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España España · Valencia
Críticas de Carorpar
Críticas 1.105
Críticas ordenadas por título de la película
7
17 de marzo de 2023
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Notable cinta de temática boxística. «The Fighter» no resulta original en ningún aspecto y, de hecho, reproduce muchos de los esquemas argumentales de la infinidad de historias de similar pelaje. No obstante, se beneficia sobremanera de la dirección de David O. Russell —sin duda uno de los realizadores más interesantes de su generación— y de un reparto de alto voltaje, justamente galardonado con los dos Óscar que se llevó la película.
En efecto, David O. Russell pone en imágenes la procelosa carrera de Mickey Ward, oscuro púgil de Lowell, un «escalón» en la jerga del mundillo, que a la postre, contra todo pronóstico y pasados los treinta años, se convertiría en campeón del mundo en su peso. Que lo haga con seca fidelidad, texturas documentales y sin (excesivas) concesiones al melodrama es un punto a su favor. Prueba fehaciente de lo cual la encontramos en el combate que culmina la trama, calcado golpe por golpe de la pelea real, disponible en Youtube.
Tal como subrayé al comienzo, el verdadero plato fuerte de la velada lo integra un elenco en estado de gracia. Incluso Mark Wahlberg entrega un trabajo por demás digno en la apocada piel de Mickey Ward. Ahora bien, y un poco del mismo modo que su personaje, Wahlberg se ve eclipsado por una Amy Adams cuya carrera se empezaba a consolidar tras unos inicios algo dubitativos y, muy especialmente, por los premiados Christian Bale y Melissa Leo. Ésta compone a la madre de las (nueve) criaturas con unos niveles de toxicidad lumpen rayanos en lo radiactivo. En cuanto al actor galés, imparte la enésima lección de, más que interpretación, mímesis —si no posesión demoníaca— con su papel como ex boxeador adicto al crack. Flaco como un sarmiento, medio calvo y con la mirada perdida, se erige en el alma enfermiza de la fiesta desde el primer minuto del metraje.
Carorpar
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6
21 de febrero de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por las razones que fueran —meros prejuicios carentes de cualquier fundamento—, tenía escasas esperanzas puestas en esta serie. Pero, como los años me han enseñado que el secreto de la felicidad es una cuestión de expectativas, “The Frankenstein Chronicles” ha acabado suponiendo una sorpresa ciertamente agradable.
Benjamin Ross reivindica los folletines de antaño y sus abracadabrantes tramas con esta delicia goticista y progresivamente oscura. Las referencias literarias de la primera temporada —Mary Shelley, William Blake— dejan paso durante la segunda a los pesadillescos manejos de sendos científicos megalómanos. La gran virtud de ambas radica —como casi siempre en producciones británicas de época— en la lograda recreación del “zeitgeist”.
Así, los oropeles románticos no alcanzan a ocultar las degradantes condiciones de vida del proletariado, clase social recién nacida de la asimismo joven Revolución Industrial. En paralelo asistimos a las maniobras —no todas limpias— de un Robert Peel un tanto maquiavélico para arrancar del suelo inglés los últimos rastrojos de “Ancien Régime”.
En medio de todo lo cual y a modo de doliente bisagra, el todoterreno Sean Bean. Su John Marlott, antihéroe trágico, torturado primero por la sífilis y la culpa y embotado después por su insólita condición de “regresado” —por utilizar un término no susceptible de ser recluido en la zona “spoiler”—, constituye una ilustrativa encarnación del momento histórico y de la lógica desorientación que muchos de sus protagonistas debieron de sufrir.
En fin, bien se ve que esta “The Frankenstein Chronicles” da bastante más de lo que a priori cabía imaginar. Llamativo cuando menos, normalmente sucede todo lo contrario. Por ende, muy de agradecer.
Carorpar
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5
9 de junio de 2022
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A priori, el mero concepto de «coproducción hispano-japonesa» se antoja, como poco, sorprendente, habida cuenta de la distancia, y no sólo geográfica, entre las industrias audiovisuales de ambos países. Sumémosle un reparto más internacional que un piso erasmus —cierto que las propias premisas así lo demandaban— y encabezado por un John Lynch que, sin que sirva de precedente, no interpreta esta vez a un preso del IRA sino a un científico endiosado. Definitivamente, la rareza está servida.
Tampoco la idea carece de ambición: un thriller de asesino en serie ambientado en la Antártida. Se acompaña, además, de una narrativa en tres planos temporales superpuestos que no molesta, así como de un notable diseño de producción que ayuda a crear la claustrofóbica atmósfera propia de la localización y las circunstancias. Lástima de la precipitación con que los hermanos Pastor se zambullen en un descalzaperros de puñaladas traperas, fracturas occipitales y balazos por la espalda, sin darnos tiempo apenas de entrar en materia, de paladear mínimamente el viciado aire de la convivencia en unas condiciones climáticas asaz extremas.
Pero lo peor no es eso, ojalá. Resulta especialmente desalentadora la pertinaz concatenación de sinsentidos con que se impulsa la trama y que puede resumirse en que no hay un solo integrante de la misión Polaris VI que no parezca empeñado en hacerse matar, y de la manera más estúpida posible. La verdad, del florido ramillete de eminencias en sus respectivos campos que componen —o eso cabría suponer acerca de quienes tienen en sus probetas la solución al cambio climático, casi nada— esperaba decisiones algo menos autodestructivas. Ni que decir tiene que, junto al síndrome polar T3, todos ellos manifiestan oportunísimos síntomas del del «villano parlanchín».
Carorpar
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6
16 de agosto de 2012
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Enloquecido soft gore sin más pretensiones que dar al género una vuelta de tuerca más, pero no tanto como para quedar fuera de los circuitos comerciales convencionales. Así, la enorme depravación que propone no se explicita en el saludable derroche de casquería que sería de esperar y, ya metidos en harina, de agradecer.
El trasunto del Doktor Mengele que compone Dieter Laser resulta tan increíble, por pasado de rosca, como divertido. Las pijas americanas, además de recibir su merecido, cumplen con su estereotipado rol subnormal. Akihiro Kitamura, a la cabeza del...ciempiés, parece el menos sobreactuado- y digo "parece" porque evaluar la mayor o menor sobreactuación en productos de este pelaje es, más que superfluo, pedante, creo-. En cuanto a la pareja de secretas que, previsible "deus ex machina", hacen su aparición al desenlace, sólo me atrevo a aportar que su inteligencia raya a la altura de la de las protagonistas.
Tom Six quiere llegar al público norteamericano, de una hondura intelectual, salvando el tópico, equivalente a la de las compatriotas víctimas del Dr Heiter. Para ello, los europeos somos en general unos degenerados- ahí está su obra como demostración palmaria-, y los alemanes, en concreto, nazis trasnochados en el peor de los casos, e incompetentes, burocráticos y adiposos en el resto. En fin, La Decadencia de Occidente en su momento all bran.
Carorpar
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8
13 de enero de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los británicos son expertos consumados en el arte de las reconstrucciones históricas, así que no extraña el mimo dedicado a cada detalle de esta “The Imitation Game” –se me escapan las razones para el paréntesis español “Descifrando Enigma”, más allá de cierto reclamo publicitario; aunque, teniendo en cuenta el estado de nuestra educación, no creo que muchos espectadores potenciales hayan tenido noticia alguna acerca del sistema alemán de encriptación de mensajes durante la II Guerra Mundial.
No son mancos tampoco en la rehabilitación de figuras controvertidas de su pasado, al contrario que aquí, donde la envidia, el resentimiento y hacer leña del árbol caído constituyen tres disciplinas de un mismo deporte nacional con no pocos seguidores.
Prácticamente nadie debe de merecer más dicha reparación que el genial matemático Alan Turing, independientemente del simulacro de indulto en diferido que "graciosamente" le concediese la reina Isabel II en diciembre de 2013, casi sesenta años después de su suicidio. Parece una última broma de mal gusto hacia alguien cuyos inmenso talento y testaruda porfía supusieron acortar la terrible conflagración en dos años y catorce millones de muertos. Probablemente unos funerales de estado y el rendido agradecimiento del pueblo y las instituciones hubieran resultado más apropiados. Claro que el laconismo es otro rasgo característico del “British Way of Life”.
El noruego Morten Tyldum, director de la estimulante –y tan distinta a ésta, por cierto- “Headhunters” (Headhunters, 2011), entrega una película elegante y no exenta de brío. Las tres subtramas que componen la historia evolucionan sin titubeos, entretejidas por medio de un cadencioso montaje paralelo.
Un soberbio Benedict Cumberbatch se mete en la piel del defenestrado Alan Turing. El papel de genio aquejado de Asperger, síndrome de moda entre las mentes privilegiadas, bien pudiera haber corrido el riesgo de malograrse en un manojo insoportable de tics. No obstante, Cumberbatch destierra todo atisbo de aspaviento y nos regala un personaje admirable, no por sobrio menos matizado. Se acompaña además de un nutrido grupo de esforzados secundarios que asumen con humildad su función coral, entre los que encontramos a una Keira Knightley de inquietante parecido con Helena Bonham Carter, a Mark Strong peinando canoso peluquín, a ese trasunto heterosexual de Rupert Everett que es Matthew Goode, y a Charles Dance, siempre carismático, pese a haber perdido buena parte de la ferocidad que caracterizaba a su impagable Tywin Lannister.
Carorpar
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