Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Homenajes

¿Qué es para mí ser Alicantino?

Ángel Mota, en las escaleras de la Diputación de Alicante, el día que fue nombrado Alicantino de Adopción, acompañado de su familia, amigos y autoridades (Fotografía cedida por el doctor Mota).

Si me lo preguntan ustedes así, a bote pronto, les contestaré que no es ni más ni menos, que el que “ha nacido en Alicante”, por aquello del gentilicio de procedencia. Así pues,  por ejemplo, mis hijos son alicantinos, porque ambos han nacido en Alicante.

Pero, si se dan cuenta y vuelven a repasar la pregunta con la que yo he iniciado este escrito, verán que yo no he preguntado “QUIÉN ES ALICANTINO”, si no, que mi pregunta ha sido QUÉ ES SER ALICANTINO. Y ya, en este caso concreto, sí que debe tener otra interpretación y, por supuesto, alguna contestación definitoria más real respecto a la pregunta que se ha realizado.

Así, para mí, que no he nacido en Alicante, llegar a ser ALICANTINO, ha supuesto, desde mi llegada a esta hermosa ciudad, seguir las premisas, más menos y aumentadas, “Cesarinas” de: “Llegar, ver, trabajar, obedecer sufriendo calladamente, sin decir nada a nadie de lo que es o era, con unas miras de futuro y con consejos paternos inalterables de ‘ser honrado, y solo y siempre, hacer el bien, sin mirar a quién, porque de lo que siembres es de lo que, sin lugar a dudas, en tus tiempos futuros recogerás’”. Así me decía proverbialmente mi gran madre y que luego, años después, me repetirían hasta la saciedad aquellos honorables frailes franciscanos que se encargaron de mi primera formación humanística.

Pinarejo, pueblo conquense de origen de Ángel Mota, en imagen de 2013. Fotografía de Paco Arenas (Fuente: Wikimedia)

De esta manera y forma, con mis 21 años y siendo el mayor de seis hermanos, fue como llegamos a Alicante emigrantes, en septiembre del año 1961, desde un pueblecito de la Mancha conquense llamado Pinarejo. Por mi parte, yo, que hacía dos años que me había salido del seminario de los frailes franciscanos y había terminado y revalidado en Cuenca mi bachiller en letras y ciencias, y con mi reválida de sexto realizada, tenía previsto continuar, como becario del PIO (Patronato de Igualdad de Oportunidades), con mi curso de preuniversitario en el Instituto Jorge Juan, en el que, desde aquella hora y momento, sería mi nuevo pueblo y ciudad: ALICANTE.

Continué mis estudios de Medicina en la Facultad de Valencia, y acabada mi carrera volví nuevamente a nuestro Alicante, donde ya residía toda mi familia.

Ya era médico, y según mis maestros, los profesores don Miguel Carmena y don Pedro Sosa, estaba bien formado y me aconsejaron venir a mi pueblo, Alicante, para abrirme camino, ya que yo no iba a seguir la ruta del profesorado en la universidad.

Confieso que he vivido y convivido

Los avatares de estos inicios médicos los cuento detenidamente en uno de mis últimos libros escritos, Confieso que he vivido y convivido, por lo que no me detendré en todos aquellos entresijos del inicio de mi ejercicio médico en Alicante.

Sin embargo, no puedo pasar por alto, y siguiendo la primera premisa de QUÉ ES SER ALICANTINO, y tengo que exponer y decir que fue el director del Hospital San Juan de Dios el primero que me atendió. Tras una conversación de más de una hora, expuso que podría actuar y ver enfermos en aquel hospital bajo su dirección y como ayudante en las salas 13 y 14, y asimismo, actuando los lunes, miércoles y viernes en las consultas de Medicina Interna, junto al titular adjunto, y a punto de jubilarse,  Dr. D. Pedro Galiana, a quien por ningún motivo puedo dejar de recordar por las enseñanzas que de aquel célebre médico, ya anciano, aprendí.

Así pues, con mi especialidad de Medicina Interna me puse a las órdenes del entonces director del Hospital San Juan de Dios, don Luis Rivera Pérez, que era el jefe de las salas 13 y 14 de enfermedades de toda clase, con especial atención a todas aquellas que se producían en la provincia de tipo infecciosas y de las que éramos el único hospital para atenderlas. Perteneciente a la Excma. Diputación de Alicante, el San Juan de Dios era el único hospital que por entonces teníamos de Beneficencia.

Hospital San Juan de Dios de Alicante (Fuente: Alicantepedia).

Estoy hablando específica y concretamente de la década de los años 70 del siglo pasado (digo, de no hace más de cincuenta años), y les puedo decir y garantizar que, en aquellos momentos, hablar de que aquel cobijo y tenencia de pacientes con el título de HOSPITAL, es y sería un lujo grandilocuente. Aquel hermoso sitio de BENEFICENCIA y de atención de pacientes, era un PRIVILEGIADO LAZARETO de finales de la EDAD MEDIA, atendido por unas “monjitas”, ángeles de la caridad, cuyas vidas y sacrificios nunca, y de ninguna manera humana, podrían ser pagados. Todavía quedan en mi memoria el nombre de algunas de ellas: sor Isabel, que atendía la sala 6; sor Florentina y sor Teresa, que atendían las salas 13 y 14; y así otras como sor Regina, sor Elvira, sor María, sor Magdalena y algunas otras más cuyos nombres ya he olvidado y que hacían con nosotros, los médicos de guardia, aquellas 24 horas interminables de sábados, domingos, festivos, Navidades y todos los días del año.

Gratis et amore

Pero si hemos hablado de las “monjitas”, no debemos olvidar a aquellos MÉDICOS, y lo hago con mayúsculas, jefes de sus ESPECÍFICAS SALAS de especialidades, que prácticamente habían obtenido sus puestos por concurso en oposiciones reñidas y que eran los mejores especialistas y profesionales de la ciudad de Alicante, y que prácticamente hacían su vida hospitalaria gratis et amore. Así, aquellos doctores Clavero, Maneros, Miralles, Vander, Bercial, Carrillo, Peydró, Tafalla, Vicente Guijarro, el ya a  punto de jubilarse don Julio España, que no se perdía ninguna de sus guardias, don Cristóbal Pardo, Martínez Sampedro, Ortolá, Ruiz de la Cuesta, Andres Boldó, Antonio Server, Rafael Mora, Pedro Galiana y A. Mota pertenecíamos a aquellas salas de Infecciosas. Y junto con don Luis Rivera Pérez y algún que otro estudiante decidido, que venía a echarnos una mano, —era como funcionaba el hospital—, pues casi todos los médicos que actuábamos en aquellas salas y consultas externas trabajábamos sin sueldo alguno.

Es digno de resaltar que, incluso, sacamos adelante a la primera UNIDAD DE INTENSIVOS COLÉRICOS que hubo en Alicante y que hicimos y cuidamos durante los años 1973-74, durante la epidemia de cólera que, en ESPAÑA, oficialmente, no hubo. Pero estas son otras historias para contar más detenidamente. Como se ha podido ver en este último párrafo sólo se han citado algunos nombres de los muchos médicos que en aquellos años y en aquellos tiempos por allí pasamos…Tengo que reconocer, y así lo hago, que el mérito en general es de aquella bendita institución de beneficencia que tanto bien hizo en aquellos años de postguerra.

Equipo médico sanitario de los años 1995-98 del Hospital General Universitario de Alicante (Fotografía cedida por el doctor Mota).

No puedo pasar por alto, y con mi máximo respeto hacia ellos, a aquel célebre cuadro de PRACTICANTES que colaboraban con los médicos y las “monjitas” en todo el desarrollo hospitalario. Así, recuerdo a don Vicente Mójica, gran poeta y sombra inseparable del doctor Carlos Van Der Hofstad, que prácticamente no salían de los quirófanos; a don Antonio Cutillas Serna, que era la sombra de los ORL. Los doctores don José Babé y Diego Espuch, y otros tantos como don José Rivera, del que aprendí a hacer impecables punciones pleurales y otras técnicas médicas que solo ellos sabían hacer. Igualmente, tampoco puedo olvidar a aquellos otros con los que obligatoriamente tuve que hacer tantas y tantas guardias durante cinco años, como fueron don Luis Cerdá, Ladislao Comins, Bartolomé Amorós, don Rafael García, —que hacía de jefe de todos ellos—, don Francisco Coloma, don Pascual Ruiz Galiano, don Manuel Botella, don Bernardo Abad, don Carlos Sabater, don Joaquín Devesa y don Paco Mayoral —al que conocí ya últimamente, antes de mi salida del Hospital para irme a otro mayor y retomar ya mi plaza de adjunto de Cuidados Intensivos del Hospital el 20 de noviembre.

El doctor Pedro Herrero

Pero, por muchos y otros compañeros médicos que se me hayan olvidado —y a los que pido perdón por no acordarme de ellos en estos momentos—, del que por supuesto no puedo olvidarme, de ninguna de las maneras, es de aquel santo varón médico como fue el doctor don Pedro Herrero, médico pediatra que atendía a todas las tribus de niños de los barrios más pobres de Alicante, dejándose retazos y girones de su vida familiar en cada hora del día y, así mismo, de sus dineros, de los cuales repartía a diestra y siniestra. ¿Qué pues puedo decir de él si ya está en los altares? 

Seguir siendo alicantino, para mí, fue atender clínica y médicamente, en colaboración con el doctor Martínez Sampedro, dentro de la Cruz Roja, a todas aquellas mujeres que nos venían de distintas ciudades alicantinas para hacerse revisiones mamográficas de posibles cánceres de mama, y así gratis et amore, dos-tres tardes a la semana durante tres años.

Ser alicantino para mí, supuso colaborar con el doctor don Carlos Mazón en la Cruz Roja, ayudándole en las extracciones que se realizaban dentro y fuera del hospital de Cruz Roja, o bien en los desplazamientos que se realizaban a distintas ciudades, así también durante dos o tres años. Por supuesto gratis et amore.

Monumento al doctor Pedro Herrero en el Puerto de Alicante. Fotografía de Varondán (Fuente: Wikimedia).

Ser alicantino para mí y por mor de seguir ad pedem litterae, mi formación médica fue ser médico de los pueblos de Busot y Aguas de Busot en colaboración y a partes iguales con el doctor Manuel Martínez Sabater durante un año. Aquí, ya sí, cobrábamos algunas menudencias oficiales.

Ser alicantino para mí ha supuesto dar charlas de índole sanitaria a distintas asociaciones, grupos profesionales, colegios y otras entidades que me lo solicitaban, como así sucedió en Crevillente, Novelda, Elche y Alicante, entre otras poblaciones. Claro está, siempre gratis et amore.

Ser alicantino para mí ha supuesto promover cursos técnicos de más o menos horas lectivas de especialidades varias para formación de médicos recién licenciados, que han ido desde innumerables cursos de RCP (Reanimación Cardiopulmonar), hasta de otras especialidades como Cardiología, Cirugía, Politraumatismos, por nombrar algunas.

Ser alicantino para mí ha supuesto escalar puestos de responsabilidad en toda la escala sanitaria, desde el más iniciático y honroso puesto de médico de medicina de urgencias, pasando posteriormente por la escala de adjunto, jefe de sección, hasta alcanzar el puesto de jefe de servicio y todo ello siempre obtenido por diferentes concursos oposición. Y, durante todas estas etapas de mi vida, colaborando, promoviendo, participando en congresos nacionales e internacionales, asistiendo sin descanso en mis días libres y vacaciones a cursos y másteres de gestión y otras especialidades médicas, aportando estudios colaborativos, ponencias y estudios propios con artículos de mi especialidad, de Medicina Intensiva y de otras. Siempre y claro está, con el patrocinio de los hospitales alicantinos.

Ángel Mota, rodeado de su familia, firmando en el libro de la Diputación de Alicante como Alicantino de Adopción. (Fotografía cedida por el doctor Mota).

Ser alicantino, por fin y para mí, ha sido casarme y vivir con mi querida esposa valenciana y toda su familia, madre de mis dos hijos —como ya he dicho anteriormente, alicantinos—, que han conseguido reestructurar  mi genotipo inhibido de mesetario celto-carpeto-betónico, por aquel otro fenotipo que exhibimos por aquí de fenicios-judeo-arábigos mediterráneos, de los cuales, tanto de los unos, como de los otros, nos encontramos tan orgullosos los que nos confesamos a todas luces ESPAÑOLES, desde el cabo de Finisterre en La Coruña, hasta el de la Nao en Alicante y el de Creus en Gerona, hasta el de Trafalgar y Tarifa en Cádiz, incluyendo esas hermosas ciudades de Ceuta y Melilla, rodeados al mismo tiempo de esa corona de laurel tan preciosa de nuestras Islas Baleares y las graciosas y espléndidas Canarias.

Ángel Mota López

Licenciado en Medicina y Cirugía en 1969, por la Universidad de Valencia; diplomado en Sanidad Pública Nacional, Gerencia de Jefes de Servicio, Estudios Clínicos Controlados y RCP; titulado en Especialista en Medicina Interna y Especialista en Medicina Intensiva y Máster en Gestión y Dirección Hospitalaria.
He realizado docencia para posgraduados en la Unidad de Cuidados Intensivos entre 1982 y 1987 en el Hospital de Elche y en la facultad de Medicina de la Universidad de Alicante y he dirigido cursos de RCP y el I Curso de Medicina de Urgencias, entre otros. Además, he sido profesor del Máster de Urgencias de la Universidad de Alicante entre 1989 y 1992.
Fui jefe de sección de UCI en el Hospital General de Elche hasta 1993, año en que pasé a ser médico jefe de Servicio de UCI, siendo también miembro de la Junta Facultativa de dicho hospital y exdirector gerente-médico del Hospital General Universitario de Alicante y fundador de la Sociedad Medicina Intensiva del País Valenciano (SMI-PV).
Fui nombrado Hijo Predilecto de Pinarejo (Cuenca) en 1998 y Alicantino de Adopción en mayo de 2019. En junio de 2019, el Colegio de Médicos de Alicante me entregó un diploma conmemorativo por haber cumplido 50 años de profesión médica.

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  • Soy conquense como tú, pero nacido en Ledaña en 1937, segundo año de la Guerra Civil. Vine a Alicante en 1964 y algunos de mis seis hijos son alicantinos (tres nacieron en Murcia, donde me destinó el director de La Verdad, tras cuatro años en Alicante y otros tantos en Elche. Todavía no me han laureado como ‘alicantino de adopción’, tras otros 39 años en la Terreta, desde 1983, pero confío en que pronto se acuerden de mí. Como tarden un poco más de la cuenta… He cumplido ya los 85. Enhorabuena por tu distinción. ¡Viva Alicante y viva Cuenca! Un abrazo.