Historia

De la guerra de África a la Semana Trágica, el inicio de los desastres

1909 sería un año convulso en la historia de España, sin embargo, solo era la antesala de unos percances que alcanzarían su momento álgido más de una década después

Españoles combatiendo desde lo alto de un blocao, Marruecos (1909)
Españoles combatiendo desde lo alto de un blocao, Marruecos (1909)Biblioteca Virtual de Defensa

Hacía ya un tiempo que las cabilas que rodeaban Melilla estaban revueltas. Tras la caída, a finales de 1908, de Yilali Ben Mohammed el-Yusfi ez-Zerhuni, más conocido como el Rogui –el «pretendiente», por su intento de hacerse con el trono del Imperio jerifiano–, la zona estaba revuelta. Este, en su calidad de gobernante autoimpuesto de la región, había firmado una serie de acuerdos con compañías mineras españolas y extranjeras para que estas pudieran explotar los yacimientos de Guelaya, compromisos que, una vez desaparecido, fueron puestos en entredicho por las tribus de la zona, que sentían que los europeos se llevaban sus riquezas sin dejar nada a cambio.

Durante el primer semestre de 1909 menudearon los incidentes. Los primeros en atacar fueron los de Quebdana, que el general Marina, gobernador militar de Melilla, se apresuró a castigar. El clima se enrarecía. Las demás cabilas apoyaban a España e incluso se decían de acuerdo con que se explotaran los yacimientos, pero querían esperar a saber qué decía el sultán antes de permitir que se reanudaran las obras de construcción del ferrocarril que unía la ciudad portuaria con la región minera. En vez de tener paciencia, Marina, presionado por la Compañía de Minas del Rif, decidió permitir la continuación de los trabajos contra la opinión de los notables locales. Estaba convencido de que al final estos lo apoyarían, pero se equivocó. El 7 de julio de 1909, Mohammed El Mizziam y Mohammed El Chadly se alzaron contra la autoridad española y, dos días más tarde, se produjo un ataque contras las obras del ferrocarril que se saldó con la muerte de seis obreros y un séptimo herido. La reacción del general Marina fue radical pues no se limitó a ejecutar una expedición punitiva, sino que decidió establecer una posición defensiva en Sidi Ahmed el Hatch, unas lomas que se alzaban por encima del Atalayón, que dominaban la línea del ferrocarril hasta Melilla y que, por supuesto, estaban mucho más allá del perímetro defensivo establecido en los acuerdos.

Dada la situación, en Madrid el Gobierno acordó reforzar la plaza norteafricana, que contaba tan solo con unos 5.500 efectivos, y para ello decidió enviar soldados de reemplazo –que estaban cumpliendo su servicio militar– y reservistas –gente que ya se había licenciado–. Varios factores provocaron el estallido de ira que siguió. En primer lugar, la población aún recordaba el lamentable estado en el que habían vuelto los combatientes de Cuba y Filipinas tras el desastre del 98, y el paso de los quintos por el Ejército, con su altísima tasa de accidentes, era peligroso pero, sobre todo, muy pocos de los llamados estaban dispuestos a ir a la guerra, menos aún en un sistema injusto en el que la redención en metálico o la sustitución permitía que los hijos de los más adinerados se libraran mientras a los menos favorecidos no les quedaba más remedio que cumplir.

Un tranvía volcado en una calle de Barcelona durante la Semana Trágica, verano de 1909
Un tranvía volcado en una calle de Barcelona durante la Semana Trágica, verano de 1909larazon

Oponiéndose a la guerra, socialistas, anarquistas, republicanos, la Lliga Catalana y otros partidos obreristas empezaron a organizar mítines, a convocar movilizaciones o a imprimir hojas volantes contra la contienda, incluso el Partido Liberal, aliado fiel del Conservador, a la sazón en el Gobierno, mostró su rechazo a lo que estaba sucediendo. Por primera vez en España, se habló de convocar una huelga general, que sería para el 2 de agosto. Mientras, en las estaciones de ferrocarril las familias de los reservistas, que se veían obligados a abandonar trabajo y familia para ir a la guerra, se arrojaban a las vías para detener los trenes en los que partían sus seres queridos; y en los puertos de embarque los miembros de la alta sociedad enfurecían más todavía a la población repartiendo crucifijos a los soldados.

El 26 de julio Barcelona estalló, y tras ella toda Cataluña. No fue un movimiento nacionalista, ni anticlerical, ni siquiera antimilitarista, sino el enfado generalizado de toda una sociedad, que comenzó con una huelga general adelantada para burlar a las fuerzas de orden y que derivó en la construcción de barricadas y, aquel mismo día, fue testigo de las primeras quemas de conventos. Los cinco días siguientes serían testigos, en toda Cataluña, de una auténtica revolución, que por la dureza de los enfrentamientos y el nivel de las destrucciones acabaría siendo conocida como la Semana Trágica.

En medio del caos peninsular, muy pocos fueron conscientes de que, al día siguiente, 27 de julio, mientras Barcelona se estremecía, en África, en un oscuro lugar de las faldas del monte Gurugú, junto a Melilla, llamado el barranco del Lobo, las tropas españolas cayeron en una emboscada rifeña que se saldó con más de setecientas bajas entre muertos y heridos. Había empezado la Guerra del Rif, una contienda de desastres que alcanzaría su momento álgido en 1921 con los diez mil muertos de Annual.

De la guerra de África a la Semana Trágica, el inicio de los desastres
De la guerra de África a la Semana Trágica, el inicio de los desastresDF

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