Miguel Flores volvió a demostrar ayer 10 de marzo, en el Teatro Central de Sevilla, que es un pilar fundamental dentro de ese grupo de cantaores con una larga trayectoria a sus espaldas que gusta tanto a ortodoxos como a otros que no lo son tanto. Sus actuaciones desprenden un olor añejo con una reminiscencia bastante actual.

Encima del escenario, “Capullo”, con su prolijo repertorio, quiere gustarse para gustar al auditorio, y parece que está más a gusto cuando canta solo, sin compartir cartel con otras figuras. Ayer, desde que empezaron a lucir los focos por martinetes y hasta que se apagaron por bulerías, el jerezano demostró que es un gran aficionado y que le encanta lo que hace. Estuvo animado, porque él, ante todo es festero.

Ojalá podamos seguir disfrutando muchos años de su compás y su ramillete de bulerías por soleá, fandangos, tientos, tangos y rumbas (que sigue cantándolas más flamencas que nadie). Es un cantaor único, señero y peculiar, y no habrá otro parecido.

Para terminar, debo añadir una mención a Diego Amaya. Hay que decir que este hombre, cuando está “templao”, acompaña mejor que ningún otro “tocaor”. Toca más gitano y con más gusto que la mayoría, le da aire al toque como nadie y no puede sonar más flamenco.

Deben agradecer quienes cantan a su lado que no sea uno de tantos guitarristas que pretenden eclipsar y acaparar la atención del que va a escuchar cante. Diego acompaña, no da recitales.

Alfredo Pérez