El sumo no es deporte para flacuchos

Deportes sin fronteras

Los extranjeros, y en especial los mongoles, mandan

Hakuho, uno de los grandes campeones de sumo nacido en Mongolia

Hakuho, uno de los grandes campeones de sumo nacido en Mongolia

AP

Con sus orígenes en ceremonias religiosas del siglo VIII, el sumo es un pilar de la cultura japonesa y el segundo deporte más popular del país (a nivel de espectadores, practicarlo es otra cosa) después del béisbol. Pero el hecho de que la inmensa mayoría de los últimos yokozunas (grandes maestros) sean extranjeros, en especial mongoles, es motivo de consternación nacional, y un fenómeno objeto de investigación sociológica.

Tradicionalmente era una manera de escapar a la pobreza en la sociedad rural, de manera parecida a como antes en España se enviaba a los chicos de los pueblos al seminario. Entraban a los quince años, nada más acabar la primaria, a las escuelas de sumo (en la actualidad hay 43), organizadas de manera jerárquica, de manera que los recién llegados no tienen derecho a llevar teléfono móvil y se encuentran al servicio de los más avanzados, para quienes hacen la comida, acompañan al baño e incluso rascan la espalda.

Lee también

Antes las familias japonesas del campo enviaban a sus hijos de 15 años a las escuelas de sumo, como una salida

La carrera de un rikishi (luchador profesional de sumo) suele durar, si es muy bueno, hasta los 33 o 34 años, y no se gana mucho dinero (máximo unos 25.000 dólares anuales en el caso de un campeón). Los demás han de conformarse con la manutención, el alojamiento y las dietas para los desplazamientos cuando participan en torneos. Al retirarse, es habitual que se encuentren desplazados, sin un lugar en la sociedad. No saben hacer otra cosa. Algunos montan restaurantes especializados en el tipo de comida que consumen, otros se hacen masajistas, acuden a castings para anuncios publicitarios, o se dedican al cuidado de personas mayores (no tienen problema en desplazar peso), igual que de jóvenes hacían con los veteranos.

La condición de yokozuna la otorga la Asociación de Sumo de Japón de acuerdo con los resultados obtenidos en seis grandes torneos que se disputan al año, sin categorías en función del peso como en el boxeo, de manera que conviene tener envergadura para poder echar al rival del dohyo (el círculo de 4.55 metros de diámetro en el que se lucha), una de las maneras de ganar, junto con lograr que el enemigo toque el suelo con alguna otra parte del cuerpo que la planta del pie. Clave de la popularidad del deporte es su simplicidad. Se pueden dar cabezazos –muchos combates se dilucidan en la carga inicial–, pero no meter el dedo en el ojo, tirar del pelo o dar puñetazos (sí bofetadas).

Lee también

Los expertos atribuyen la ausencia de grandes campeones nipones al progreso económico, y a que ya son pocos quienes envían a sus hijos a las escuelas de sumo. Mongoles, búlgaros, estonios y hawaianos (el primer yokozana extranjero fue Chad Rowan, una leyenda), además de tener las condiciones físicas necesarias, están en cambio muy motivados y han desa­rrollado una excelente técnica, con movimientos laterales que no forman parte de la tradición japonesa, muy efectivos.

De los alrededor de seiscientos rikishi, únicamente 47 son extranjeros, ya que primero las autoridades limitaron la cuota a dos por gimnasio o escuela, y más tarde a uno. De ellos, más de la mitad son mongoles, incluido el gran maestro reinante (puede haber varios simultáneamente), que responde al nombre deportivo de Terunofuji, de 32 años y muy castigado por las lesiones. Profesional desde el 2011, alcanzó el grado de ozeki (el segundo más alto) cuatro años después, pero la diabetes y problemas en las rodillas provocaron una caída en picado. En el 2020, cuando parecía acabado, resurgió de sus cenizas y fue elevado a yokozuna. Por el momento no hay ningún candidato claro para sucederlo en el trono, con las esperanzas del país puestas en Takakeisho y sus 165 kilos de peso.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...