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Lecturas Dominicales

Estas son las increíbles ventajas de vivir al ritmo de las plantas

Sue Stuart Smith escribió el libro La mente bien ajardinada, en el que reúne datos e historias humanas sobre los beneficios de la jardinería.

Sue Stuart Smith escribió el libro La mente bien ajardinada, en el que reúne datos e historias humanas sobre los beneficios de la jardinería.

Foto:Russell Sach

La psiquiatra inglesa Sue Stuart-Smith investigó los efectos positivos de la jardinería. Entrevista.

"Mucho antes de que quisiera ser psiquiatra, mucho antes de que tuviera la menor idea de que la jardinería pudiera desempeñar un papel importante en mi vida, recuerdo haber oído la historia de cómo mi abuelo se rehízo después de la Primera Guerra Mundial”.
De su abuelo Alfred May, a quien todos llamaban Ted, la psiquiatra inglesa Sue Stuart-Smith –que empieza con esa frase su libro 'La mente bien ajardinada: las ventajas de vivir al ritmo de las plantas'– oyó lo siguiente.
Cuando era adolescente, Ted decidió enrolarse en la Marina Real inglesa como operador de radio. En 1915 el submarino en el que viajaba encalló en los Dardanelos, ese histórico estrecho entre Europa y Asia donde ocurrió uno de los golpes más estratégicos de la Primera Guerra Mundial en el que Winston Churchill logró controlar varias vías que le permitieron al imperio ruso abastecerse de municiones a cambio de la exportación de cereal.
Ted sobrevivió al naufragio. Primero estuvo en una cárcel turca. Luego realizó brutales trabajos forzados. En 1918 logró escaparse de una fábrica de cementos a orillas del mar de Mármara. Fue rescatado por un barco-hospital británico. Tras un largo viaje por tierra, Ted llegó a la casa de su novia Fanny. Vestía un viejo abrigo y un fez turco enrollaba su cabeza. Fanny no lo reconoció. Pesaba cuarenta kilos, estaba calvo, los médicos le daban pocos meses de vida.
Ted sobrevivió. Dos años después, en 1920, se inscribió en una de las muchas iniciativas que surgieron durante los años de la posguerra con el propósito de rehabilitar a militares traumatizados: la horticultura.
El libro llegará a Colombia en noviembre, editado por Debate.

El libro llegará a Colombia en noviembre, editado por Debate.

Foto:Archivo particular

Así que este libro, 'La mente bien ajardinada', que Sue Stuart-Smith publicó en su idioma original en 2020 –y cuya edición en español llegará en noviembre a Colombia– es también una lección de cómo es posible rehacerse. Es un libro sobre el peso del ejemplo y de cómo este pasa de generación en generación.
“Mi madre –explica Sue– debió inspirarse en su ejemplo cuando la muerte de mi padre la dejó viuda a una edad relativamente joven. Encontró un nuevo hogar y emprendió la tarea de restaurar el jardín de la casita de campo abandonada. Yo, que por aquel entonces era la típica joven egocéntrica, me di cuenta de que, paralelo a los trabajos de cavar y arrancar las malas hierbas, se estaba produciendo un proceso de asimilación de la pérdida”.
Jardines que son terapia. Sue dedica todo un capítulo del libro a explicar por qué la belleza mejora notablemente la salud de las personas. Un ejemplo que da es el de Horatio’s Garden, una organización benéfica que crea y mantiene jardines en centros de tratamiento de lesiones de la columna vertebral. “Ya no eres propiedad del hospital”, le dijo Greg a Sue. Greg, un joven de 20 años, llevaba meses postrado en una cama sin ver el cielo, el sol, los árboles, tras un grave accidente de tránsito. “Volví a ser dueño de mí mismo”, le explicó, luego de tener acceso a un jardín. Hoy seis hospitales del Reino Unido cuentan con estos espacios para el bienestar mental. Y serán más.
Historias como estas recorren las páginas escritas por esta médica psiquiatra, que terminó casada con Tom Stuart-Smith, un reconocido paisajista y diseñador de jardines. Cuando lo conoció, la jardinería le parecía más bien una tarea doméstica adicional a las otras. “Decidí que si a él le gustaba, a mí también. Pero para ser sincera, era escéptica”. Hasta que llegaron los tres hijos y la jardinería la enraizó.

He llegado a comprender que en la creación y el cuidado de un jardín pueden intervenir procesos intelectuales profundos

Primero empezó con hierbas aromáticas. “Cocinar nuestra comida con hierbas cultivadas en casa supuso una mejora en nuestra calidad de vida”, dice. Luego descubrió el placer de pasear por el jardín –“fijándome en cómo las plantas cambiaban, crecían, daban fruto, enfermaban”– y al final todo se conectó con el alma. “He llegado a comprender que en la creación y el cuidado de un jardín pueden intervenir procesos intelectuales profundos”.
Hoy Sue y Tom viven en el condado de Hertfordshire, a 35 kilómetros al norte de Londres, en El Granero, una bellísima edificación agrícola del siglo XVII de piedra caliza desde donde, gracias al Zoom, tiene lugar la conversación que sigue.

Usted ha estudiado en profundidad al ser humano. Médica, literata, psiquiatra, psicoterapeuta. ¿De dónde viene ese interés por sumergirse en los otros?

Durante mi niñez mi padre estuvo siempre enfermo. Creo que eso inevitablemente te afecta porque te das cuenta de que la vida es frágil. Entonces te la tomas en serio. Mi padre murió cuando yo tenía 21 años. Como en un intento de entender mi propio dolor, quise aprender sobre la mente. También me interesaba la literatura. Desde muy joven fui tremendamente consciente de los desastres ambientales, del impacto de la contaminación sobre la gente y su salud. Y si a eso le sumamos la sospecha de que la enfermedad de él pudo haber sido causada por algo externo, algo tóxico, pues todo esto explica mis múltiples intereses.

Intereses que se ven en su libro. “Mezcla de horticultura, literatura e historia, es un libro edificante, alimento para el alma”, dijo The Times. ¿Cómo fue el proceso de lograr este poema dedicado a la naturaleza que ya se ha traducido a diecisiete idiomas?

Sue Stuart-Smith dedicó cinco años a la investigación de su libro.

Sue Stuart-Smith dedicó cinco años a la investigación de su libro.

Foto:Harry Stuart-Smith

Tomó mucho tiempo investigar las evidencias científicas que confirman el secreto que muchos jardineros conocen desde siempre: el contacto con la naturaleza puede transformarnos radicalmente. Empecé a investigar en 2014. Lo terminé cinco años después porque debía visitar mucha gente, hacer decenas de entrevistas, viajar a varios destinos. Fue un proceso largo. Sentía que quería hacerle justicia al tema porque hay varios libros sobre jardinería y horticultura, pero muchos son superficiales. No es que sean malos. Lo que pasa es que por mi formación siempre estoy más interesada en mirar lo que está justo por debajo de la superficie. Por ejemplo: cuando visitamos a nuestro hijo en África, donde es voluntario, esa experiencia me cambió y la incluí en el libro. Es un lugar donde el cambio climático es muy fuerte. Las sequías son tremendas. Hablamos con los misioneros que llevan más de treinta años viviendo allá y nos contaron cómo se han producido esos cambios. Fue muy impactante. En Inglaterra no nos gusta la lluvia porque hay demasiada. Así que idealizamos el sol porque nunca hay suficiente. En África me di cuenta de que hay tierras en las que las sequías imposibilitan la vida humana.

Y, sin embargo, su libro no es pura queja. Da soluciones a los problemas…

Nunca me he sentido más viva que cuando regresé de visitar esa iniciativa, llamada Surcos del Desierto, en una remota región del norte de Kenia. Allá, misioneros españoles y kenianos, unidos a un equipo de agrónomos israelíes que son pioneros en técnicas de cultivos sostenibles en zonas áridas, lograron crear más de cien huertos productivos. En esta época de crisis climática y de alejamiento de lo natural, no podemos ignorar la conexión entre la naturaleza humana y la naturaleza verde, entre la salud humana y la salud del planeta. No hay que olvidar que los jardines tienen su origen en la antigua Persia. Aliviaban el calor y el polvo del desierto, y estaban pensados para nutrir la vida tanto espiritual como física.

Ahora entiendo la frase de otro de sus entrevistados. “Ser capaz de cultivar tus propios alimentos puede no ser un derecho humano, pero es una libertad fundamental. Si no has tenido nada que ver con lo que comes, estás esclavizado”.

No hay que olvidar que los jardines tienen su origen en la antigua Persia. Aliviaban el calor y el polvo del desierto, y estaban pensados para nutrir la vida tanto espiritual como física

Eso lo dijo Ron Finley, un artista afroamericano y activista hortícola. Una de sus misiones es combatir el estigma asociado al trabajo de la tierra. Él habla por muchos niños negros en Los Ángeles, Estados Unidos, cuyos antepasados eran esclavos y trabajaban muy duro cultivando la tierra. Para ellos, el concepto de esa labor tiene otro sentido; un sentido de trabajo forzado. Finley intenta contrarrestar eso diciendo que, de hecho, si compras tu comida en un supermercado, estás siendo esclavizado por otro sistema y no estás conociendo la autoeficiencia que puedes lograr si cultivas una parte de tu propia comida. Finley, que vive en uno de los mayores desiertos alimentarios de los Estados Unidos, donde abunda la comida rápida y las licorerías y apenas se venden frutas y verduras frescas, sembró hortalizas frente a su casa y compartió su cosecha de coles, maíz y melones con otras personas que vivían en la calle. Hoy él dirige un proyecto que apoya a la gente que cultiva alimentos en solares vacíos, lo que demuestra que sí puedes autoabastecerte con comida sana en lugar de comida rápida. Quizás no puedes cultivar tu propio trigo, pero sí tus propios tomates, calabazas, papas. No es tan difícil, y es comida que te sostiene. El otro beneficio es que todo esto produce belleza, que es muy importante para la autoestima de las personas. La belleza es una forma de nutriente emocional.

Usted habla de eso en el capítulo ‘El poder floral’. Cuenta cómo la belleza natural alimentaba las energías creativas de Sigmund Freud y recuerda una frase de Claude Monet: “Puede que deba a las flores el haber sido pintor”.

La intuición nos dice que nuestra respuesta a la belleza quizás esté relacionada con nuestra capacidad de experimentar el amor. La ciencia indica que, en efecto, es así. Semir Zeki, profesor de Neuroestética del University College de Londres, cree que nuestra necesidad de belleza se encuentra en lo más hondo de nuestra biología. Sus investigaciones revelan que la experiencia de la belleza va acompañada siempre de un patrón de activación neuronal singular en los escáneres cerebrales. Las flores elevan la moral y enriquecen nuestra vida emocional. La organización Lemon Tree Trust descubrió que esto era fundamental, cuando empezaron a crear jardines en los campos de refugiados de Siria. Aunque suministrar alimentos era importantísimo, alrededor del setenta por ciento de las plantas que los refugiados eligieron cultivar eran flores. Necesitaban introducir belleza en su entorno. Esto demuestra que mejorar el medioambiente también te empodera.
Un paciente en los jardines que Horatio’s Garden ha creado en el Hospital de Salisbury, Inglaterra.

Un paciente en los jardines que Horatio’s Garden ha creado en el Hospital de Salisbury, Inglaterra.

Foto:Horatio’s Garden

Esta entrevista va a ser publicada en Colombia, uno de los países más biodiversos del mundo y en el que estamos destruyendo vorazmente las selvas, es decir, lo que nos garantiza respirar. ¿Por qué si hay tanta alerta de que nos estamos recalentando, derritiendo, inundando, los humanos no entendemos que estamos suicidándonos a fuego lento?

Por varias razones. Hay un alejamiento de esa vieja costumbre de cuidar la tierra, de estar conectado con ella, de devolverle cosas. Hoy en día prevalece una manera mecánica de pensar en ella, que viene de la industrialización, de la revolución tecnológica. El concepto de cuidarla se ha devaluado. No estamos entendiendo lo que significa la reciprocidad y la pregunta que nos hacemos es ¿por qué tengo que cuidar y dar, cuando yo quiero que me den las cosas a mí? La realidad es que las relaciones recíprocas son mucho más gratificantes. El problema es el consumismo, la cultura de arreglarlo todo rápido, el pensamiento de corto plazo, la idea de que nos merecemos todo. También tiene que ver con la codicia humana. Con tantos empresarios, políticos y negocios que no se comportan de forma responsable.

Usted cita a una santa y notable abadesa del siglo XII, Hildegarda de Bingen, considerada la precursora del movimiento ecologista moderno. Ella comprendió que hay un vínculo ineludible entre la salud del planeta y la salud física y espiritual del ser humano. Estamos mal psicológicamente. Yl la naturaleza está muriéndose. Hildegarda tenía razón.

Hay un alejamiento de esa vieja costumbre de cuidar la tierra, estar conectado con ella, de devolverle cosas. Hoy  prevalece una manera mecánica de pensar en ella

Por eso escribí el libro. Para tratar de ayudar a la gente. Mi libro tiene que ver con la jardinería, con huertas que ayudan a la tierra y a las personas, y ha sido una manera de hablar sobre los asuntos ecológicos más profundos. Por lo general, si escribes sobre el cambio climático, la gente no va a leer porque cree que será demasiado deprimente. En 'La mente bien ajardinada' quise mostrar las cosas que sí logran cambios: los jardines protegen la biodiversidad. Inglaterra, por ejemplo, es una de las tierras más agotadas: ya no hay muchos bosques ni cercas vivas ni lugares salvajes. Es un problema muy serio. La gente se siente deprimida y sin esperanza. Hay mucho que no podemos hacer porque depende de los políticos, de las petroleras, de otros. Pero sí podemos lograr muchas cosas, como educar a la siguiente generación en temas de reciclaje, contaminación, protección de la naturaleza, compostaje, el ciclo de la vida. Sí podemos ayudar a los niños a entender estos conceptos y mostrarles que el suelo está vivo. Podemos desarrollar una relación más nutritiva y amable con la tierra. La naturaleza sí reacciona. Ya es muy tarde para que los glaciares no se derritan, pero quizás podemos demorar el proceso.

“Nunca en la historia de la humanidad hemos vivido tan lejos de la naturaleza”, ha dicho. ¿Por qué?

Es que para nuestros antepasados toda su realidad pasaba por manejar la naturaleza. Sus vidas dependían de la forma como se relacionaban y entendían a los animales, a los depredadores, a las plantas. Su mundo relacional era muy grande. Nuestro mundo relacional, en cambio, se ha encogido.

Quizás por eso un preso que usted entrevistó en la cárcel de la isla neoyorquina de Rikers le dijo que sentía que las plantas eran más honestas que las personas.

Porque con las plantas podemos tener una relación descomplicada. Con los seres humanos es más difícil: nos preocupa lo que piensan de nosotros o si nos están mintiendo. Además cuando uno está encerrado se siente constantemente juzgado. Los presos que trabajan en los huertos decían que las matas no los hacían sentir vergüenza. La naturaleza también nos pide cosas, pero, por lo general, son exigencias menos complejas que las que vienen de los humanos. No estamos tratando con la mente de una persona. No estamos buscando interpretarla. La naturaleza nos ayuda a rebalancearnos. Esa conexión con las matas, las huertas, las flores, son especialmente importantes en esta época de medios y redes sociales. Constantemente estamos siendo bombardeados con comunicaciones humanas, estamos estresados preguntándonos si entendimos, si interpretamos bien todos los mensajes que recibimos. El cerebro necesita un receso de todo esto.

Usted también hizo un recorrido por los conflictos. Descubrió fotos y documentos que mostraban cómo a varios soldados de la Primera Guerra Mundial los salvó mentalmente cultivar jardines en sus trincheras. También visitó hospitales con pacientes graves física y mentalmente. La conclusión es bellísima: en la medida en que crece el conocimiento sobre la naturaleza, todos se vuelven mejores personas.

Algunos no querían meter sus manos en la tierra, no entendían para qué servía. Cuando lo hicieron, se dieron cuenta de que los  ayudaba como ninguna otra cosa, incluidas las medicinas

Muchos de los enfermos, de los presos, de los heridos, nunca han recibido cariño y cuidado. Si no te han nutrido o si has sido abusado, tu entendimiento de lo que es el cuidado humano es muy limitado. Aprender a cuidar una planta es una manera más simple de entender el concepto y de apoyar la vida. Además puedes ver el resultado. Ver que crece, da frutos. Eso te nutre. Los terapeutas de las cárceles contaban que una vez que los presos empezaron a cuidar de las plantas, comenzaron a entender la idea del autocuidado. Las matas pueden enseñarte qué significa ser nutrido. Conocí la historia de un preso que, por descuido, destiló un alcohol que cayó sobre su planta y vio cómo empezó a marchitarse. Entonces se preguntó: ¿cómo estará afectando el alcohol a mi cuerpo? Fue una llamada a despertar. Te das cuenta de que siembras donde había tierra muerta y después ese mundo natural se vuelve más grande. Llegan los polinizadores, llegan las mariposas, se ve la red interconectada de la vida.

¿Cómo convencer a quienes trabajan todo el día en las oficinas, a quienes no tienen idea de cómo se cultiva una lechuga o creen que solo un antidepresivo puede ponerlo de pie, de que están perdiendo la oportunidad de meter las manos en la tierra?

Leer el libro les va a servir. La huerta es real y metafórica también. Y aunque no puedes forzar a la gente a hacer cosas, porque entonces se vuelve algo muy aburrido, lo interesante es que mis investigaciones hablan de muchas personas que habían llegado al fondo del barril en su salud mental, con las adicciones, por ejemplo, y no creían que la jardinería les podría ayudar. Algunos no querían meter sus manos en la tierra, no entendían para qué servía. Y luego, cuando empezaron a hacerlo, se dieron cuenta de que sí los estaba ayudando como ninguna otra cosa, incluidas las medicinas. Es fácil tener una mente cerrada sobre el tema. Pero cuando ves con datos la cantidad de personas que realmente mejoran a través de la jardinería, entiendes el poder transformador y cómo estamos conectados con la tierra. Nos hemos separado de la naturaleza hasta tal punto que olvidamos que los átomos de nuestro cuerpo se derivan de los productos de la tierra y que con el tiempo se reintegrarán a la cadena de la vida.

Este libro es un bálsamo para el alma. Supongo que aparte de escritora ahora es consultora sobre qué hacer con la vida.

Colaboro con la organización DocHealth, que trabaja con médicos que estaban agotados desde antes de la pandemia. Con todo lo que pasó hemos doblado el tamaño de la organización y de las tareas por hacer. Los médicos trabajan en ambientes muy cerrados, sin ventanas, en salas de operación, con mucho estrés. Luego regresan a casa exhaustos. Llevan años entregándolo todo y, aunque tratan de recargarse, viven en sitios sin jardín, prefieren dormir a salir a caminar. Entonces lo que yo hago es conectarlos con la naturaleza. Quizás no con la jardinería. Simplemente les pido que se fijen en las sombras que producen las hojas de los árboles, que escuchen los cantos de los pájaros, el susurrar del viento, o que simplemente salgan de su propia cabeza. Desde que escribí el libro, esto ha sido una parte importante de mi trabajo. Soy consciente de que la batalla por la salud de la mente tiene que darse durante mucho tiempo. Es algo que continúa librándose después de que las batallas físicas han terminado.
ALEJANDRA DE VENGOECHEA

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