Cortesía y deferencia

Cortesía y deferencia

2020-01-13 | Por Freddy Ames

Hoy, que la tecnología de las comunicaciones nos ha invadido, casi todos nosotros contamos, por lo menos, con una aplicación para recibir o enviar mensajes, ya sea vía texto, voz o video. Hemos identificado a nuestros contactos y, por reciprocidad, les permitimos dialogar.

Entonces, algunos valores, como la cortesía, que nos inculcaban nuestros padres, que se ejercía sólo mediante la presencia física o por intermedio de las cartas, se ha extendido al chat o mensaje digital.

La cortesía, hábito que hace la diferencia entre las personas de bien, para algunos o algunas no cuenta. La cortesía es la demostración, el acto o cosa con que se manifiesta amabilidad y buena educación.

Entendemos que, si aceptamos a un contacto en el celular, es porque ha pasado los filtros que cada uno impone a la persona que solicita conectarse con nosotros. Entonces, ¿qué nos queda al momento de recibir un mensaje? Sólo responder y, si es con amabilidad, mejor. Nunca un mensaje debe quedar sin responder, inclusive si es impertinente o agraviante, que puede ocurrir, a pesar de ser un contacto conocido. La respuesta debe ser cortante o el bloqueo definitivo es la opción a tomar; y, si no respondemos a tiempo a un buen amigo o amiga, debemos pedir disculpas.

Recuerdo como si fuera ayer. Fui invitado a la casa de Heli, un gran amigo en New York. Él es un embajador del Perú; ha ejercido el cargo en varios países del mundo. Cuando llegué a su hermosa residencia, que parecía una casa de muñecas, me recibió como si hubiera llegado un rey o el presidente de la república. Constaté que hizo lo mismo con todos sus invitados. Desde el principio me sentí tranquilo, contento y como si estuviera en mi propia casa. Vino la cena y lo que vi me dejó anonadado. Nos pidieron sentarnos alrededor de una mesa cubierta de fuentes con diferentes tipos de comida. Una en especial, al centro, contenía un lechón recién horneado. El embajador, mi amigo, se paró y comenzó a cortar el lechón y nos sirvió a cada uno de nosotros. Él fue el último en servirse. Pude observar a su alrededor varias personas del servicio doméstico que podrían haber realizado la tarea sin problema, pero él decidió hacerlo. ¿Cuántos de nosotros somos buenos anfitriones? Muy pocos. Otro amigo, Juan José, es un excelente anfitrión, a quienes hoy saludo y agradezco por tanta deferencia hacia mí.

La cortesía en grado supremo, Heli, desde el lugar en que se encuentra, me envía un saludo por mi cumpleaños, por Navidad, por Año Nuevo y por el día de Acción de Gracias. Le contesto con cariño, un poco avergonzado, porque él siempre es el primero en llamar.

La cortesía que aprendí de mis padres me ha abierto muchas puertas. Mi madre decía “que ni al peor enemigo se le niega el saludo”. En nuestra vida no existe rencor, revancha, ni tampoco espera. En las últimas fiestas navideñas y por el Año Nuevo, saludé a todos los que debía hacerlo, pero, paradójicamente, no recibí los saludos y los buenos deseos de quienes más esperaba. De tener pensamiento inferior, habría respondido con indiferencia y rencor; pero no, pasé la página y me eché a andar. Habrá tiempos mejores, dije.

La cortesía es sinónimo de grandeza; no debemos confundir amabilidad con debilidad. Podemos ser duros, fuertes, pero nunca groseros.

Es muy probable que muchos de los que hoy me leen no le den el verdadero valor a la cortesía. No saben que hemos venido a este mundo a crecer como persona, como ser humano; debemos trascender. La vida es corta y, si podemos saludar con una sonrisa, contestar un mensaje y ser amables, hagámoslo; no cuesta nada.

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