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Mientras tantoAdentrarse al otoño

Adentrarse al otoño


Era en estas últimas tardes de agosto cuando empezaba a desvanecerse el verano, y poco a poco se iba extendiendo en la quietud del aire un silencio de ventiladores apagados. Los campos se doran con los rayos crepusculares de un sol cada vez más amarillecido que los campesinos bautizan como sol de agua. Los cielos se desfloran en heridas ocres, como la piel mustia de la uva madura, y crece por el hombro del monte un cirro negruzco y majestuoso que barrunta aguaceros de granizo. El levante agita las copas de los árboles, cierra con ímpetu puertas y ventanas, limpia de frescor las escamas ardientes de la canícula. En el horizonte cada vez más neblinoso y oscuro, ruge y retumba la nube. Ya está encima. Pero antes, unos instantes de calma expectante. Se detiene el viento. Todo calla. Los gatos se terminan de acomodar dentro del pilón de leña entre telarañas. De pronto, un relámpago ilumina la campiña. Y enseguida, un trueno rasga el cielo en un quebranto. Ha estallado la tormenta. Un diluvio de gotas como puños hace borbotear la tierra como si hirviera.  La cortina de lluvia enceguece la vista. El granizo rebota en los suelos, en las paredes, en las tejas; dispara a las persianas, a las bolsas blancas de las parras, a las aladas hojas de palmera; hiere de bala de hielo a los higos invernizos y a las últimas sandías de temporada. Cuando cesa el fragor, un manto blanco cubre los bancales de una ilusión de nieve. Escampa y soplan olores fuertes, como a tallo de cardo, a raicilla tierna, a pámpano sudoroso, a madera húmeda de nogal, a olmas de piedra caliente. También los caracoles salen de sus escondrijos y reptan paredes de cemento en acequias y arquetas, o se quedan quietos entre los hierbajos, con sus cuernos empinados y dejando tras sus pasos una orla de baba lenta. Después de una gota fría así, la noche se estremece con lejanos ladridos desfallecidos de algún perro taciturno. Las ranas croan en las charcas. Los grillos zapateros silban en la tierra embarrada. Y en el interior de las casas de campo se saca de los armarios la manga larga, que huele a aliento de alcanfor, y en los dormitorios se reponen sábanas, cuyo roce fresco en los pies provoca placeres añorados que traen el anuncio de que el tiempo está cambiando: que agosto se agosta, que el verano agoniza y que comienza el camino hacia las estaciones del frío.

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