Evitar la extinción de la pava aliblanca, un ave que sólo habita en los bosques secos andinos del noroeste de Perú, se ha convertido en un reto para los expertos en conservación. Actualmente, quedan menos de 250 ejemplares de esta especie, catalogada como en peligro crítico por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Redescubierta en 1977, tras haber sido dada por desaparecida, la pava aliblanca vive un complicado proceso de recuperación cuya consolidación que depende en gran parte del éxito de una experiencia de ecoturismo que se desarrolla en el área de conservación de Chaparrí, un espacio natural ubicado en el departamento peruano de Lambayeque, en donde se encuentra una subpoblación de unos 70 ejemplares. Aquí se desarrolla el acuerdo de custodia del territorio, impulsado por el fotógrafo y conservacionista Heinz Plenge en colaboración con la comunidad indígena de Chongoyape.
Que la pava aliblanca aún sobreviva es un pequeño milagro. Durante decenios ha sido un animal perseguido. Ave confiada, fácil de atrapar, parecida a nuestra pava doméstica (no vuela precisamente como un cóndor), ha sido el blanco predilecto de los cazadores, sobre todo antes de que se aprobara su protección (aunque ésta lo ha sido muchas veces sólo sobre el papel).
Esta persecución se ha prolongado hasta nuestros días. Su carne servía para hacer guisos y estofados (el pipión), lo que ha constituido una de las causas del declive de sus poblaciones. Además de este problema, la destrucción de sus hábitats, los clareos del bosque para cultivar o extraer leña y carbón, así como las concesiones mineras que ocupan su territorio siguen aún provocando un fuerte impacto.Por eso su completa “resurrección” no será fácil.
Historia de un ave rediviva
Por eso su completa recuperación no será fácil. La pava aliblanca fue descrita por primera vez en 1878 por el naturalista polaco Ladislao Taczanowsky. Posteriormente no se localizaron más ejemplares durante casi un siglo y se la dio por extinguida. Fue la ornitóloga Maria Koepcke quien intuyó que tal vez podrían quedar algunos ejemplares, y propuso al conservacionista y cazador Gustavo del Solar que emprendiera su búsqueda. Éste logró recoger algunos testimonios de la existencia del ave gracias a la colaboración de pobladores locales, y tras organizarse una expedición –en la que también intervino el ornitólogo John O’Neil- fue localizada en 1977 en la quebrada San Isidro, en la zona de Olmos (Lambayeque).
Hábitat muy especial
“Hay muy pocos datos sobre este animal, que vive en zonas muy aisladas y fragmentadas”, explica Andrés Requejo de las Heras, un biólogo español que participa en un proyecto de conservación que ha contado con la ayuda de dos entidades españolas (Port Aventura y Fundació Barcelona Zoo). La pava aliblanca (Penelope albipennis) elige las quebradas, los fondos angosto de los valles junto a los torrentes, y en donde no hay presencia humana. Actualmente, sobreviven tres núcleos o subgrupos aislados sin contacto entre ellos, repartidos en 22 localidades en un área de unos 30 kilómetros . Endémica del bosque seco tropical, su hábitat general se concentra en una franja forestal discontinua y parcheada de unos 120 kilómetros de largo por 5 kilómetros de ancho paralela a la cordillera de los Andes a cotas sobre los 500 metros de altura. Allí encuentra refugio, preferentemente en cinturones de arbolado que les sirven para alimentarse y asentar sus nidos. Las áreas de alimentación y de reproducción coinciden. Se alimentan de frutos, hojas, brotes, flores y semillas tanto de árboles como de arbustos pegados a las quebradas o valles estrechos y hondos preferentemente con un curso constante de agua.
Trabajo de un biólogo
“Su hábitat está muy degradado y fragmentado, y por eso lo que habría que hacer es conectar biológicamente estos núcleos para que se pueda reproducir en zonas más amplias y evitar la consanguinidad. En algunas casos, se necesitan reintroducciones”, agrega Requejo, que ha estado trabajando dos meses en Chaparrí (entre mayo y junio de 2015) . Allí, su trabajo se ha centrado en la elaboración de censos, el estudio de la nidificación, localización de los actuales hábitats y exploración de los mejores emplazamientos futuros, así como en el examen de las posibilidades de conectar los espacios ahora aislados.
Acciones y ecoturismo
Requejo sostiene que para salvar esta especie resultan clave iniciativas de turismo ornitológico, como la que se lleva a cabo en el área privada de Chaparrí, que permiten reducir el riesgo de la desaparición de esta especie. Aquí, se han llevado a cabo reintroducciones de la especie mediante la suelta de animales, gracias a la custodia del territorio emprendida por Heinz Plenge. Con este plan, se administra un terreno de 100 hectáreas, de manera que mientras la población indígenas recibe unos ingresos, los visitantes disponen de un centro de turismo así como guías para poder conocer la particular ecología de la pava que “resucitó”.
“El caso de la pava aliblanca es un ejemplo de cómo se puede ayudar a las especies amenazadas desde áreas de propiedad y gestión privadas basadas en el ecoturismo, donde los ingresos contribuyen a mantener y recuperar la biodiversidad”, dice Requejo en un artículo firmado en la prestigiosa revista Quercus.
Medidas eficaces, un gran ejemplo
Entre las medidas desarrolladas en el área de conservación privada de Chaparrí algunas ya han dado sus frutos. En la zona, por ejemplo, se han adecuado arroyos temporales para que las aves tengan garantizada la presencia de agua. También se han construido pequeños azudes, con posaderos en las cercanías, para que el animal pueda disponer de abrevaderos. También se han creado comederos en el interior de bosque y se han plantado frutales (chirimoyas, ciruelos, cerezos...) en zonas propias para mejorar su alimentación, y se ha intensificado el control del furtivismo con la creación de una guardería bien formada...