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A estas alturas conocerás bien las tentaciones de Satanás. Sin duda, a menudo las ha ido a vender a tu puerta, porque le encanta ganarse a la clientela fija que tiene entre los cristianos. Puede ser difícil colocarte el género, y oro a Dios para que así sea; pero no pienses ni por un instante que a Satanás se le da largas fácilmente. Si no te gusta su caja de tentaciones, echará mano del saco de acusaciones y te las mostrará con tal arte que pensarás que las trae a instancias de Dios.

Igual que el Espíritu Santo es primero santificador y luego consolador, Satanás es primero tentador y luego perturbador. La dueña de José intentó primero excitarlo para que satisficiera su lujuria; y al romperse esa cuerda, tiró de otra para acusarlo. Ya hemos visto cómo utilizó la prueba de su túnica para encubrir su propia maldad. Igualmente, no es difícil que Satanás encuentre algún roto en el manto del cristiano, aun cuando este ande con la mayor prudencia.

Cuando desea tentarnos al pecado, Satanás llama a la puerta de la voluntad. Si quiere acusarnos del pecado, visita la conciencia. Pero no tiene ni un conocimiento ni un poder absoluto sobre ellas, porque están cerradas para todos menos para Dios. El diablo sabe que no puede hacer saltar las cerraduras de las que Dios tiene las llaves; de modo que maquina trucos astutos para que el cristiano le abra la puerta.

Satanás, como la serpiente, tiene una manera única de hacerlo. Otros animales se mueven derechos hacia delante, pero la serpiente se desplaza de lado, retorciendo el cuerpo. Cuando ves arrastrarse a la serpiente, casi no se sabe hacia donde va. Satanás se mueve de forma parecida: girando de acá para allá a fin de ocultar sus intenciones. He aquí algunas maneras que tiene de acusar a tu alma y nublar tu relación con el Padre.

  1. Satanás acusa a los cristianos de sus propios pensamientos malvados

Deposita sus propias imaginaciones malvadas en la puerta, como niños abandonados. ¡Qué astuto es en esta maquinación! Cuando entran los pensamientos e inclinaciones contrarias a la voluntad y los caminos de Dios, muchos amados cristianos toman erróneamente a estos huérfanos por sus propios hijos, y asumen la plena responsabilidad de esas pasiones carnales. Tan diestro es el diablo en introducir sus propios pensamientos en la mente del cristiano que cuando empiezan a gemir, él ya se ha escondido. Y el creyente, que no ve a nadie más que a sí mismo en casa, supone que estas nociones ilegítimas son suyas. De forma que carga con la vergüenza, y Satanás logra su propósito.

¿Qué recursos tiene un hijo de Dios? Permanecer en comunión estrecha con el Padre. Entonces podrás repeler las acusaciones del diablo con la espada del Espíritu. Pero prepárate para otro asalto. Igual que Nabucodonosor, Satanás probablemente sufrirá un arrebato de rabia celosa y atizará los fuegos de su ira siete veces más ardientes hasta que las llamas de sus emociones blasfemas te engullan. Con ello espera asustarte y enturbiar tanto tus sentidos espirituales que puedas ser persuadido de llegar a la conclusión errónea; por ejemplo, de que ya no eres un hijo de Dios. La verdad es que si pecas de algún modo en esta situación, es por dudar del poder guardador de Dios y no de estas emociones deformadas. Mi consejo en tal caso es que trates a tales emociones como pandillas de forajidos que andan por el país acosando a los ciudadanos. Aunque no puedas evitar que pasen por tu pueblo, puedes asegurarte de que no se afinquen allí.

2. Satanás exagera los pecados del cristiano

Satanás busca desacreditar a los cristianos, no sus pecados. Su táctica principal es presentar la acusación como si viniera del Espíritu Santo. Sabe que una descarga de los cañones de Dios hiere profundamente; por tanto, al acusar a un creyente verdadero, falsifica la firma de Dios en el proyectil antes de disparar. Supongamos que un hijo desagradara a su padre en algo serio, y algún malicioso, por acosarlo, le enviara una carta falsa llena de acusaciones y amenazas duras, copiando la firma de su padre al pie. El pobre hijo, tan consciente de sus pecados y sin tener conocimiento del truco, se sumiría en la tristeza. Aquí vemos un dolor real que brota de una premisa falsa; y esa es la clase de cosa que deleita a Satanás.

Satanás es un detective astuto: observa de cerca tu relación con Dios. Tarde o temprano te pillará llegando tarde a un deber o fallando en algún servicio. Sabe que eres consciente de tus fallos y que el Espíritu de Dios también demuestra su desconsuelo por ellos. De esta forma, compone un caso detallado, incluyendo todas las agravantes imaginables, para luego entregarte las acusaciones como si vinieran de Dios. Así reaccionaron los amigos de Job ante sus tribulaciones. Juntaron todas las pruebas de sus enfermedades para usarlas en su contra, implicando que eran enviados por Dios para declararle hipócrita y denunciarle.

Aunque Satanás es un maestro inquisidor, sabemos que no toda reprensión viene de él. La Palabra de Dios dice claramente que “el Señor al que ama, disciplina” (Heb. 12:6). Entonces, ¿cómo discernir entre las acusaciones maliciosas de Satanás y las reprensiones compasivas del Espíritu de Dios?

Haz la prueba: si tal reprensión contradice una obra anterior del Espíritu de Dios en tu alma, es de Satanás y no del Espíritu. Satanás destaca tu pecado para des-santificarte y persuadirte de que eres un hipócrita. “Ah —susurra—, ¡ahora has demostrado como eres de verdad! ¿Ves aquella horrenda mancha en tu ropa? ¡Ningún cristiano ha cometido tal pecado! ¡Toda tu vida es una comedia! Dios no quiere nada con una persona tan mala como tú”.

Con un solo golpe Satanás lo destroza todo. Toda la mansión de gracia que Dios lleva años levantando en tu alma, y todas las consolaciones especiales del Espíritu Santo, se ven barridas por una ráfaga de su boca maliciosa. Deja tu vida en ruinas, y te dice que la culpa es tuya.

No te desesperes. Tranquiliza tus temores con esta verdad preciosa: Una vez que el Espíritu de Dios ha empezado la obra de santificación, haciéndote esperar en su misericordia, nunca podrá traer una noticia contraria a tu alma. Su lenguaje no es “Sí y No”, sino Sí y Amén para siempre. Si haces como el hijo pródigo, Dios fruncirá el ceño y te reñirá por tu pecado, como hizo con David por medio de Natán: “Tú eres aquel hombre” (2 S. 12:7). Pero no se dice nada de que Natán le mandara a David cuestionar la obra de Dios en su alma. El Profeta no recibió tal misión del Señor; fue enviado para hacer que David llorara por su pecado, no para cuestionar su estado de gracia que Dios tantas veces había reafirmado sin ninguna duda.

Además de sembrar la duda acerca de la obra santificadora del Espíritu, Satanás a menudo envía reprensiones de la conciencia que niegan la riqueza de la gracia divina. Cuando encuentras que tus pecados se te presentan como excediendo la misericordia de la naturaleza de Dios o la gracia del pacto, esto viene de aquel celoso: el diablo. El Espíritu Santo, como intermediario de Cristo, corteja a los pecadores para que se abracen a la gracia del evangelio. ¿Qué podría decir entonces para estropear la relación o rebajar la estima de Cristo ante su amada? ¡Debes saber de donde provienen tales mentiras! Cuando oyes halagar a uno como sabio o bondadoso, seguido de un pero que lo estropea todo, sabes que no se trata de amigo sino de un hábil enemigo que, al fingir enaltecer al otro, realmente quiere desacreditarlo. Entonces, cuando veas que alguien te presenta a Dios como misericordioso y lleno de gracia, pero no para con pecadores tan malos como tú; y fuerte y poderoso, pero incapaz de salvar a alguien como tú, podrás decir: “Fuera, Satanás, tu lenguaje te ha traicionado. ¡Este mensaje no viene de Aquel que ama mi alma!”.

3. Satanás se nombra juez y jurado para juzgar a los creyentes

El diablo va a los cultos tanto como tú. Y se pone a la puerta de tu habitación para escuchar lo que le dices a Dios en secreto, estudiando la forma de acusarte. Aquel espíritu rebelde que se atrevió a criticar la forma que tenía Dios de regir el Cielo, no vacilará a la hora de juzgar la manera como tú riges tu alma. Es como los que escuchan el sermón solo para criticarlo y llamar al pastor “infractor” por una palabra de más o de menos. Satanás se deleita en destrozar tus actividades y desfigurarlas tanto que puedan parecer superficiales, aunque realmente estén llenas de celo, o farisaicas, aunque realmente sean sinceras. No descansará hasta poder pronunciar sobre tu alma una sentencia de: “¡Culpable!”. Cuando has hecho todo lo posible, entra en acción este crítico persuasivo. “Allí has sido hipócrita; parecías noble, pero era para tu provecho. Aquí te has alejado; allí fuiste perezoso; más allá te has hinchado de vanidad. ¿Qué galardón puedes esperar de la mano de Dios, habiendo estropeado de tal manera su obra?”. Esta murmuración constante agota a muchas pobres almas. ¿Eres tú de los espiritualmente agotados? ¿Critica el diablo todo lo que haces hasta que ya no sabes si orar o no, si escuchar o no? Y cuando has orado y escuchado, ¿sirve de algo? Así tu alma queda suspendida en la duda, y los días pasan tristemente, mientras tu enemigo está riéndose en un rincón por la jugada que te ha hecho. Este es su plan maestro: si no puede robarte tu justicia y rectitud, te quitará el gozo.

4. Satanás intenta robar la promesa  del pacto a los cristianos

Satanás viene para alejarte de los verdes pastos del consuelo del pacto y arrastrarte al abismo de la desesperación. Lo hace fingiendo que no te humillas lo suficiente por el pecado. El apóstol conocía los sofisticados juegos mentales que utiliza el enemigo. Los llamó sus “asechanzas” o “artimañas” (2 Cor. 2:11), sus argumentos astutos. Aquí depende Satanás de su pico de oro. Todo lo que dice es mentira flagrante y doblez, ¿pero qué cristiano no ha sido engañado, al menos por un momento, por sus estratagemas?

Satanás lo razona así: “Debe haber una justa proporción entre el pecado y la aflicción. Pero no la hay entre tu pecado y tu aflicción; por tanto, no te has humillado”. ¡Parece tan

plausible a primera vista! Además sabe citar abundantes textos bíblicos para probar sus ideas. Manasés fue un gran pecador, y una aflicción corriente no le servía: se humilló “grandemente en la presencia del Dios de sus padres” (2 Cr. 33:12). Satanás dirá luego: “Ahora pesa tu pecado en la balanza, junto con tu aflicción; ¿gimes en proporción a tus pecados? Durante años has guerreado contra el Omnipotente, haciendo lo que te ha venido en gana de su ley, probando su paciencia al máximo, hiriendo a Cristo con la daga de tu pecado, entristeciendo al Espíritu y rechazando la gracia. ¿Y ahora crees que un poco de remordimiento, como una nube pasajera que deja caer unas gotitas de lluvia, bastará? No; tienes que hundirte en la aflicción tanto como te has empapado del pecado”.

Para demostrar los fallos de esta tesis, hay que distinguir entre dos clases de proporción en el pecado.

Primero, una proporción exacta de aflicción con la naturaleza inherente y los deméritos del pecado. Esto no es factible: el daño del pecado más insignificante es infinito, porque se le hace a un Dios infinito.

Segundo, una proporción relativa de la aflicción con la ley y el gobierno del evangelio. ¿Y qué dice la ley del evangelio en este caso? Que la aflicción genuina y de corazón es la aflicción evangélica: “Se compungieron de corazón” (Hch. 2:37). Esta aflicción divina es el arrepentimiento para vida, dado por el Espíritu del evangelio para tu socorro. Alma tentada, cuando Satanás dice que no eres lo bastante humilde y que debes revolcarte en tu aflicción, considera cómo te puedes salvar: Cristo es el puente por el cual puedes cruzar sin peligro el río bravo de tu pecado. Eres hombre muerto si piensas responder por tu pecado con tu propia aflicción; pronto perderás el pie, y te ahogarás en tus propias lágrimas, sin ser rescatado de la menor de tus transgresiones. La fuerza de la aflicción no te llevará al Cielo, sino el verdadero arrepentimiento de corazón.

Una punzada en el corazón es más que una herida en la conciencia. El corazón es la sede de la vida. El pecado allí herido, se muere. Si tu corazón es falso, ni yo ni el evangelio mismo te podemos ayudar. Pero si eres sincero, te mostrarás entregado a Dios (1 Jn. 3:21) y tomarás para ti su promesa de perdón. (1 Jn. 1:9).

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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