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Bogotá

Cachacos: ¿una 'especie' en vías de extinción en Bogotá?

El Ciclopaseo cachaco es una de las actividades que un grupo de bogotanos mantiene viva para reencontrarse y recordar esas viejas épocas en la capital.

El Ciclopaseo cachaco es una de las actividades que un grupo de bogotanos mantiene viva para reencontrarse y recordar esas viejas épocas en la capital.

Foto:Archivo EL TIEMPO

Las clásicas costumbres, su forma de hablar y vestir han cambiado en medio de la migración.

Un cachaco es reconocido como una persona seria y con buenos modales, lo que se nota desde el primer momento en que se entabla una conversación con José Gabriel Ortiz, periodista famoso por su programa Yo José Gabriel y reconocido por ser fiel a las costumbres cachacas.
Tradiciones cachacas.

Tradiciones cachacas.

Foto:Archivo EL TIEMPO

José Gabriel es formal, sobre todo al hablar: lo hace de forma pausada y prefiere ustear antes que tutear; pero cuando entra en confianza utiliza recurrentemente las expresiones ‘ala, carachas’ y ‘carajo’. Su vestimenta, como su carácter, es elegante.
“Los hombres de dinero solían vestir con chaleco, sombrero y gabardina, y las mujeres, con sacos de lana”, recuerda el presentador, y agrega que se notaba la diferencia con las personas trabajadoras, que vestían de ruana. En cualquier caso, “el paraguas no podía faltar”, dice.
En otras regiones suelen ver a los cachacos como reservados, por su estilo al comunicarse y por las actividades que realizan en sus tiempos de ocio. Visitan lugares reconocidos por su oferta cultural, pasan los domingos en familia y hacen viajes cortos a la sabana de Bogotá.
Todo esto hace parte de una larga lista de elementos que reúne la ‘identidad cachaca’. A pesar de que muchas costumbres han ido desapareciendo y otras han cambiado, quienes se consideran cachacos aseguran que “no se quita con la edad”.
El cachaco se define como un bogotano nacido en la ciudad, al igual que sus padres, “reconocido por su elegancia, educado y galante”, menciona Paula Cartagena en su libro Ala carachas, que rememora las tradiciones auténticas de la capital.
Allí se compilan varias actividades propias de los capitalinos que han pasado de generación en generación. Entre ellas resalta el momento de la comida.

Comida y unión familiar

“Antes nos reuníamos toda la familia alrededor de un plato de ajiaco, ahora no existe ese momento”, expresa José Gabriel, quien nació y creció en Teusaquillo, un céntrico barrio que él mismo define como “muy cachaco”.
Al igual que él, Beatriz González, mujer de casi 80 años que vivió en Usaquén y ahora reside en el exterior, asegura que el chocolate caliente es lo que más extraña de sus tardes de domingo. “Era un ritual de mi infancia tomar esa bebida acompañada de queso y almojábana a la hora de las onces”, dice Beatriz.
Y según Cartagena, ese instante es fundamental para los cachacos, por estar destinado a compartir en familia.
Para Augusto Salcedo, cachaco que creció en el barrio Samper Mendoza, en el centro de la capital, “la tradición principal, antes que el chocolate, era el desayuno en familia”. Pero, aunque esta comida siga haciendo parte del menú de muchas familias en la capital, José Gabriel y Augusto coinciden en que el momento de compartir en familia se ha perdido.

Las actividades de ocio

Además de la comida, los momentos de recreación en emblemáticos lugares de la ciudad eran toda una costumbre cachaca.
José Gabriel recuerda que en su niñez salía a jugar a la calle y solía jugar ‘tapas’ en el borde del andén. “Salíamos en bicicleta los niños del barrio al parque Teusaquillo, todos peinados con gomina, a las 8 a. m., a jugar hasta el mediodía, cuando nos llamaban a almorzar”, dice José Gabriel.
Por su parte, Augusto salía en compañía de sus allegados todos los domingos a hacer deporte al parque Nacional, a menos que hubiera un hecho extraordinario.
Ese evento fuera de lo común era un viaje al embalse del Muña, en una época en la que se podía ir a ese lugar y disfrutar de la naturaleza. “Al inicio de la década de los 70 íbamos a pescar truchas allá, pero hoy eso es un basurero lleno de aguas negras”, dice Augusto.
Este lago de más de 700 hectáreas ubicado en Sibaté era el lugar turístico por excelencia de los bogotanos. Fue creado de manera artificial en 1931 para proporcionar energía; hoy lo hace a 2,5 millones de personas. Sin embargo, para 1980 era casi imposible encontrar vida en él, pues las aguas del río Bogotá (que llegaron a este lago desde 1967) habían generado contaminación en el lugar.
Otro de los espacios de encuentro que generan nostalgia para los cachacos son los teatros, que no funcionan como los conocemos hoy en día. Hace más de 50 años tenían presentaciones rotativas.
Hasta nuestro premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez, fue testigo de esto. En la obra Entre cachacos, que reúne algunos de sus textos periodísticos, escribe decenas de reseñas sobre películas a las que asistían masivamente muchos bogotanos.
En esa época, en las calles 23 y 24 se encontraban varios cinemas en los que todo el día corría la misma película. “De niño entraba a cualquier hora a ver una y si al llegar iba en la mitad, seguía viéndola desde ahí hasta el inicio”, cuenta Augusto.
El clásico Teatro Faenza es un ejemplo de ello. No solo es uno de los más antiguos de aquella ciudad, sino que, según la Unesco, una de las cinco construcciones del estilo arquitectónico art nouveau en América Latina.
Se inauguró en 1924 con la idea de ser un recinto para proyectar películas y realizar obras teatrales que cambiaría los hábitos de los bogotanos.
De acuerdo con el Instituto Distrital de Turismo, el cambio de propietarios y la falta de atención estatal contribuyeron a que, para la década de los 70, la estructura empezara a decaer. En 2005 ese monumento nacional fue restaurado y actualmente es sitio de programas culturales, “pero no es como antes”, dice Augusto.
Y tanto Augusto como Beatriz consideran que han desaparecido varias costumbres cachacas por la llegada de personas de otras ciudades de Colombia. Mientras que José Gabriel, aunque no condena la tecnología, dice que estas tradiciones han mutado por la tecnología y la influencia extranjera.

Los rolos

La pregunta “¿cuál es la diferencia entre un rolo y un cachaco?” suele ser común para muchos.
Andrés Ospina, autor de Bogotálogo, libro que reúne expresiones bogotanas, explica que el término ‘cachaco’ alude al bogotano de ancestros bogotanos, mientras que el rolo tiene antepasados de otras regiones.
Entonces, esas costumbres cachacas pertenecerían solo a quienes ostentan raíces en la ciudad, una situación no muy frecuente. De hecho, la mayoría de quienes residen hoy en la capital tienen abuelos o padres que migraron desde otras partes del país.
Desde la segunda mitad del siglo XX las principales ciudades de Colombia (Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla) tuvieron una tendencia a recibir personas de otras zonas, sobre todo ciudadanos que venían de municipios aledaños. Según un estudio de la Universidad del Valle, Bogotá mostró una tendencia a crecer más rápido que las otras ciudades, pues la participación de su población con respecto al total de las cuatro mencionadas pasó del 43,7 % en 1951 al 51,5 % en 1973.
A pesar de ello, personas que venían de afuera empezaron a adoptar ciertas costumbres que podrían considerarse exclusivamente cachacas, como la comida o el hablado. Aun así, explica Ospina, “la cultura se construye a partir de los hábitos que se van haciendo populares entre quienes las habitan y obedece, incluso, a factores de funcionalidad”.
Entonces, por ejemplo, el chal y la ruana ya no son tan característicos porque en la ciudad de antes hacía más frío.
Para Víctor Hernández, sociólogo y profesor de la Universidad del Rosario, no hay una tradición tan fuerte cuando las ciudades son tan grandes y cosmopolitas, como es el caso de Bogotá, y los ciudadanos reciben influencia de tendencias de todo el mundo.
Es por esto por lo que Ospina y Hernández consideran que Bogotá debe ser entendida desde la diversidad, más que desde el centralismo. “Hoy en día la caracteriza ser el compendio de diferentes saberes, sabores y pensares, antes que el concepto clásico de ‘cachaco’, que suele ser referenciado como el bogotano de clase alta”.
PAULA VALENTINA RODRÍGUEZ MORA
ESCUELA DE PERIODISMO MULTIMEDIA DE EL TIEMPO

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