La educación de los chicos: del reto y el chirlo se pasó a "negociar", y advierten que así no se pone límites

La educación de los chicos: del reto y el chirlo se pasó a "negociar", y advierten que así no se pone límites

18 Marzo 2017

“Vas a ver cuando llegue tu padre”.

“Ya te voy a dar un verdadero motivo para que llores”.

“Mirá que no cuento hasta tres”.

¿Te suenan esas frases? Si tenés más de tres o cuatro décadas de vida seguramente las escuchaste durante tu infancia. Sin embargo, desde hace tiempo apenas forman parte del anecdotario. Psicólogos, docentes y expertos sostienen que ha cambiado tanto la crianza de los hijos y la organización doméstica que hoy estamos ante una nueva era: la de la autoridad negociada.

Mariana Bignolo tiene 39 años, es docente y madre de dos chicos, de 13 y siete años. Admite que sus padres impartían una educación mucho más estricta. Cuenta varias historias de su infancia que incluyen tiradas de oreja, cachetadas y otros chirlos. Con sus pequeños nunca ejerce violencia. No le gusta eso. Afirma que sí los reprende y que siempre les da una explicación. “Antes, ‘el porque soy tu padre o madre’ era suficiente para hacer caso y poner fin a un ataque de rebeldía adolescente; ahora no es argumento que valga. Y a mí me parece bien ponerles límites, hablarles y negociar con ellos algunas cosas”, sostiene. Aunque se niega a pensar que las órdenes son más relativas que hace unos años.

“Aplaudo que se haya prohibido el chirlo en el nuevo Código Civil. Hay muchas formas de educar y la violencia es la peor”, sostiene Mariana. Pero no todos los padres piensan lo mismo. Muchos creen que hay casos “excepcionales” en los que una o dos “palmadas” son irremplazables. De hecho, Francia acaba de reabrir el debate al considerar como inconstitucional la prohibición del chirlo. La medida fue calificada como regresiva por expertos de varios países. Quienes la defienden aseguran que la ley era una intromisión indebida en la privacidad de las familias.

Lucía Briones, abogada especializada en violencia familiar, opina que se trata de un verdadero retroceso. “Prohibir el chirlo no es una intromisión, sino de una protección hacia los niños. Muchos padres confunden la facultad que tienen de poner límites y usan la violencia. En nuestro país, la penalización del castigo corporal en cualquiera de sus formas permitió que se deje de ver la violencia familiar como algo privado. Posibilitó la visualización de muchas situaciones límites. Hoy se denuncian mucho más estos casos”, precisa.

La experta consideró, no obstante, que los padres han pasado de una de una educación muy rigurosa de los hijos a otra extremadamente laxa. “No está bueno hacerse amigo de ellos. Los chicos necesitan límites. El ‘NO’ es la palabra más positiva del vocabulario. Enseñarles que se puede decir no es fundamental para los hijos. También son positivos los sistemas de premios y castigos”, opinó.

Ya nadie va al rincón

La penitencia de los chicos en los tiempos modernos ha cambiado muchísimo. Ya nadie cuenta los minutos en un rincón o tiene prohibido salir a jugar con los amigos toda la tarde. El castigo más frecuente es lo que más les duele: no usar celular, la computadora o la PlayStation.

Gloria La Bruna, de 43 años y mamá de tres mujeres, recuerda que su mamá era muy dura con ella. “Por lo general hablaba con la ojota en la mano o pelando una varilla de la mora del fondo de casa. Pero tengo que ser sincera: era más amague que otra cosa”, cuenta.

“En la crianza de mis hijas creo que soy mucho más flexible. Jamás les pegué. Siempre que tuve que castigarlas fue sacándoles algo que les gusta. Pero en lo que se refiere al ‘deber ser’ soy exigente... No les dejo pasar mentiras u ofensas, ya sea entre ellas o para con los demás”, resume.

¿Qué dicen los chicos?

Lo más importante para sus padres es que tengan buenas notas. “Si cumplimos con eso, todo es negociable. En mi caso, los castigos que recibo son por si desaprobé o no hice algo para la escuela”, explica Joaquín (16 años, alumno del Colegio Nacional). Sus compañeros Martín (16), Carola (15) y Victoria (16) agregan que también los retan por ser desordenados y, a veces, si contestan mal.

“Una orden ya no es orden como antes. Ellos entienden que es negociable, y todo depende del cansancio o ánimo del padre. Sí cambió mucho eso de que el padre era el ogro de la casa. Hoy el papá está más presente en la crianza de su hijo, pero al mismo tiempo la mamá está más ausente y muchas veces el sentimiento de culpabilidad del tiempo que pasa afuera le juega en contra cuando no debería ser así”, resume Briones.

Carina Lupica, miembro del Consejo de Asesores del Observatorio de la Maternidad, da más precisiones sobre este fenómeno: desde 1984 a la fecha se duplicó la cantidad de madres que participan del mercado laboral, a tal punto que hoy el 60% de ellas trabaja.

“Pese a que las mujeres trabajan, aun son ellas las responsables por las tareas del hogar y del cuidado de sus hijos. Esta sobrecarga, dentro y fuera del hogar, afecta de manera negativa su salud y la calidad de los cuidados que brindan a los chicos”, resaltó.

También habló de otra tendencia que influye en la crianza de los hijos: “en la Argentina, uno de los cambios más notables que se han producido en los últimos 25 años en la estructura familiar ha sido el crecimiento de los hogares monoparentales, es decir, aquellos en los cuales una mujer o un hombre residen con al menos un hijo pero no convive con un cónyuge o pareja. El 90,3% de las jefas y jefes de hogares monoparentales son mujeres solas con hijos a cargo, y sólo un 9,7% son varones”.

Según explicó, la conformación de familias monoparentales y de familias ensambladas conlleva profundos cambios para sus protagonistas y para la dinámica familiar. “Mientras las madres solas tienen que trabajar más, los niños reciben menos tiempo de ellas y entablan relaciones no cotidianas con sus padres -sostiene Lupica-. De todas maneras, es una oportunidad para impulsar la construcción de relaciones más compartidas y equitativas entre varones y mujeres”.

Tiradas de oreja, chirlos, revoleo de ojotas y, por supuesto, amenazas de todo calibre. En el cajón de los padres no faltaban herramientas para poner en vereda a los chicos. Pero los tiempos han cambiado y hoy el diálogo reemplaza a la coerción. El problema es que los límites quedan difusos. ¿Cómo encontrar el equilibrio para ejercer la autoridad sin emplear la violencia?


TESTIMONIOS
Había miradas que lo decían todo. ¿Quién no ha crecido sin que lo retaran? Todos tenemos recuerdos de aquellas frases con las que nuestros padres nos regañaban. Aquí compartimos los aportes de los lectores.
- “Mi mamá me vivía retando por todo. Yo era bastante inquieta. Lo que más la enojaba era que no copiara las cosas en el colegio y que desordenara todo. También recuerdo esa mirada que ella tenía, señal de que en casa me esperaba una paliza. Sus frases célebres eran: “ya vas a ver cuando lleguemos a la casa”, “me vas a terminar matandooooo” y “¡Erikaaaaa la bocaaaaaa!”. (Erika Bulacio, de 29 años).
- Las frases que más me recuerdan a los retos de mi mamá son: “¿qué te mandás solo?”, “debut y despedida”, “no vales ni un sartén de aca”, “te lo merecés”, “pasá, pasá, no te voy a pegar”. (Cosmar Arias)
- “Las cosas por las que más me retaban eran: si tomaba gaseosa de la botella, si hacía ruido a la siesta, si llegaba tarde a casa o si no comía todo lo que había en el plato. Mi mamá cocinaba un solo menú todos los días; éramos cinco hermanos. Estaba prohibidísimo decir que algo no te gustaba. El castigo más común: abajo del caño de agua fría. La frase célebre de mi papá era: ‘te voy a dar un bife’. Pero era sólo una amenaza”. (Marcelo Puentes, de 42 años).
- “A mi mamá le enfermaba que le mintiéramos. Siempre nos decía: ‘sea lo que sea diganme la verdad’. Una vez estando en la casa de una tía (de esas viejas gruñonas que te obligaban a saludar) cometí el error de decir que no quería darle un beso. Entonces, mi mamá me pregunta: ‘¿por qué no le das un beso a la tía?’ Y yo, sabiendo que a mi mamá le gustaba la verdad, contesté que era porque tenía feo olor. ¡No se imaginan el sopapo que me dio! Todavía me duele. Entre lágrimas le dije: ‘vos me dijiste que siempre diga la verdad’. Y adivinen qué: me dio otro sopapo. Ese día aprendi que no siempre es bueno decir la verdad”. (Gloria La Bruna, 43 años) 

> TESTIMONIOS
Había miradas que lo decían todo. ¿Quién no ha crecido sin que lo retaran? Todos tenemos recuerdos de aquellas frases con las que nuestros padres nos regañaban. Aquí compartimos los aportes de los lectores.

- “Mi mamá me vivía retando por todo. Yo era bastante inquieta. Lo que más la enojaba era que no copiara las cosas en el colegio y que desordenara todo. También recuerdo esa mirada que ella tenía, señal de que en casa me esperaba una paliza. Sus frases célebres eran: “ya vas a ver cuando lleguemos a la casa”, “me vas a terminar matandooooo” y “¡Erikaaaaa la bocaaaaaa!”. (Erika Bulacio, de 29 años).

- Las frases que más me recuerdan a los retos de mi mamá son: “¿qué te mandás solo?”, “debut y despedida”, “no vales ni un sartén de aca”, “te lo merecés”, “pasá, pasá, no te voy a pegar”. (Cosmar Arias)

- “Las cosas por las que más me retaban eran: si tomaba gaseosa de la botella, si hacía ruido a la siesta, si llegaba tarde a casa o si no comía todo lo que había en el plato. Mi mamá cocinaba un solo menú todos los días; éramos cinco hermanos. Estaba prohibidísimo decir que algo no te gustaba. El castigo más común: abajo del caño de agua fría. La frase célebre de mi papá era: ‘te voy a dar un bife’. Pero era sólo una amenaza”. (Marcelo Puentes, de 42 años).

- “A mi mamá le enfermaba que le mintiéramos. Siempre nos decía: ‘sea lo que sea diganme la verdad’. Una vez estando en la casa de una tía (de esas viejas gruñonas que te obligaban a saludar) cometí el error de decir que no quería darle un beso. Entonces, mi mamá me pregunta: ‘¿por qué no le das un beso a la tía?’ Y yo, sabiendo que a mi mamá le gustaba la verdad, contesté que era porque tenía feo olor. ¡No se imaginan el sopapo que me dio! Todavía me duele. Entre lágrimas le dije: ‘vos me dijiste que siempre diga la verdad’. Y adivinen qué: me dio otro sopapo. Ese día aprendi que no siempre es bueno decir la verdad”. (Gloria La Bruna, 43 años).

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> Respuestas de una experta

Eva Millet escribió “Hiperpaternidad”. Está convencida de que los padres están perdiendo autoridad.

- ¿Esto es bueno o es malo?  

- Los roles familiares han cambiado; hoy se confunde la autoridad con el autoritarismo y existe la creencia -bajo una falsa idea progresista-, de que hay que ser amigos de los hijos y que decirles NO, ponerles un límite, es ser un mal padre. Lo que ocurre es que si se trata a los hijos como “colegas”, lógicamente se pierde la autoridad paterna y materna. Creo que es malo porque, aunque la familia no ha de ser una dictadura, por supuesto, tampoco es una democracia donde todos participan en la toma de decisiones. Los pequeños no están capacitados -ni tienen por qué- decidir lo que se hace en la familia, cosa que hoy está ocurriendo: con buena intención, con la idea de ser más “democrático”, hoy los padres les preguntan por sistema TODO a los hijos (qué quieren cenar, a qué hora quieren ir a dormir y hasta a qué escuela quieren ir). 

- ¿Han cambiado los roles de autoridad en la casa?  

- La implicación del padre en la crianza que es muy positiva: antes al papá lo veías poco y era la AUTORIDAD con mayúsculas. Muchos daban miedo. Sin embargo, se ha pasado al otro extremo: con esta idea de ser “amigo” del hijo, unido a la de no ponerle ningún límite (no vaya a ser que se frustre o se traume, grandes miedos de los padres actuales) sí, se ha perdido la autoridad, pero tanto de la madre como del padre. En el caso de los adolescentes, a los cuales no se les ha dicho “no” en su vida, se les ha permitido todo y se les ha dado todo, cuando llega el momento de empezar a poner límites es demasiado tarde. 

- ¿Existe una forma ideal de “retar” a los hijos sin que esto implique violencia?

- Que hay que poner límites, por supuesto, pero no con chirlos. Un niño que sólo recibe castigos es infeliz. Para ellos son tan necesarias las muestras de afecto como las normas. No se trata de ponerles mil al día, pero sí tener límites claros y hacer que se cumplan.

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