Alfonso el Magnánimo, el monarca cultural

HISTORIA

Una nueva biografía del rey de la Corona de Aragón, conquistador de Nápoles, destaca su aportación a la literatura y las artes y a la expansión del Renacimiento en sus dominios

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Ilustarción: Ximo Abadia

Acostumbramos a vincular el término imperialismo con Castilla. Sin embargo, mucho antes de que Hernán Cortés tomara Tenochtitlán, un monarca aragonés, Alfonso V el Magnánimo (1396-1458), conquistó Nápoles, uno de los grandes reinos del Mediterráneo. Por otro lado, como soberano católico, defendió el ideal de cruzada y se enfrentó a los musulmanes por el dominio del Norte de África. Eso nos lleva a pensar que, tal vez, cuando el cardenal Cisneros se apoderó de Orán a principios del siglo XVI, hacía algo más que cumplir con el testamento de Isabel I la Católica. Su política enlazaba a la perfección con el tradicional expansionismo catalano-aragonés.

Alfonso, de acuerdo con sus panegiristas, sobresalió por su carácter sensible, por su cultura, por su elegancia. Pero no nos entusiasmemos demasiado. Como cualquier conquistador de cualquier época, podía ser un perfecto bestia si la violencia convenía a sus intereses. Así, en Cerdeña, no dudó en ordenar que, si hacía falta, los rebeldes independentistas fueran vendidos como esclavos.

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Alfonso el Magnánimo según el pintor Felipe Ariosto en una copia en la colección del Museo del Prado (1634) 

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Por entonces la pluma estaba más cerca de la espada de lo que ahora imaginamos: solo tenemos que pensar en el clásico arquetipo del soldado escritor. Alfonso no solo fue un gran guerrero, también un mecenas de las letras y las artes, que utilizó, por supuesto, para hacer propaganda de su figura. Un reciente biógrafo, Josep Brugada, destaca en Alfons el Magnànim. Tres corones per a un rei (Base, 2023) su gran aportación al mundo de la cultura y el arte, tanto por los escritores a los que patrocinó como por los edificios que hizo construir. De hecho, estamos ante uno de los grandes príncipes del Renacimiento.

Como indicó Ernest Belenguer en Los Trastámara (Pasado & Presente, 2019), fue en Italia donde el futuro tío de Fernando el Católico entró en contacto con el humanismo. Comprendió entonces que, para ser un soberano moderno, debía distanciarse de las tradiciones de sus orígenes. Si quería convertirse en una figura a la altura de sus oponentes italianos, sus puntos de referencia tenían que ser autores como Dante o Petrarca. Fue precisamente un poeta a su servicio, Andreu Febrer, el que se ocupó de traducir al catalán la Divina Comedia.

/ Alfonso el Magnánimo, según sus panegiristas, sobresalió por su carácter sensible, por su cultura y su elegancia

De esta forma, el rey podía presentarse ante el mundo como un soberano a la última, protector de los intelectuales de vanguardia. De lo contrario, lo más probable es que se hubiera sumido en el desprestigio. No en vano, Boccaccio había escrito que los habitantes de la remota Hispania eran gentes semibárbaras.

En la actualidad, recordamos, sobre todo, el vínculo que unió a Alfonso con Ausiàs March (1400-1459), uno de los grandes poetas en catalán de todos los tiempos. Muy joven, March estuvo en la corte del monarca cuando este se hallaba en València. Más tarde, intervino en las expediciones a Córcega, Cerdeña y el norte de África. Obtuvo, gracias a sus servicios, el puesto de halconero real. Regresó más tarde a las tierras bajo su dominio, como miembro de la pequeña nobleza, y acabó estableciéndose en Gandia. Pese a la distancia, mantuvo con el Magnánimo una interesantísima relación epistolar que refleja una evidente cordialidad, lo mismo que los versos que el poeta dedicó al Trastámara.

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Tabla de San Sebastián de la Colegiata de Xàtiva (siglo XV), atribuida a Jacomart y para la que se cree que Ausiàs March sirvió de modelo 

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Alfonso V y Ausiàs March compartían el gusto por la lectura de los clásicos. Aunque resultara un tanto paradójico, el futuro pasaba entonces por el retorno a las fuentes de la Antigüedad. Los escritores y los pensadores del momento, a sueldo del rey aragonés, se esforzaron en presentarle como un nuevo Julio César, por sus virtudes bélicas, o como una nueva versión de Octavio Augusto por su gran capacidad para desempeñar el gobierno.

Nápoles, gracias a Alfonso V, llegó a ser uno de los centros culturales más sobresalientes de Europa, en el que coincidieron autores en italiano, catalán y castellano. Brugada describe al Magnánimo como un hombre muy inquieto en el terreno cultural, apasionado del arte y de las letras. Algo de eso hay, sin duda. Aún así, los historiadores deben evitar las tentaciones hagiográficas. Abel Soler, en La cort napolitana d’Alfons el Magnànim (Publicacions de la Universitat de València, 2017) ya puso límites al mito del rex litteratus. Los informes diplomáticos milaneses nos muestran a un individuo preocupado, sobre todo, por la caza. Esa era su prioridad durante el otoño y el invierno. Había que esperar a la primavera para que se dignara a centrarse en los libros y los humanistas.

Alfonso V of Aragon, 1394-1458, King of Naples and Sicily 1443 [obverse], 1449. Artist Pisanello. (Photo by Heritage Art/Heritage Images via Getty Images).

Alfonso V de Aragón en una medalla 

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Humanismo, al menos en el plano teórico, implica cierta forma de laicismo. Como bien nos recuerda Soler, no era este el caso del Alfonso, siempre preocupado por aparecer en público como un ejemplo de devoción. Por eso iba a misa tres veces al día y ponía mucho énfasis en las lecturas de temática religiosa.

Parece claro que el rey era un amante de los libros. Se lanzaba a acapararlos, cada vez que obtenía una victoria militar, y tenía a su disposición un equipo de copistas y miniaturistas. No obstante, resulta difícil distinguir la pasión erudita, el deseo de conocimiento, del afán por coleccionar unos objetos que daban prestigio intelectual y, además, poseían valor económico. De igual manera, ¿hasta qué punto era genuino su interés por relacionarse con los sabios, más allá la utilización de sus obras para promocionar su imagen? Tommaso Chaula, uno de los humanistas a su servicio, le puso por las nubes en su Gesta Alfonsi Regis. Antonio Beccadelli, más conocido como el Panormita, tampoco fue tacaño con las alabanzas. De la biografía que escribió en lengua latina, De dictis et factis Alphonso regis, un especialista contemporáneo, Jordi Llovet, criticaría su desmesura con los elogios.

⁄ Como cualquier conquistador, también  podía ser un perfecto bestia si la violencia convenía a sus intereses

De todos los intelectuales a los que protegió el Magnánimo, Lorenzo Valla fue el más importante. Su problema era su carácter, una arrogancia a la par con sus conocimientos infinitos. Tenía un prestigio tan alto que se decía que utilizaba el latín mejor incluso que los propios escritores de la antigua Roma. En su obra más famosa demostró la falsedad de la supuesta donación por la que el emperador Constantino, en el siglo IV, entregó a la Iglesia los territorios que constituían los Estados Pontificios. Valla hizo así una contribución al conocimiento a la vez que proporcionaba a su patrón, Alfonso V, un instrumento para combatir al papa Eugenio IV, con el que nunca llegó a entenderse.

No olvidemos, por otra parte, la literatura de ficción. Curial e Güelfa, la clásica novela de caballerías, acostumbraba a considerarse anónima. Sin embargo, Abel Soler, en una investigación monumental de más cinco mil páginas, citada más arriba, defendió la autoría de Iñigo Dávalos, un toledano que ejerció de gran camarlengo en la corte napolitana.

Mientras unos escritores, como Dávalos, llegaron a Nápoles desde Occidente, otros eran de origen oriental, caso del filósofo griego Jorge de Trebisonda, partidario de Platón frente a Aristóteles. Tras un periodo en Roma, al servicio del Papa, se estableció en la corte de Alfonso, al que intentó convencer, sin éxito, para que emprendiera la recuperación de Tierra Santa del dominio musulmán. El monarca, consciente de que no tenía apoyos internacionales, dejó aparcado aquel viejo sueño.

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Retrato de Alfonso V de Aragón (1557) por el pintor renacentista Juan de Juanes 

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Alfonso nunca regresó a sus dominios ibéricos, donde dejó a una esposa, María de Castilla, por la que no sentía ninguna clase de afecto. A su muerte, su hermano Juan II le sucedió en la corona de Aragón. Ferrante, hijo ilegítimo, hizo lo propio en el trono de Nápoles. Está claro que el Magnánimo se sentía más cómodo en Italia, donde podía maniobrar para hacer que sus sueños de gloria llegaran a materializarse. Se ha discutido sobre cuál fue su verdadera patria, pero esa cuestión, en el siglo XV, resulta anacrónica. El rey, simplemente, es el señor de una colección de reinos. Guerrero y político astuto, supo utilizar a los intelectuales para sus propios fines. Protagonizó así un esplendor cultural por el que iba a alcanzar más reconocimiento que por sus hazañas bélicas.

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Techo en la Lonja de la Seda de Valencia, destacada muestra arquitectónica del influjo renacentista 

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