Duelo

La muerte de un hijo, un cataclismo para la eternidad

Aurora cuenta que su pequeño “nació en silencio” a las 30 semanas de gestación y de la mano de su hermano mellizo, Samuel

Aurora, madre que perdio a uno de sus mellizos antes del parto.
Aurora, madre que perdio a uno de sus mellizos antes del parto.Gonzalo Pérez MataLa Razón

Dicen que hay quienes traen una luz al mundo tan grande, que aun cuando se han ido, siguen brillando. Es el caso de Ezequiel. Como cuenta Aurora, su hijo “nació en silencio” a las 30 semanas de gestación y de la mano de su hermano mellizo Samuel. Sin embargo, su corazón llevaba parado desde la semana 29. “Tuve contracciones y empecé a notar menos a Ezequiel. Me llevaron a preparto para parar las contracciones y pasamos allí la Nochevieja. Todo parecía estable. Cuando el día 2 de enero vinieron a darme el alta, escuché de los labios de la ginecóloga la frase que me congeló el corazón: “No hay latido”. Mi mundo se paralizó. Entré en shock. Pedí que lo revisaran. Yo sentía “movimiento”. Pero no. Era el movimiento de Samuel reflejándose en Ezequiel”, detalla.

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. Gonzalo Pérez MataLa Razón

En aquel momento, declinaron hacerle una cesárea para propiciar que los órganos y los sistemas de su mellizo maduraran algunos días más. “Debía mantener reposo absoluto, por lo que no pude encontrar un espacio para llorar, para gritar… Me giré en la cama y no hablé ni miré a nadie. Estaba sumida en el terror de pensar que Samuel también pudiera fallecer y de tener muerte dentro de mí”, recuerda.

Aurora vivía así el que es, por antonomasia, el prototipo de catástrofe para cualquier especie, un cataclismo que sobrepasa los límites del dolor psíquico. El psicólogo José María Caballero, especialista en Psicología Clínica y profesor de posgrado de Psicopatología Forense, califica de “apisonadora emocional” el efecto que produce en los padres la muerte de cualquiera de sus descendientes. Y es que, la muerte de un padre o de una madre es un doloroso acontecimiento que pone al ser humano en contacto con su propia fragilidad interior, que nos lleva a un mundo en el que hemos pensado en alguna ocasión, pero para el que no estábamos preparados por completo. Sin embargo, poco a poco, conseguimos poner la pérdida en perspectiva, aprendemos a recordar a nuestros seres queridos con una sonrisa y conmemoramos la pérdida.

La sanación no sigue esta evolución cuando se sufre una muerte contra natura. Esas personas han sido destruidas. La terapia psicológica, en estos casos, está encaminada a crear una nueva persona y un nuevo mundo para esa persona. “Les acompañamos en un viaje único, un viaje a través del dolor y con un destino realmente incierto”, indica Caballero. Y continúa: “Resulta extraordinariamente enriquecedor para el terapeuta, la posibilidad de ver cómo surge un nuevo ser, cómo con el paso del tiempo y toda nuestra disposición, van apareciendo luces en la oscuridad y objetivos que, si bien al principio son débiles, a la postre resultan en lo más impresionante que una terapia puede hacer. No es curar, no es cambiar, es crear”.

El origen de este dolor está en el modo en el que se establece el vínculo afectivo entre madres e hijos, descrito por la psicología evolutiva y la teoría del apego. “Todos hemos heredado un software que nos mueve a poner la supervivencia de la propia especie por encima de la supervivencia del propio individuo. Así, si preguntamos a la mayoría de las madres, y a algunos padres, si estarían dispuestas a dar la vida por sus hijos, la respuesta sería un sincero sí. Esto se conoce como disposición a la autoinmolación parental. Tiene sentido. Los jóvenes deberían morir después de los mayores, por regla general, si queremos que el sistema natural funcione”, explica el psicólogo.

Dualidad de sentimientos

El 9 de enero, después de casi 8 tediosos años sometiéndose a tratamientos de fertilidad y de un aborto en la octava semana de gestación, Aurora y su marido Roberto recibieron a Samuel entre sus brazos. “Estaba muerta de miedo, pero él inundó mi vida del amor más puro y profundo que jamás he conocido”, asegura. En ese momento, la tristeza más profunda confluyó con el júbilo más intenso. Ambos sentimientos derivaron en una insufrible sensación de culpabilidad. “Hasta que Samuel ha cumplido 18-20 meses, he vivido con una culpa terrible por no poder estar todo lo feliz que debería por tenerle en mis brazos. Pero también me sentía mal por no poder llorar a Ezequiel, por tener que hacerme la dura, aguantar las lágrimas o reprimir mis palabras porque tenía un bebé muy prematuro al que cuidar”, señala.

A través de su psicóloga perinatal y de otras familias que también habían padecido la pérdida de un hijo, Aurora conoció que era normal experimentar esa dualidad de sentimientos. “Me descubrieron que era posible, pero también sano, albergar en un mismo momento la tristeza y la alegría. Pero también me empujaron a no cohibirme, a llorar, a nombrar a mi hijo y a darle voz y su hueco en mi familia. Poco a poco, comienzo a sentirme en paz”, agradece.

A día de hoy, ella misma presta alivio a otras madres. “Ayudo a todas las familias que llegan a mí dándoles espacio, respetando sus necesidades, dejándolas hablar de sus hijos y compartir su dolor, y abrazándolas cuando lo necesitan y desapareciendo cuando quieren estar solas”, explica. Y sostiene: “Los hijos son lo más importante en la vida, y los que han fallecido no son menos”.

Pero, además, también ayuda al pequeño Samuel a gestionar la pérdida de su hermano: “A las familias de mellizos en duelo nos preocupa especialmente cómo pueden vivir ellos esa pérdida. Así que nos pegamos a ellos intentando cubrir todas sus necesidades, aunque sepamos que jamás podremos darles aquello que realmente les falta: su hermanito. Nuestra atención se vuelca en ellos y ves en su cara el reflejo de todo lo que tenía que haber sido. En mi caso, le hablo de su hermano, le cuento cuentos para hacerle entender que, aunque no esté físicamente, vive en nuestros corazones y en nuestras mentes para siempre. Le intento enseñar que lo esencial es invisible a los ojos y que lo que se ama, jamás se va. Le doy espacio para preguntar lo que quiera y explicar cómo se siente. Y también le explico cómo me siento yo. Cuento con mi psicóloga perinatal e infantil cuando me siento perdida o tengo dudas”, indica.

Aurora, madre que perdio a uno de sus mellizos antes del parto.
Aurora, madre que perdio a uno de sus mellizos antes del parto.Gonzalo Pérez MataLa Razón

Una sociedad con tabúes

Vivimos en una sociedad no solo trata de poner barreras al propio dolor, sino que, además, protesta o tratar de aliviar el dolor ajeno. Una sociedad en la que existen vías interiores para limitar el sufrimiento, como es el caso de los libros de autoayuda. “Esta sociedad aparta el dolor, aísla la tristeza y crea tabúes en torno a la muerte”, lamenta Aurora. La madre de Ezequiel y Samuel reconoce que, en una muestra de intolerabilidad o minimización del dolor ajeno, la sociedad recurre a expresiones del tipo: “ya tendrás otro”, “aún eres joven”, “deberías superarlo” o “piensa en Samuel, pues tienes que estar feliz por él”.

Aurora remarca que también ha sufrido que la tilden de estar anclada al pasado, de no querer superar la pérdida. “No ocurre lo mismo cuando fallece un abuelo, un padre, una pareja, un hermano, un amigo o una mascota. No les instamos a olvidar a sus seres queridos, a borrar sus recuerdos. ¡No! Intentamos comprenderles y acompañarlos. Pues los padres en duelo pedimos ese mismo respeto. Nada duele más que perder a un hijo en esta vida”, reclama. También considera que es primordial unificar los protocolos de duelo de los hospitales y formar a todos los profesionales que rodean a las madres en herramientas de comunicación para que sepan acompañar y guiar a las familias.