En los últimos años, Ben*, de 15 años, ha insultado a sus padres con palabras que no pueden escribirse en este artículo. El adolescente, de 5 pies y 9 pulgadas de altura, ha empujado con el hombro a su madre que mide 5 pies y 2 pulgadas, ha dado portazos, salido de la habitación dando pisotones, girado los ojos, suspirado, arrojado objetos hacia el otro lado de la habitación, se ha enfadado y ha insultado a su hermano menor.

“Desde que era pequeño, Ben siempre ha experimentado emociones intensas”, explica su madre, Nina*. “Muchas de estas emociones son buenas. Las otras, que no son tan buenas, también son muy intensas. Y muy complicadas. No parece ser capaz de controlarlo, siempre pasa de 0 a 60”. Cuando las palabras no funcionan con Ben, Nina cuenta que su esposo y ella han intentado todo lo que está a su alcance para moderar el temperamento de su hijo: deshabilitar el internet, arrebatarle sus dispositivos electrónicos, castigarlo por un mes y prohibirle ver a sus amigos y asistir a fiestas. Nina reconoce que, en la mayor parte, estas acciones han sido inefectivas. “Él dice que no le importa. Nos dice: ‘No pueden lastimarme’”.

No son noticias nuevas, pero los adolescentes y la ira van de la mano. Hasta que no lo has experimentado por ti mismo, es difícil describir cuán agotador resulta batallar casi diariamente con un niño que tiene el tamaño de un adulto, cuya conducta varía desde estar callado y ser descortés hasta estar furioso e incluso ser violento.

La ira de los adolescentes es una “tapadera emocional”

Los expertos en disciplina positiva les piden a los padres que interpreten la ira de los adolescentes de una forma completamente distinta. Lo primordial es salirse de los métodos disciplinarios de larga tradición, lo que puede ocasionar un cambio dramático en la forma en que un adolescente se siente, comporta y se relaciona con sus padres y hermanos. El primer paso, según los expertos, es evitar enfocarse en la ira en sí. En lugar de ello, mira detrás de la ira para descubrir las “emociones ocultas” que la impulsan.

“Los padres son más eficaces cuando asumen el rol de detective e intentan entender la razón detrás de la conducta”, dice Jane Nelsen, autora de la serie de libros Positive Discipline (enlace en inglés). “Algunos adolescentes actúan con ira porque no saben cómo expresar ‘quiero ser aceptado’. El problema ocurre cuando los padres reaccionan a la emoción o conducta usada como tapadera emocional, en lugar de prestar atención a la razón detrás de la conducta”.

Nelsen cita al famoso experto en desarrollo infantil Rudolf Dreikur: “Un niño con mala conducta es un niño desanimado”. En otras palabras, un adolescente enfadado podría sentirse de esa forma porque cree ser una decepción para sus padres. Por otro lado, puede que se sienta ansioso por la escuela, se sienta excluido por algunos grupos de niños, sienta resentimiento hacia sus hermanos o simplemente se sienta abrumado ante todos los cambios internos y externos que ocurren en su cuerpo y cerebro, los cuales se desarrollan a una gran velocidad.

Entiende que los adolescentes se enfadan (todas las personas lo hacen)

Los expertos en disciplina positiva también instan a los padres a cuestionar la regla, a veces establecida y a veces implícita, de que los niños “buenos” no se enfadan. “Enfadarse es una parte normal de la vida”, dice la Dra. Nanika Coor, una psicóloga clínica radicada en Brooklyn que se especializa en trabajar con padres. “Y los niños sienten las cosas con intensidad. Su habilidad para identificar y controlar sus emociones de forma efectiva no se habrá desarrollado hasta los 25 años”. Hasta entonces, los padres pueden ayudar enseñándole a su hijo las herramientas para entender y procesar sus emociones.

También resulta útil saber cómo es la ira típica de un adolescente. “Puede que te ignoren, se enfrasquen en la tecnología, estén malhumorados, discutan, sufran arrebatos emocionales o tengan ataques emocionales”, explica Coor. “Su cerebro está en desarrollo y su corteza prefrontal (el centro de la autorregulación, razonamiento y control de impulsos) no se ha desarrollado por completo. No puedes esperar una toma de decisiones acertada de un adolescente de 16 años. Es importante recordar su etapa de desarrollo: su regulación emocional sigue en desarrollo”.

Déjalo expresar sus emociones (sin importar lo difícil que sea)

Los expertos dicen que permitirle a tu adolescente el tiempo y el espacio para expresar lo que le preocupa (en lugar de tratar de reprimir sus emociones) le ayuda a aprender a autorregularse a medida que crece.

“Es una gran falta de respeto impedir que las personas, incluyendo nuestros niños, expresen sus sentimientos”, señala Nelsen. “En ocasiones, lo mejor que puedes hacer es limitarte a acompañarlo y permitirle sentirse enfadado”, coincide Coor. “No hay forma de razonar cuando alguien está gritando o arrojando objetos. En ese momento no puede hacerse más que analizar la situación”.

Incentívalo a hablar

Hazle saber que cuenta contigo cuando se sienta listo para una charla o un abrazo (sí, un abrazo, sobre todo para los adolescentes). Incluso si opinas que tu hijo está equivocado, “trata de ver la situación desde su punto de vista y exprésale tu comprensión”, explica Coor. “Cuando los niños se sienten comprendidos, es más probable que se tranquilicen, incluso si las cosas no salen como ellos querían”. En ocasiones, tu hijo solo necesita desahogarse así que permíteselo, y aunque pueda resultar tentador, ahórrate el sermón. Incluso muéstrate dispuesto a disculparte si tú mismo lo atacaste verbalmente. Esta es una excelente demostración, señala Coor, de cómo “las personas que se aman pueden enfadarse, pero se reconcilian”.

¿Y qué hacer cuando tu hijo ha sido hiriente? Coor sugiere decir algo como: “‘El portazo y los gritos no me agradaron. No me siento muy bien al respecto. Quiero que cuentes conmigo, pero ¿hay otras maneras en las que me puedes hacer saber que estás molesto?’. Cuando estás enfadado con un ser amado, tratas de resolver las situaciones de manera respetuosa”.

Concéntrate en las soluciones, no en los castigos

Durante décadas, la disciplina ha sido el enfoque predilecto para lidiar con adolescentes problemáticos. “¿De dónde sacamos la descabellada idea de que para lograr una mejor conducta en el niño primero debemos hacerlo sentir peor?”, pregunta Nelsen, autora de Positive Discipline. “Los niños muestran una mejor conducta cuando se sienten mejor”. Nelsen insta a los padres a replantearse sus ideas de forma radical dándole prioridad a las soluciones y no a la disciplina estricta.

En lugar de ello, intenta mantener una buena comunicación y concéntrate en establecer una conexión con tu hijo. Coor señala que la pregunta es: “‘¿Cómo queremos sentirnos cuando estamos juntos?’. No simplemente decir: ‘Estás fumando hierba y no me gusta’. ¿Cómo puedes establecer una relación en la que a tu adolescente le importe tu opinión? Si tu hijo cree que no te interesas por él, no le importará tu opinión. Si se siente ignorado, entonces te ignorará a ti”.

Coor garantiza que aplicar estas técnicas de alejarse, tratar de entender lo que hay detrás de la ira y llegar a un común acuerdo no implica más tiempo ni más problemas. Estas técnicas simplemente son relativamente desconocidas para la mayoría de los padres.

Puede que un castigo funcione en el momento (o no, si estás tratando con un adolescente independiente), pero Coor garantiza que establecer una conexión rendirá sus frutos a largo plazo, ayudando a tu adolescente a aprender a autorregular las emociones complicadas y a mantener un diálogo abierto entre padres y adolescentes.

Asegúrate de que no sea algo más serio

Si los arrebatos de tu adolescente son extremos, vale la pena buscar la ayuda de un terapeuta. Muchos niños que experimentan dificultades con emociones extremas sufren de trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) o trastorno oposicional desafiante. “Si tu hijo es muy volátil”, dice Coor, “yo recomendaría buscar ayuda”.

Nina y su esposo decidieron buscarle un terapeuta a Ben, quien fue diagnosticado con TDAH en tercer grado. Desde entonces, ha probado con medicamentos y asistido a terapias familiares e individuales. Estas medidas han tenido cierto grado de éxito, aunque ninguna ha sido la cura definitiva, señala Nina. Lo que sí parece estar haciendo la diferencia es que la propia Nina está aprendiendo a darle espacio a su hijo, a actuar más como una orientadora y menos como una controladora excesiva, y sí, a buscar establecer una conexión en lugar de centrarse en la corrección severa.

Ten presente que todo va a mejorar

Nina dice que ha observado cambios sutiles, pero positivos, en su hijo. “Está madurando y asumiendo mayores responsabilidades”, como empacar artículos en el supermercado local. “Se está volviendo más independiente en su vida personal. Incluso acude a mí en busca de consejo, cosa que nunca ocurría. Esto me ha dado una noción de lo que nuestra relación podría llegar a ser. Me ha dado esperanza”.

*Los nombres han sido cambiados para proteger su privacidad.

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