Pedro Almodóvar regresa inmenso con Dolor y gloria, su largometraje número 22 si empezamos a contar desde Folle, folle, fólleme Tin! (1978), rodado en Super-8 y que no estrenó en salas. Y decimos “regresa inmenso” porque esta es de las grandes: un ejercicio de pornografía emocional que te pega directo al pecho, que te deja sin respiración y que te la devuelve con la serenidad y la aceptación que solo se alcanza con los años. La película se estrena el 22 de marzo, pero seguro que ya has leído algunos comentarios en Internet sobre “la historia más personal de Pedro”, “la más potente a nivel visual”, “se abre en canal mostrando sus obsesiones, recuerdos y fantasmas”, “un trabajo de estilismo narrativo complejo y muy fino”. El cineasta manchego recibe a Esquire en el despacho de su productora, El Deseo, para hablar de esto y de mucho más. Lleva un jersey de punto rojo, su color fetiche porque, según dice, “es el color de la vida: la pasión, el fuego, la muerte”. Saluda amable, con una amplia sonrisa, y planta dos besos que resultan tiernos. En persona es más menudo, con mucho pelo y muchos ojos. No deja de sonreír, pero lo ficha todo. Normal. Es el jefe.

Es obvio que la historia de Salvador Mallo está inspirada en tu vida, pero ¿hasta qué punto podemos decir que está basada en hechos reales?, ¿qué porcentaje de veracidad y cuánto de ficción encierra?
La película me representa absolutamente, la que más de toda mi filmografía, pero digamos que no es mi vida al 100%. En este sentido, voy a tener que ser muy exhaustivo y a la vez muy natural porque Salvador es un personaje mayor, en crisis, con dolencias que yo mismo padezco, pero llevadas al extremo, y con referencias culturales y vitales que me son propias. La casa en la que vive Salvador es mi casa. No rodamos allí, pero está recreada en estudio. El equipo me preguntaba: “Y ahora, cuando llegues a casa, ¿no te sientes raro?”. Yo respondía: “No, tiene que ser así”.

Desnudarse y airear los trapos sucios no debe de ser fácil. Ahora que entregas la película al público, ¿no sientes pudor?
Un poco de vértigo sí, pero detrás de todos mis personajes siempre hay parte de mí. Lo que pasa es que esta vez voy más allá. Mientras escribía, sí tenía la impresión de que, aunque fuera ficción, me estaba volcando totalmente. Al terminar la película, esa sensación de desnudez no me queda, aunque todo el mundo lo comente. Tampoco voy a ir contra eso.

¿Cuándo surge la necesidad de echar la vista atrás, ordenar las emociones y los días y escribir este guion?
No lo sé, porque he vivido tan rápido, juvenil y explosivamente y, a veces, cuando correspondía, con exceso, que no he tenido tiempo de mirar atrás. Además, no me gusta. Mi vida siempre ha dependido del siguiente proyecto, de lo que estaba escribiendo, rodando o promocionando, y vivía mientras tanto. Así es mi vida.

Pero esa primera palabra en el ordenador existió...
Claro, lo que pasa es que no quiero hablar mucho de eso porque no me quiero quejar. Por eso el personaje tampoco se queja. Ninguno tenemos de qué quejarnos [risas]... Pero yo tuve una operación de espalda muy delicada que me inmovilizó de golpe. Hombre, no estoy tan jodido como el personaje, pero sí tengo que convivir con el dolor y sé que tu cuerpo y tu vida no vuelven a ser nunca los mismos. Salvador Mallo tiene una artrosis lumbar en toda la columna. Yo no. A mí me intervinieron por una estenosis del canal lumbar que me tenía fastidiada media espalda.

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Nico Bustos

¿Fue en ese momento de bajón cuando empezaste a escribir?
Sí, y no debería decirlo, pero en esos momentos en que llevaba meses de posoperatorio y en que los analgésicos no me funcionaban, yo, que he sido siempre tan anti ‘caballo’, pensé en recurrir a ello. Fue solo un segundo y recapacité: “Pero ¿dónde se conseguirá eso ahora?” [risas]. Antes lo veías solo con andar por la calle. Esta idea fue la que me impulsó a escribir la primera secuencia.

La película me parece un ejercicio de pornografía emocional muy potente y arriesgado en su forma. ¿Estás de acuerdo?
Si lo ves así, es música para mis oídos. Los que la habéis visto ya, me estáis diciendo cosas muy bonitas. No estoy acostumbrado [risas]. Es cierto que la película está llena de ideas atrevidas, pero que funcionan con absoluta naturalidad o, por lo menos, lo he intentado. Los tiempos van en todas direcciones, he incluido secuencias de animación maravillosamente realizadas por Juan Gatti... Ha sido un trabajo complejo, con un guión que no serviría como ejemplo en una academia de escritura, pero creo que he conseguido que todo fluya.

[Si quieres llegar virgen a esta historia, deja de leer ya: se avecinan spoilers].

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¿Tú también tuviste que cortar una relación porque la otra persona se estaba autodestruyendo a base de heroína?
No exactamente, pero sí he estado muy cerca de todo eso. La película habla de personajes formados en los 80. Crecieron, crecimos, en lo mejor y en lo peor de esos años, en los excesos y en la explosión de libertad que vivimos cuando éramos jóvenes... Creo que con esta película me voy a tener que confesar de muchas cosas [risas], pero bueno, ahí voy... Yo nunca he probado el caballo. Sí he estado rodeado durante más de una década de amigos íntimos que sí consumían caballo y muchos han muerto. Es una realidad que he tenido muy cerca, y yo, para la película, la convierto en amante. La parte real está en un amor que recuerdo que tuve que abortar cuando mis sentimientos aún estaban vivos. Es una experiencia que muchos habréis vivido: romper cuando aún sigues sintiendo. Es como amputarte un brazo... Esa experiencia sí la tuve y es dolorosa, pero es bueno haberla tenido.

Tú, en un reencuentro con un amante tras una ruptura, ¿habrías sido tan indulgente?
No. Lo hubiera vivido con más rencor, no hubiera abierto la puerta con la generosidad con la que la abre él, no me hubiera dejado arrastrar por la emoción. Habría sido más duro. Yo habría hecho que me rindieran cuentas. Me da rabia porque eso no es bueno, pero...

¿Existió esa conversación tan dura y sincera que mantiene el protagonista con su madre?
No, pero la vivo como si hubiera ocurrido palabra por palabra. Es la escena que más me representa dentro de todas las películas que he filmado. Esa sensación de sentirte un niño diferente a los demás fue muy clara en mi infancia y adolescencia. No tuve grandes problemas, la verdad, pero fue así.

“No he sido el hijo que querías simplemente por ser como soy”, dice el protagonista a su madre. ¿De verdad que nunca le dijiste eso a la tuya?
Nunca he tenido esa conversación, ni tampoco ha hecho falta. De hecho, escribí la secuencia mientras rodábamos porque la maravillosa interpretación de Julieta Serrano me estaba pidiendo más papel. No ella, sino el personaje. Me ha pasado una cosa muy curiosa con esta escena y es que, a pesar de no ser real, ahora la vivo como si hubiera sucedido.

Su madre, actriz ocasional por dinero

¿Y la historia de la madre y su mortaja?
Esa es absolutamente cierta. Años antes de morir, mi madre ya le había explicado a mi hermana mayor cómo quería que la amortajaran. Mi hermana la escuchaba con la misma naturalidad con que mi madre hablaba de sí misma muerta. Yo tengo una relación pueril e inmadura con la mortalidad, y siempre he admirado la naturalidad que mi madre le inculcó a mi hermana, como corresponde a una buena manchega. Yo no he heredado esta cultura, aunque mi cine esté impregnado de ella. Cuando escribía y reescribía la secuencia donde la madre le dice a Salvador: “Si ves que me atan los pies para que los pies no caigan a los lados, tú me los desatas y dices que te lo he pedido yo. Al lugar donde voy quiero entrar muy ligera”, aunque suene muy melodramático, siempre que escribía o corregía esta secuencia terminaba llorando frente al ordenador.

Tu madre intervino en algunas de tus películas. ¿Disfrutaba con tu cine?
No, y la escena de la mortaja seguro que no le hubiera gustado. Ella no veía mis películas. Estaba encantada con el éxito de su hijo, pero creo que intuía que no le iban a gustar mis películas. No necesitaba verlas, y eso que actuó en algunas [Qué he hecho yo..., Mujeres al borde...], pero lo hacía por dinero. Cuando acabábamos de rodar, me decía: “Pedro, y ¿cuándo me pagáis?” [risas]. Recuerdo que después de rodar Mujeres..., me dijo: “Es que he pensado que voy a comprar esto para la casa del pueblo”... Así que lo hacía solo por dinero, y a mí me encantaba. Era todo lo contrario a la madre del artista. Y, además, una mujer muy divertida.

De tu padre apenas sabemos nada, aunque en esta ocasión le has reservado un pequeño papel que interpreta Raúl Arévalo. ¿Qué relación tenías con él?
Muy buena, pero murió la semana que estrenamos Pepi, Luci, Bom..., en 1980, así que no pudo ver mis éxitos. Le tenía el mismo amor que a mi madre, pero no la misma complicidad. No sabíamos cómo interrelacionarnos. Mi padre sí que me miraba con extrañeza; con todo el cariño, pero nunca había encontrado a un ser así. Yo era una decepción en el sentido de que nada más acabar el bachillerato me buscó un trabajo en un banco y le dije que no. Fue la única discusión fuerte que tuvimos. Le dije que no y que me iba a Madrid. “Eres menor, así que tendré que mandarte a la Guardia Civil”, me dijo. Y me vine. Pero nada más llegar, les llamé y al día siguiente también. Busqué un trabajo estable en Telefónica y por las tardes vivía, escribía, hacía pelis en Super-8... pero busqué un trabajo serio para que estuvieran tranquilos. Yo necesitaba salir del pueblo. Toda mi vida dependía de eso. Me hubiera ido aunque hubieran tapiado la puerta [risas]. Es una pena que ahora los jóvenes no puedan hacerlo porque no tienen dinero.

¿Piensas mucho en ellos?
Todos los días. A mi madre la disfruté más tiempo. [murió en 1999, cuando recibió su primer Oscar por Todo sobre mi madre], pero todavía pienso en las muchas preguntas que me hubiera gustado hacerle a mi padre.

Sentado en su despacho, al otro lado de una mesa de pino natural de líneas puras, en un sillón estilo bañera en cuero rojo, Almodóvar domina el epicentro de su universo creativo. A su espalda, cientos de fotos decoran la pared. A su derecha, una librería repleta de libros y premios. No hay mucha luz, pero los carteles de sus películas, diseñados por Juan Gatti, ilustrador y fotógrafo de La Movida, aportan el color que a ratos falta cuando se nubla. Ni rastro de la fama de divo indomable. Está feliz, tranquilo y relajado hablando de sus cosas como nunca. Resulta tan cercano que es entrañable.

pedro almodovar dolor y gloria antonio banderas
Nico Bustos

Hablemos de los actores. ¿Satisfecho con su trabajo?
Estoy impresionado. ¡Qué trabajazo han hecho! Que me perdonen los demás, pero nunca he tenido un reparto tan ajustado. Están soberbios, hasta el niño de 9 años.

¿Tú de niño también te enamoraste de un albañil?
No, pero me podía haber pasado perfectamente. Este es precisamente el juego que establezco en el guion. Parto de mí mismo, pero no es mi vida. Una vez que empiezo a escribir desde una realidad, la ficción encuentra su camino y se olvida de la verdad. El compromiso de la ficción ya no es tanto con la realidad, sino con la verosimilitud cinematográfica.

Pues esa verosimilitud cinematográfica raya el retrato en los planos de Banderas, que parece Almodóvar...
[Risas] Sí. Es buscado, una elección de producción, igual que utilizar mi casa y mi cocina, que es igualita. Cuando Antxón Gómez, director de arte, veía en el rodaje que faltaban cosas o detalles, decía: “Id a casa de Pedro y coged esto o aquello”. Así era todo más fácil y oportuno. Pues lo mismo hicimos con Antonio en las sesiones de peluquería y estilismo. Incluso usa unas zapatillas mías porque tenemos el mismo número de pie. Y buscamos los polos que yo me pondría porque los míos le quedaban un poco anchos.

¿Le ayudaste mucho a crear el personaje?
Le dije que si en alguna escena tenía que imitarme, que lo hiciera. No quiso y se lo agradezco, pero le dejé la libertad. Ha hecho un trabajo exquisito con una cantidad de matices que nunca le había visto.

Penélope, Julieta Serrano, Nora Navas, Susi Sánchez, Cecilia Roth y Rosalía, la cantante del momento. ¿Cómo fue ese cameo?
Aparece en una pequeña escena, pero muy graciosa. Si quisiera ser actriz, yo la apadrinaría.

Tus películas están llenas de referencias culturales: Pina Bausch, Chavela Vargas, Pérez Villalta... Esta también, sobre todo a nivel pictórico.
Sí, es que yo convivo con muchos cuadros y ellos conmigo [risas]. Menos uno de Pérez Villalta que no lo pude conseguir, todos los que aparecen en Dolor y gloria son míos. No los trasladé: hicimos copias digitales. Corresponden a artistas que conocí a partir de los 70: Sigfrido Martín Begué, Pérez Villalta, Dis Berlin, Manolo Quejido... Una generación que llamaron Nueva Figuración Madrileña y que ahora son todos unos maestros.

¿El pasado creativo fue mejor?
Vivimos un momento decepcionante a nivel creativo comparado con los 80. También veo que fructifican cosas interesantes, por ejemplo, la novela Cara de pan, de Sara Mesa. Literatura femenina de otro modo, muy recomendable... Hay cosas que despuntan, pero la creatividad y la pulsión que te llevaban a hacer cosas sin pensar en el mercado ya no existen.

¿Piensas que el cine de tus inicios [Pepi, Luci, Bom.., Laberinto de pasiones...] ahora no tendría cabida?
Poca. La gente me dice: “He visto Entre tinieblas y me gusta más ahora que en el 83. Pero ahora no podrías hacerla”. Tienen razón. Yo sí que me atrevería a hacerla ahora, pero sé que no tendría distribuidor. También me encontraría con esa hipersensibilidad ciudadana que parece haber tomado rango de ley. No sé si hubiera podido tener la misma carrera, pero yo sí me hubiera atrevido a hacer el mismo cine. De eso se trata, sobre todo cuando se está empezando y no tienes compromisos con nada excepto con tu propio capricho. Lo más seguro es que mis películas se hubieran quedado en el consumo underground, lo cual es malísimo y significa un retroceso muy peligroso para la sociedad, tanto para los artistas como para los consumidores.

¿Qué es lo peor para ti en estos tiempos modernos?
Las máquinas, que se están interponiendo demasiado entre la creación y nosotros. Son una ayuda descomunal, pero la absoluta digitalización en la que estamos cayendo se traduce en problemas como el del taxi. Ahora, a través del móvil, se consigue incluso lo prohibido. Es un acceso para mí extraño, pero no debo quejarme, solo intentar adaptarme.

¿Y lo peor para el cine?
Las pantallas, que están desapareciendo. Hay comarcas, como Mérida, donde ya no queda ni un cine. Privar a la juventud de un arte tan rico y lleno de vida es alarmante. Mi infancia sin cine hubiera sido muy triste.

¿Has pensado ya con quién te gustaría trabajar en tu próximo proyecto?
No sé si próximo, pero hay una persona, Cate Blanchett, con la que llegué a hablar de un proyecto, y está dentro de lo posible que escriba algo pensando en ella. De hecho, ya le estoy poniendo los cuernos a Dolor y gloria con otra historia que escribo a ratos. Es una locura, pero tengo que aprovechar. Cuando más necesidad tengo de escribir, menos tiempo hay. Me suele pasar.

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