vez en prisión, el psiquiatra José Gómez Romero se entrevistó con los hermanos, a veces en pareja y otras por separado, para valorar su estado mental y hacer un informe al respecto. Durante una de esas charlas, al médico le llamó la atención cómo Emilio le explicaba qué habían hecho antes y durante la masacre:

“Antes de salir nos tomamos un lexatin de tres miligramos para que no nos temblara el pulso al apretar el gatillo. [...] Yo iba a apañar a Antonio Cabanillas o a sus hijas, para que sepan lo que duele perder a un ser querido y dejarles un recuerdo que no se les olvide jamás. [...] Tiro a todo bulto que veo, apuntando al corazón y a la cabeza”.

Las inductoras

Con Emilio y Antonio encarcelados, el pueblo también señaló a las dos hermanas, Ángela y Lucía, como principales inductoras de la matanza. Llegaron a compararlas con el “mismísimo diablo”. Incluso las autoridades alertaron de su desaparición en ese tiempo. Nadie las había visto en la casa que compartían los cuatro hermanos en la pedanía pacense de Monterrubio.

Parece ser, tal y como aclararon después, que tenían intención de hablar con Felipe González, por aquel entonces presidente del Gobierno, para contarle sus “desgracias”. De hecho, llegaron a visitar la Moncloa, aunque no consiguieron que las recibiera. A raíz de ese viaje relámpago, la policía pudo identificarlas, dar con su paradero y traerlas de vuelta a Badajoz. 

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Ángela y Luciana Izquierdo tras conocer la noticia de la matanza de Puerto Hurraco

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En aquel trayecto en tren y ante los micrófonos de Antena 3, las hermanas Izquierdo intentaron justificar su extraña desaparición. Solo querían ir al oculista en Puertollano. Pero, ¿en domingo? ¿Y qué les hizo cambiar de opinión y poner rumbo a Madrid?

La imagen de ambas mujeres, vestidas de riguroso luto, hizo presagiar que ya sabían de antemano lo que sus hermanos habían hecho. Sin embargo, negaron una y otra vez ser las instigadoras de la masacre. Solo proclamaban su profundo fervor religioso, que los Cabanillas eran los responsables de su desdicha y que necesitaban ver y hablar con Antonio y Emilio para conocer la verdad de lo ocurrido.

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Un agente custodia a Ángela Izquierdo tras la matanza de Puerto Hurraco

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Cuando al día siguiente llegaron a la estación de Badajoz, varios agentes de policía escoltaron a Ángela y Luciana hasta los juzgados de Castuera. A las puertas del edificio, las esperaba una muchedumbre de periodistas, familiares de las víctimas y curiosos. 

Aquella mañana el juez Casiano Rojas inició el interrogatorio para descubrir su participación en los terribles crímenes: estaba convencido de que ellas conocían a la perfección todo el plan.

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Pese a sus contradictorios testimonios, no había pruebas a las que el magistrado pudiese aferrarse para llevarlas a prisión. Aun así, Casiano Rojas ordenó que las recluyeran en el hospital psiquiátrico de Mérida.

Los expertos que las examinaron concluyeron que estaban ante dos cuerpos con una sola mente. También señalaron que la muerte de la madre de los cuatro hermanos provocó en ellos “un trastorno paranoide con sobrevaloración de una sola idea: la venganza”. Así concluía el informe psiquiátrico.

“Que sufra el pueblo”

Mientras tanto, en la puerta de los juzgados, una gran multitud esperaba la salida de las hermanas Izquierdo. Los gritos de dolor se confundían con aquellos que clamaban justicia. Uno de ellos, era Antonio Cabanillas, padre de las niñas asesinadas por los Pataspelás.

Varios agentes de la benemérita tuvieron que reducirlo porque portaba un cuchillo de grandes dimensiones: pretendía amenazar a las presuntas inductoras y no agredirlas, “al menos por el momento”, le dijo a la Guardia Civil.

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Los hermanos Izquierdo durante el juicio por la masacre de Puerto Hurraco

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En enero de 1994 dio comienzo el juicio contra los hermanos Antonio y Emilio Izquierdo. Sus hermanas, Ángela y Lucía, habían sido exculpadas dos años antes e ingresadas en un centro psiquiátrico. Durante el proceso, las declaraciones de los homicidas reabrieron las heridas de los familiares de las víctimas. Aquel “ya nos hemos vengado. Ahora que sufra el pueblo”, encendió todavía más los ánimos de los allí presentes.

Finalmente, los hermanos Izquierdo fueron condenados a 684 años de cárcel. En cambio, sus hermanas permanecieron ingresadas en la institución psiquiátrica de Mérida hasta su muerte en el 2005. Las habían diagnosticado un proceso paranoide con trastorno delirante compartido.

Antonio Izquierda, custodiado por la policía, acude a despedirse de su hermano Emilio tras su muerte

Antonio Izquierdo, custodiado por la policía, acude a despedirse de su hermano Emilio tras su muerte

efe

La sentencia cayó como un jarro de agua fría entre los vecinos de Puerto Hurraco. La mayoría no tenía dudas en señalar a Ángela y Lucía como las únicas inductoras de la matanza. Sin embargo, Antonio y Emilio terminaron cargando con el peso de toda la culpa.

Emilio murió en diciembre de 2006 en la cárcel de Badajoz y al entierro acudió Antonio, que, arrodillado delante de su tumba, dijo: “Hermano, te vas con la satisfacción de que tu madre ha sido vengada”. Por su parte, Antonio acabó con su vida ahorcándose en prisión. Era la madrugada del 26 de abril de 2010.

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