Breve biografía de Santo Tomás de Aquino – El itinerario angelical de un varón

Entre sus filas, la familia dominica cuenta con un sol de incomparable grandeza. A este astro le cupo beneficiar a la Iglesia con la luz de su enseñanza y, sobre todo, con el calor de su santidad.

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Tomás nació en los alrededores de Aquino, a finales de 1224 o principios del año siguiente, en el seno de una de las familias más ilustres del reino de Sicilia. Entre sus parientes figuran el emperador Barbarroja, su tío, y Federico II del Sacro Imperio, su primo.

Deseando ver a uno de sus retoños en el trono abacial del monasterio de Montecasino, situado en las inmediaciones del feudo familiar, sus padres dispusieron que el pequeño Tomás entrara en la vida religiosa. Apenas tenía 6 años y ya estaba en el camino del gran San Benito. Dotado de un espíritu profundo y al mismo tiempo elevado, reflexionaba sobre las verdades de la fe que oía. Incluso al comienzo de su instrucción, se hizo conocido por inquirir de sus hermanos una explicación cabal de quién era Dios.

Contacto con la Orden de Predicadores

Debido a ciertas disensiones entre el Sacro Imperio y Roma, sus padres lo enviaron a Nápoles con 14 años para que estudiara artes liberales en la universidad que allí acababa de ser constituida. Durante este período es cuando floreció su verdadera vocación. Al tomar contacto con la Orden de Predicadores, recién fundada por Santo Domingo de Guzmán, se sintió sobremanera atraído e ingresó en sus filas.

Sin embargo, por ser mendicante, la orden chocaba con los patrones mundanos de la época, en especial con los objetivos de realización humana de sus padres. Por eso su madre les mandó a sus hijos que secuestraran a Tomás y lo llevaran de vuelta a casa.

Maestro en París

Tras concluir su encarcelamiento entre los suyos en 1245, el joven religioso fue conducido por el propio superior general de los dominicos a la entonces capital del pensamiento cristiano: París, la «nueva Atenas». En el convento de Saint-Jacques encontraría el ambiente de recogimiento y meditación necesarios para el buen aprovechamiento de sus estudios. A fin de cursar Teología ingresó en la universidad, donde tuvo como compañero al Doctor Seráfico, San Buenaventura, y como guía y maestro a San Alberto Magno, el Doctor Universal, a quien siguió tres años más tarde a Colonia.

La vida de Santo Tomás de Aquino y su vasta obra estuvieron marcadas por un ardiente amor a Dios
Santo Tomás de Aquino, de Fra Angélico – Museo Nacional del Hermitage, San Petersburgo (Rusia)

En 1252, con 27 años, regresó a París como bachiller y comenzó a enseñar para obtener el título de maestro. En marzo de 1256 recibió la licentia docendi junto con San Buenaventura. En ese período tejió los comentarios al libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, así como también al Evangelio de San Mateo y al Libro de Isaías. Cuatro años más tarde escribiría la Suma contra los gentiles, obra en la que se abordan los principios filosóficos que sostienen la fe cristiana.

Su prestigio de sabio y de santo había llegado hasta los más altos medios eclesiásticos. Entre 1259 y 1268 fue convocado a acompañar a la corte pontificia en sus viajes por Italia como teólogo-consultor del Papa. Conciliaba su nuevo cargo con la magistratura de París.

Ardiente devoto del Santísimo Sacramento

Tanto amor nutría Tomás por el Pan de los ángeles que era el primero en despertarse durante la noche para postrarse ante el sagrario. Cuando sonaba la campana de maitines, regresaba sigilosamente a su celda para que nadie lo notara. La Divina Providencia, no obstante, dispuso los acontecimientos de tal modo que el mundo conociera el ardor eucarístico que rebosaba del corazón de este gran hombre.

Se dice que Urbano IV, con el fin de crear un oficio propio para la recién instituida solemnidad de Corpus Christi, le solicitó a cada uno de sus principales teólogos que elaboraran una propuesta, al objeto de elegir la más adecuada. Vencido el plazo, se reunieron todos con el Papa y, no sin renuencia, Santo Tomás fue el primero que leyó su propio trabajo. La audición de las alabanzas oriundas del corazón del Aquinate provocó un arrobamiento general. San Buenaventura, que también figuraba allí, se quedó tan impresionado con la calidad de la composición del Doctor Angélico que rasgó lo que llevaba escrito, siendo imitado acto seguido por los demás. Actitud de inusual humildad, lamentablemente rara en los círculos intelectuales…

De la secuencia Lauda Sion, cuyas alabanzas siempre estarán por debajo de lo merecido, parece elevarse a los Cielos el clamor más puro y devoto de cuantos encuentran en el sacramento del altar la presencia real de aquel mismo Jesús que, triunfante, recorrió Galilea después de su Resurrección animando a los Apóstoles.

Consejero del rey

De regreso a París, en 1269, fue nombrado por San Luis IX como su consejero privado.

El santo monarca lo convidó cierta vez a su mesa. Sin preocuparse por el prestigio que tal invitación conllevaba, se excusó alegando que estaba dictando la Suma Teológica, trabajo que no podría interrumpirse fácilmente. El rey se dirigió entonces al superior del santo, quien en nombre de la obediencia le ordenó que asistiera al convite.

Mientras los comensales charlaban animadamente, fray Tomás se mantenía ajeno, sumido en sus pensamientos. Los cortesanos, divertidos e intrigados, observaban al singular invitado que, de repente, golpeó la mesa exclamando en voz alta: «Modo conclusum est contra hæresim Manichæi».1 Acababa de encontrar el argumento decisivo contra la herejía de los maniqueos y no pudo contener su alegría. Estupefacto, su superior le reprendió, advirtiéndole que se hallaba en presencia del rey y de los nobles. Sin embargo, San Luis, que compartía los mismos ideales de conquista de la verdad y del servicio de Dios, mandó que su secretario personal tomara nota del argumento recién expresado.

Una visión misteriosa

Dos años antes de su muerte, la obediencia lo envió de vuelta a su tierra natal a fin de fundar allí un gran centro teológico dominico, como el que había en Roma. En el poco tiempo que le restaba se dedicó a escribir la tercera parte de la Suma Teológica, que quedó incompleta…

Después de la fiesta de San Nicolás, Reginaldo de Piperno, su fiel secretario, se dio cuenta de que Tomás había dejado de escribir y estaba más callado que de costumbre. Entonces, le indagó el motivo de tal actitud. «Ya no puedo más», le contestó el maestro. Ante la insistencia de fray Reginaldo, finalmente le dijo, pidiendo reservas: «Todo lo que he escrito hasta hoy me parece paja, en comparación con lo que he visto y me ha sido revelado».

«Lo dejo todo a la corrección de la Santa Iglesia»

Unos meses más tarde, el Papa Gregorio X convocó un concilio ecuménico en Lyon, en el que iba a participar el Doctor Angélico. Éste, cada vez más volcado en las realidades sobrenaturales y enajenado del mundo, fue detenido en mitad del viaje por una enfermedad mortal.

Dignas de mención son sus palabras tras recibir el viático: «Te recibo, prenda del rescate de mi alma; te recibo, viático de mi peregrinación. Por amor a ti, he estudiado, velado, trabajado; te he predicado y enseñado. Nada dije contra ti, pero si lo hice, fue sin saberlo; no persisto obstinadamente en mis juicios; si he hablado mal de este y de los otros sacramentos, lo dejo todo a la corrección de la Santa Iglesia Romana, en cuya obediencia salgo ahora del mundo».2

El 7 de marzo de 1274, habiendo recibido piadosamente los últimos sacramentos, entregó su espíritu. Y, por fin, pudo contemplar sin velos a aquel a quien desde la infancia había tratado de conocer y amar, y de cuya causa había hecho su porvenir. 

Extraído de la revista Heraldos del Evangelio, #240.

Notas


1 Del latín: «Así concluyo [la refutación] contra la herejía maniquea» (GUILHERME DE TOCCO. Ystoria Sancti Thome de Aquino, c. 43. Toronto: PIMS, 1996, pp. 174-175).

2 AMEAL, João. São Tomás de Aquino. Iniciação ao estudo da sua figura e da sua obra. 3.ª ed. Porto: Tavares Martins, 1947, p. 154.

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