Deconstruir como una manera de conocer




El filósofo argentino Darío Sztajnszrajber –también conocido como Darío Z– explica en una charla que la deconstrucción es una corriente que propone abrir y cuestionar toda premisa que se presenta como última y absoluta, con la única intención de dejar en evidencia el carácter arbitrario de todas las certezas. Expone también que el concepto tiene que ver, al igual que la filosofía en sí misma, con una búsqueda por un saber que nunca vamos a alcanzar o acceder del todo, porque es un saber que no existe en términos absolutos.

La palabra la usó por primera vez el filósofo francés Jaques Derrida, cuando en la década de los 60 reformuló y adaptó un concepto originalmente planteado por uno de sus predecesores, el filósofo alemán Martin Heidegger. Y es que este último postula en su libro Ser y Tiempo (1927) la necesidad de destruir –planteado como destrucción– la metafísica, es decir, la rama de la filosofía que estudia las problemáticas centrales del pensamiento filosófico tales como la condición del ser, Dios y el absoluto.

Cuarenta años después, Derrida reformuló esa necesidad y sugirió hablar de deconstrucción en vez de destrucción. Para muchos, como explica Darío Z en sus análisis de Derrida, esta relectura significó una bajada de cambio a la propuesta inicial. “La destrucción es dura, pero Heidegger escribió en los años 20. Lo que hizo Derrida en el 67 fue traducir esa palabra conceptualmente”, señala Z.

Fue en 1985, cuando la palabra llevaba casi 20 años circulando, que un traductor japonés le escribió a Derrida y le planteó su dilema: no sabía cómo traducirla. En su respuesta, titulada Carta a un amigo japonés, Derrida le explicó que la deconstrucción era un gesto estructuralista y antiestructuralista a la vez, en tanto asumía la necesidad de la problemática estructuralista pero también buscaba descomponer y desarticular todo tipo de estructura fija, sea esta una estructura lingüística, pero también política, cultural y ante todo filosófica. “No es un método y no puede ser transformada en un método. Es preciso, asimismo, señalar que no es siquiera un acto o una operación (…) Para ser muy esquemático, diré que la dificultad de definir y, por consiguiente, también de traducir la palabra, procede de que todos los conceptos definitorios y todas las significaciones sintácticas que por un momento parecen prestarse a esa definición, son asimismo deconstruidos o deconstruibles”, escribió. Y es que el concepto no podía traducirse o plantearse como una premisa categórica, porque su esencia renegaba de tal. El solo acto de traducir el concepto en algo absoluto sería contradictorio a lo que proponía.

En paralelo, la filósofa estadounidense Judith Butler ya estaba elaborando su Teoría Queer, que planteaba que las identidades y orientaciones sexuales no estaban por ningún motivo determinadas por la biología, más bien estaban sujetas a construcciones sociales que nos condicionaban –y siguen condicionando– a todas y todos, porque hasta el más conservador incurría en una puesta en escena y representación teatral de los roles que se supone debía cumplir cada género, las drags siendo la expresión máxima de esta construcción performativa del género. Fue en ese contexto que la palabra “deconstrucción” fue apropiada para dar cuenta de la necesidad de una ruptura con lo hegemónico y todo lo que hasta ese entonces se planteaba como una verdad absoluta relacionada al género y las identidades sexuales.

Actualmente, es difícil no cruzarse con la palabra. Muchos, incluso, la han utilizado como una categoría definitoria que otorga cierto estatus –no son pocos los que deciden ponérsela en su estado y biografía de Tinder, como si se tratara de una certificación o declaración de principios que a su vez sirve para filtrar–, pero ¿qué significa realmente deconstruirse? Y, si de por sí la deconstrucción supone una pérdida de lo absoluto y lo categórico, ¿no es paradójico declararse como tal? ¿Se puede lograr realmente?

La directora del Instituto de Filosofía de la Universidad Diego Portales, Aïcha Messina, explica que la deconstrucción es un tipo de ejercicio crítico que parte de la base que no somos externos a lo que criticamos, por lo mismo no podemos deconstruirnos por completo porque no podemos tomarnos como objeto y porque no somos totalmente autónomos, más bien somos seres afectados y condicionados por el entorno. “Lo que se ve cuando alguien se declara deconstruido es netamente un concepto, no un ejercicio crítico. Es creer que el proceso ya está completo y acabado. Es justamente cuando asumimos lo desconocido que se nos abren los ojos y se posibilita un devenir. De lo contrario, la idea de una autonomía absoluta nos vuelve ciegos, nos cierra a la idea de finitud”, explica.

Por su lado, la filósofa mexicana, académica de la Universidad Adolfo Ibáñez y autora de Violencia: Una lectura desde la deconstrucción de Jaques Derrida (2018), Miriam Jerade, explica que es difícil responder a la pregunta “cómo hacer para deconstruirnos” justamente porque no se trata de una declaración ni de un método, es más bien un trabajo continuo. “Derrida no hablaría de cómo deconstruirnos, porque para él la deconstrucción tenía que ver con la tradición de la filosofía y los textos filosóficos. Pero hay en la deconstrucción un trabajo crítico sobre la noción de identidad, de ahí que Butler lo llevó al género. Si se quiere verlo desde el psicoanálisis, es posible hacer un trabajo de resignificación y moverse de un lugar a otro. Hay también una noción de memoria y olvido operativo. Pero no es una declaración ni tampoco una terapia, es un proceso doloroso y continuo”.

Y es que los especialistas concuerdan en que si bien puede haber una resignificación de actos pasados, ciertamente no se trata solo de una teoría. Es también lo que se hace en la práctica y de todas formas no tiene un punto final. Como explica la historiadora feminista y académica de la Universidad Diego Portales, Hillary Hiner, a veces se recurre a estos conceptos para señalar algo, pero tal vez sin entender del todo el significado que hay detrás. “¿Hasta qué punto nos podemos deconstruir? De alguna manera decir que estamos deconstruidos puede ser un atajo, como que ya hicimos el trabajo. Pero eso no es así. Ocupar este tipo de vocabulario, más allá de que se haga efectivamente el trabajo, puede ser preocupante porque asumen que el proceso ya está completo. Si realmente se quiere empezar a trabajar esto, que ciertamente se puede, implica un compromiso mayor y constante, a diario”. También se ocupa, según señala la especialista, para dejar claro que somos disidentes a la norma. “Muchas veces es para decir lo que no se puede verbalizar desde las masculinidades hegemónicas. Y si es así, y es parte del proceso, está bien que se ocupe”.

El problema radica, como explica la académica de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile y especialista en diversidad y género, Carla Rojas, en la posible trivialización del concepto. “Para poder deconstruirnos hombres y mujeres en relación al patriarcado, necesitamos una educación no sexista, no solamente la auto información. A su vez, también tenemos que entender la lógica detrás para poder desarticularla. Es decir, necesitamos entender la hegemonía y las distintas expresiones de violencia para poder cuestionarlas y deconstruirlas. Creo que si bien el aumento en la visibilidad de este concepto nos ha llevado a una mayor toma de conciencia, por lo menos acá en Latinoamérica tiene que haber un correlato que se traduzca en acciones”.

Y es que, como explica la especialista, los femicidios se mantienen y los índices de violencia sexual y psicológica aumentaron del 2012 al 2017. A su vez, en una encuesta realizada este año por el Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales de la Universidad Católica, se develó que cerca del 80% de los hombres no había ejercido ninguna labor de apoyo hacia sus hijos durante el año. “Por más que las generaciones nuevas vienen con otros preceptos, los índices de violencia juvenil siguen siendo elevados. Lo veo en mis alumnos que dicen estar deconstruidos, pero al primer debate le levantan la voz a la compañera y la sacan del grupo. La deconstrucción implica tener la capacidad de pensarnos diariamente, no solo en un acto revolucionario y aislado”, concluye Rojas.

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