¿Eran los templarios malos soldados?

Edad Media

Uno de los mitos asociados a la orden del Temple es el de que sus miembros no eran competentes y, por ello, perdieron Tierra Santa. Pero ¿contaron con el apoyo necesario?

Godofredo de Bouillon y caballeros templarios durante la primera cruzada

Godofredo de Bouillon y caballeros templarios durante la primera cruzada. 

Art Media/Print Collector/Getty Images

A los templarios se les ha hecho a menudo responsables de la pérdida de Tierra Santa, cosa que no es cierta. Ellos, lo mismo que los hospitalarios, fueron la punta de lanza de las fuerzas cristianas en la franja sirio-palestina y los combatientes más decididos de cuantos actuaron contra los musulmanes. De hecho, cuando estos les capturaban, generalmente les asesinaban entre las más duras torturas: sabían que ni abjurarían de su fe ni podrían obtener rescate por ellos, pues los del Temple tenían prohibido emplear el dinero de la orden en otra cosa que no fuese el combate.

Los templarios tenían fama de guerreros sin cuartel. Los musulmanes no dudaban en mandar asesinar a casi todos los templarios y hospitalarios que caían en sus manos. Así respondían a su ferocidad y su eficacia en el campo de batalla, llamándoles asesinos y acusándoles de ser lo peor de los infieles. Su entrega y su disciplina eran tales que las crónicas musulmanas reconocen que jamás se retiraban; antes preferían la muerte.

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En una ocasión, en el sitio de la ciudad de Darbsak por parte de Saladino, los templarios taponaron una brecha del muro con sus propios cuerpos. Cuando uno de ellos caía era rápidamente reemplazado por otro, aun sabiendo que la muerte le sobrevendría en breves instantes.

Es cierto que, dada la gran influencia que ejercieron, tuvieron parte de culpa en el clima de rivalidades que se dio en los territorios conquistados de Tierra Santa, y también cometieron errores de bulto en el plano militar. Así, en la batalla de Hattin, en julio de 1187, el gran maestre Gerard de Ridefort (un “oportunista e intrigante”, según Frale, que incomprensible y sospechosamente salvó la vida en las dos ocasiones en que Saladino le capturó) tuvo un papel irresponsable y casi suicida en los prolegómenos del choque militar. Con ello provocó en buena medida la pérdida de Jerusalén.

Batalla de Hattin, en 1187.

Batalla de Hattin, en 1187.

Dominio público

Sin embargo, hacía ya tiempo que las divisiones de las diversas facciones cristianas habían minado la resistencia de los cruzados, lo que, unido al buen hacer político y militar de Saladino, permitió la paulatina recuperación del territorio por parte de los musulmanes. Sería injusto atribuir a los templarios la principal responsabilidad de este proceso.

Fueron más sus esfuerzos y aportaciones, tanto en hombres como en dinero, para el mantenimiento de aquellos enclaves en Oriente que los errores cometidos en su defensa. Sin las órdenes militares, las conquistas cristianas se hubiesen perdido antes. Cuando cayó el último bastión, el de San Juan de Acre, en 1291, fueron los templarios sus últimos defensores.

El momento había pasado

Tras la derrota no les quedó más remedio que refugiarse en Chipre. Desde allí se dedicaron a planear la reconquista. Para ello trataron de establecer –lo que lograron durante breves períodos de tiempo– algunas cabezas de puente en la costa sirio-palestina, pero la negativa correlación de fuerzas hizo fracasar sus intentos. Sin embargo, el gran maestre Molay no dejó de enviar delegaciones ante el papado y los reyes de la cristiandad para tratar de organizar una nueva cruzada que permitiese reconquistar Jerusalén, manifestándoles su voluntad de poner el inmenso tesoro de la orden a disposición de la empresa.

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Jacques de Molay, el último Gran Maestre de los templarios, vestido con túnica blanca. 

Terceros

Pero el contexto en Europa ya no era favorable a la misión: los papas morían uno tras otro en medio de profundas rivalidades entre prelados que amenazaban con la división de la Iglesia; las hostilidades se habían desatado entre Francia e Inglaterra en los preámbulos de lo que sería la guerra de los Cien Años; y las tensiones, con injerencias en el colegio cardenalicio incluidas, eran cada vez más graves entre los reinos cristianos. La conclusión es que resultaría imposible aunar fuerzas para organizar una nueva cruzada. 

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 497 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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