Oración

Señor viene siempre… y por siempre

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Caravaggio Vocación San Mateo
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Lectio Divina del I domingo de Adviento

Viene a nosotros el Señor, respondiendo a la súplica que eleva el Profeta: «Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia» (Isaías 64, 1). Esta venida es anunciada con fuerza por el mismo Cristo, quien declara a sus discípulos que volverá en gloria para pedir cuentas de lo que nos ha confiado. Al igual que los primeros cristianos que recordaban este anuncio con firme expectación, también hoy nosotros nos dejamos sacudir por él. Así iniciamos el Adviento como el tiempo de la espera dichosa de Cristo, luz y fin de nuestras vidas. Porque creemos con fe viva que el Mesías ya ha venido para salvarnos, y que a la vez nos impele a esperar su definitivo retorno. Por tanto, nos preparamos para celebrar su venida en la carne hace dos mil años en la Navidad, a la vez que nos disponemos a recibirle cuando vuelva en gloria al fin de los tiempos. Entre una y otra venida, agradecemos la gracia del momento presente, cuando podemos reconocer al mismo Cristo en sus venidas cotidianas, tal como acontece en su Palabra, en los Sacramentos y en cada prójimo al que amamos.

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!”».

El texto de hoy se ubica al final del evangelio según san Marcos (13, 33-37), y es conocido como el “sermón apocalíptico”. Esto porque allí se nos da la revelación (=Apocalipsis) del futuro retorno del Señor. Jesús utiliza un ejemplo sencillo para enseñarnos de qué se trata esta “ausencia” suya antes de su retorno. Es como un padre de familia que emprende un viaje y confía a los siervos el cuidado de su casa. Ahí estamos representados nosotros y nuestro compromiso, pues hoy somos los siervos a quienes el Señor confía su obra. Dentro de este ejemplo sencillo, el mensaje es claro: Mientras esperamos el retorno del Señor debemos ser vigilantes. Para ello hace falta salir de nuestro acomodamiento, de la opacidad de una vida que se deja llevar sin más por los acontecimientos. Hace falta que amemos diligentemente, adelantándonos con proposiciones inteligentes a lo que ha de venir.

¡Qué bueno es comprobar que el Evangelio no nos deja en la inactividad! Si bien Cristo ha hecho todo por nosotros al dar su vida para salvarnos, él espera nuestra respuesta en consecuencia. Por ello nos confía “su casa”, tal como lo señala este ejemplo del evangelio.

La casa de Cristo somos cada uno de nosotros, pues nos ha hecho templos de su Espíritu. Por tanto, cuidemos nuestra vida de fe, nuestra relación viva con Dios en el cumplimiento de nuestros deberes religiosos.

Esa casa es tu propia dignidad, así que valórate y no te conformes con medianías. Estás llamado a acoger la vida de Dios en tu propia existencia. No te la dejes arrebatar por inquietudes transitorias, por el letargo de una existencia carente de sentido alto.

Su casa es también el hermano que pasa a tu lado. Reconoce en él la presencia de Cristo. Así nos lo enseñaba él mismo el domingo pasado: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».

Su casa es tu familia, los seres que Dios te ha regalado para que los ames y te enseñen a amar. Dales la prioridad en tu vida, entrégate por ellos, disponte para hacer presente lo divino entre los tuyos.

Su casa es esa obra que Dios te encomienda realizar hoy para darle gloria. No la dejes a medio acabar. Vive con pasión tu trabajo, cumple con diligencia tus obligaciones. Al final la recompensa será grande.

La casa del Señor es su Iglesia, por tanto, redescúbrete como hijo suyo. Eres un miembro vivo del pueblo de Dios. Participa con alegría de su vida, escucha sus enseñanzas, disponte para renovar en ella un compromiso de entrega y servicio.

«Velad», «estad alerta»… son las palabras que se nos vienen repitiendo en los últimos domingos, y también en este, el primero del Adviento. Salgamos del letargo, superemos la mediocridad, respondamos a la llamada que Dios nos hace hoy. Entre su primera y su segunda venida hay otra venida continua, cotidiana, que experimentamos al reconocerle presente en nuestras vidas. Redescubramos esta presencia suya en la Palabra que se nos proclama cada día, en los sacramentos que podemos frecuentar y, de manera muy especial, en cada hermano que nos necesita.