* La autora forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
Con esta ola de calor, he contemplado un fenómeno algo curioso: los racimos de caracoles. Los he retratado en el huerto del monasterio de Pedralbes de Barcelona, cuyos troncos delimitadores de las parcelas están llenos de los llamados grappes, como se aprecia en estas fotografías en Las Fotos de los Lectores de La Vanguardia.
Los caracoles forman estos racimos cuando huyen del suelo caliente, calentado por las altas temperaturas, y ascienden a las ramas y a las hojas de las plantas o los troncos para poner en práctica esta particular "hibernación" veraniega.
Racimo de caracoles en un tronco.
Se agrupan así en racimos, que no es más que una estrategia de los caracoles para contrarrestar los efectos de las elevadas temperaturas y de la baja humedad ambiental. En realidad, hacen valer el dicho de "la unión hace la fuerza".
Racimo de caracoles en el huerto del monasterio de Pedralbes.
El objetivo vital es evitar morir por deshidratación. Se sujetan de esta forma, todos juntos, gracias al epifragma, que pueden conseguir formar aproximadamente en 10 minutos. Se trata de una formación de mucosa caliza, propia de los gastrópodos.
Caracoles aguantando el sol.
Su función es tapar la entrada de la concha y mantener la humedad necesaria en el interior. En caso de rotura, debe ser reformada de nuevo mediante la acumulación de secreciones específicas. Así que si veis a un caracol en esta posición, mejor no molestarlo.
De esta forma, los caracoles entran en un periodo de estivación (estado fisiológico de torpor que aparece durante el verano a causa del calor y la sequedad). Pueden estar así más de un mes, aunque incluso hasta cuatro meses, en estado de letargo, reduciendo su metabolismo y sus pulsaciones a casi la mitad de lo habitual. Ahorran energías y se adaptan a la dureza del calor.
Caracoles agrupados.
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