¿Nos mintieron en la escuela? El verdadero origen del “Lazarillo de Tormes” no es el que pensábamos

Se trata de un clásico de la literatura en español. Se atribuye a un autor anónimo pero, ¿y si no fue así? El mensaje cifrado en el título del libro que otorga algunas pistas.

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El pintor español Francisco de Goya creó su versión artística de "El Lazarillo de Tormes". Fuente: Wikimedia Commons
El pintor español Francisco de Goya creó su versión artística de "El Lazarillo de Tormes". Fuente: Wikimedia Commons

La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades es un libro pequeño e intensísimo. Se habla de él como una novela anónima, escrita hacia 1550, cuyo protagonista es un pícaro. Nada de esto es cierto. Pero sí es cierto que la obra siempre figuró en el Índice de libros prohibidos por la Inquisición española.

El Lazarillo de Tormes no es anónimo. Su autor sería Alfonso de Valdés. El largo título del breve relato tiene encriptado el apellido del autor, pues las tres primeras letras y las tres últimas lo componen: LAV/DES. Alfonso de Valdés fue el secretario de cartas latinas del Emperador y el mejor valedor de Erasmo en España, como lo muestran sus dos espléndidos Diálogos en defensa de Carlos V y contra los abusos de los malos clérigos. Además, Lázaro no es un pícaro, un delincuente, sino un muchacho maltratado por la mayoría de sus amos. Su historia nos llega en registro cómico porque la obra es una sátira.

En cuanto al año de su escritura, vemos que el Lazarillo está fechado al comienzo y al final. El principio lo indica la batalla de Gelves (1510), en la que muere el padre de Lázaro. Gelves fue el gran desastre en el Norte de África de las tropas españolas, mandadas por don García de Toledo, heredero del ducado de Alba, que también pereció en ella.

Al final del libro se menciona la entrada del Emperador Carlos I de España y V de Alemania en Toledo, el jueves 27 de abril de 1525: “Esto fue el mesmo año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella Cortes”.

Efectivamente, el Emperador entró en Toledo y tuvo Cortes en 1525. Pero hubo en la ciudad unas segundas Cortes en 1538, convocadas por el Emperador y la Emperatriz, Isabel de Portugal. El Lazarillo tuvo que escribirse antes de 1538, porque el autor no especifica que hubiese en ella las “primeras” Cortes imperiales, sino solo “Cortes”.

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Una obra fechada en su comienzo por una derrota de Fernando el Católico en 1510, y en su final por la entrada triunfante en 1525 del Emperador en Toledo, no puede de ninguna manera haberse escrito en 1550, cuando esos hechos ya no tenían importancia.

El Lazarillo se escribió después de 1529 porque en él hay huellas de lectura del Relox de príncipes de fray Antonio de Guevara (Valladolid, 1529) y de La Lozana Andaluza de Francisco Delicado (Venecia, 1529). Alfonso de Valdés muere el 6 de octubre de 1532 en Viena. Por tanto tuvo que escribirlo en ese comienzo de los años treinta.

El mensaje del autor

En el prólogo del Lazarillo, el autor habla de su libro a quienes vayan a leerlo. Es un escritor culto que cita a Plinio y a Cicerón, dice que escribir “no se hace sin trabajo” y espera que lean la “nonada que en este grosero estilo escribo”.

De pronto, sin tránsito alguno, a continuación vemos la siguiente frase: “Suplico a vuestra merced reciba el pobre servicio…”. ¿Es posible que siga siendo la misma persona la que habla, si se está dirigiendo a un “vuestra merced” que no sabemos quién es? Y seguimos leyendo: “Y pues vuestra merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, pareciome no tomarle por el medio, sino del principio, por que se tenga entera noticia de mi persona”.

No, no es el mismo narrador. Ahora ha sido Lázaro quien ha tomado la palabra. Porque él es el que va a contar su vida y dar entera noticia de “su persona”. No hay más que leer el comienzo de la narración para ver que es así: “Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes…”. El nexo pues enlaza con lo anterior (donde ya dijo “Y pues vuestra merced…”), y nos desvela claramente que ese párrafo colocado en el prólogo ya no formaba parte de él, sino del relato de Lázaro.

Advertimos así que en el texto que nos ha llegado se ha suprimido algo y se han separado mal el prólogo y el comienzo de la obra, no indicando correctamente dónde empieza la declaración de Lázaro (“Suplico a vuestra merced…”), sino un párrafo después. Se dividió ahí porque en ese momento aparece el nombre del protagonista.

¿Qué se pudo suprimir en el medio? El “argumento”, que consistía en un breve resumen que explicaba el tipo de obra que íbamos a leer, qué personajes tenía, etc. Sin esa guía tenemos que ir reuniendo las piezas que hay en el texto como si fuese un rompecabezas.

Uno de los tantos métodos de tortura que implementaba la Inquisición, institución que prohibió "El Lazarillo de Tormes" por su contenido anti-clerical.
Uno de los tantos métodos de tortura que implementaba la Inquisición, institución que prohibió "El Lazarillo de Tormes" por su contenido anti-clerical.

El interlocutor nos da pistas

Ahora veamos a quién le cuenta el narrador su historia. Sobre “vuestra merced” sabemos que no conoce a Lázaro, porque si así fuera, él no le hubiera dicho su nombre para presentarse. Si esa persona no conoce a Lázaro, no puede estar interesada en saber nada de él. Por lo tanto, “el caso” del que requiere información atañe a otra persona. ¿A quién?

No hay dato alguno sobre quién es esa “vuestra merced hasta llegar al tratado séptimo, en donde leemos: “el señor arcipreste de San Salvador, mi señor, y servidor y amigo de vuestra merced, porque le pregonaba sus vinos, procuró casarme con una criada suya”.

“Vuestra merced” no conoce a Lázaro, pero sí al arcipreste de San Salvador. Entonces, “el caso” sobre el que esa persona está interesada tendrá que ver con él. Avancemos un poco más y encontraremos otro dato sobre “vuestra merced”. En la respuesta de Lázaro al arcipreste sobre lo que “malas lenguas” dicen de su mujer, precisa:

“Verdad es que algunos de mis amigos me han dicho algo de eso, y aun por más de tres veces me han certificado que, antes que conmigo casase, había parido tres veces, hablando con reverencia de Vuestra Merced, porque está ella delante”.

Al decir la palabra “parir”, es llamativo que pida perdón a “vuestra merced”. El pronombre “ella” en “porque está ella delante” nos da un dato esencial sobre el interlocutor de Lázaro: es una mujer. Por eso él indica la fórmula de cortesía “hablando con reverencia”, porque la palabra “parir” podría ofenderla.

Podría pensarse que “ella” en realidad sustituye a “Vuestra Merced”, y que se refiere al arcipreste, porque el tratamiento de cortesía fuerza un pronombre femenino aunque se trate de un hombre. Sin embargo, esta variante no solo no está documentada sino que hay muchísimos ejemplos de que, cuando “Vuestra merced” se aplicaba a a un hombre, se sustituía por pronombres masculinos. Por eso “ella” solo puede referirse al interlocutor de la obra, el destinatario de la declaración, quien, al ser utilizado el femenino, debe ser una mujer.

Una gran crítica a la Iglesia

Así además nos damos cuenta del vínculo que une a la dama y al arcipreste, “servidor y amigo” suyo: el sacramento de la confesión. El arcipreste es el confesor de la dama. A ella es a quien le han llegado rumores sobre la conducta del religioso con la mujer de Lázaro, de quien se dice que es el vértice del triángulo amoroso.

Y entendemos además por qué le interesa a la dama saber si es verdad que su confesor es un clérigo amancebado: porque, si lo es, peligra el secreto de confesión. El lector advierte entonces que, si el arcipreste le cuenta algo de lo que ha oído en confesión a su amante, esta correrá a decírselo a su marido. ¿Y quién es su marido? Lázaro de Tormes, pregonero en Toledo. ¡El secreto de confesión no puede ir a parar a boca del pregonero!

Si a la conducta del arcipreste amancebado añadimos la de los amos de Lázaro –el ciego que vive de oraciones en las que no cree; el clérigo de Maqueda que desconoce lo que es la caridad; del pederasta fraile de la Merced; el estafador buldero y el capellán que vende todos los días al pobre Lázaro por treinta monedas…– no nos queda duda alguna de por qué la Inquisición prohibió esa agudísima sátira.

Este artículo fue originalmente publicado por The Conversation.

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