Escribe Ernesto Kreimerman: Una guerra para empantanar Europa y calentar el mercado energético

La historia de las relaciones internacionales se construyó sobre principios y bases que ya no se sostienen. Aquellos supuestos sobre los que se edificó, con grandes tensiones y fuertes debates y confrontaciones incluso bélicas, quedó atrás.
La veloz acumulación de capital y concentración de la riqueza no sólo dio lugar a una inicial batalla invisible de competencias en los ámbitos nacionales, sino que lentamente, y en la medida que el comercio internacional fue ganando en volumen y densidad, se abrió paso una nueva guerra, una nueva suerte de etapa de mayor concentración, que fue generando nuevas formas de invisibilización de esa concentración de poder. Y ello ocurrió de múltiples formas, de creativas y sofisticadas formas jurídicas, de ocultamiento, opacidad y a medida que se fue desarrollando, crecientes maneras de concentrar, también, poder sobre la generación de marcos regulatorios, ambientales, financieros y tributarios.
Por ello la crisis de 2008 no fue una crisis puntual en el sistema, no sólo en los Estados Unidos con repercusiones en su zona dólar. La crisis del 2008 tuvo más la forma de una crisis de agotamiento del estado de desarrollo del momento, de alto riesgo para los Estados Unidos, y que dejó en evidencia que había que preparar al país para un nuevo posicionamiento estratégico, para enfrentar una significativa reformulación interna y externa, y que ello significaría un ajuste que afectaría a vastos sectores de la sociedad.
Una buena parte de la inteligencia estadounidense estaba, en el año 2008, persuadida de que las cadenas de valor globales se habían reducido, la tasa de bienes intermedios desacelerado y la inversión extranjera directa, la IED, estaban disminuyendo a nivel mundial. Entendían, además, que una de las consecuencias de la crisis nacional, era el colapso del comercio mundial, que escondía una tendencia estructural.

La comunidad de inteligencia

Desde comienzos del siglo XXI, la comunidad de inteligencia estadounidense comenzó a profundizar el debate sobre estas cuestiones. Y uno de los capítulos en los que se concentró el debate ha sido en el de la globalización. Es muy tentador aceptar una mirada finalista de los procesos, y asumir que la globalización seguirá camino a una economía planetaria, radicalmente integrada. Quizás a muy largo plazo, pero no hoy.
La resolución de la crisis estadounidense movió al electorado hacia nuevas esperanzas, mayores derechos a los sectores trabajadores y a la clase media. Obama llegó como una bocanada de aire reparador, con políticas muy decididas y batallas parlamentarias muy crispadas. Pero el ciclo demócrata se interrumpió con la llegada al gobierno de la ultraderecha, coaligada con sectores antidemocráticos hasta supremacistas. El clima de enfrentamiento alcanzó su peor momento tras la derrota de Trump, y el caos provocado en Washington el 6 de enero de 2021. Su alumno, Jair Bolsonaro, haría lo propio cuando le llegó la hora.
La victoria por mínima de Joe Biden restauró la impronta demócrata. El sistema sigue crispado y los nubarrones oscureciendo el horizonte. Pero aún más; el Congreso está paralizado.
Este mundo no ha instalado una nueva guerra fría como en algún momento se adujo. Esta bipolaridad refleja la contradicción democracia – autoritarismo, libertad vs fascismo, institucionalidad democrática vs atropellos a las garantías individuales y derechos civiles.

Y la guerra

La comunidad de inteligencia estadounidense tiene una vieja desconfianza con las aspiraciones “imperiales” de Putin, quien por diversas vías ha logrado perpetuarse en el poder.
La OTAN, que se funda en 1949 con 12 miembros, fue adhiriendo nuevos socios. Estas acciones coincidían con las propuestas de la comunidad de inteligencia. Pero ya otras situaciones no. Una polémica era el caso Ucrania. Varios influyentes de estos círculos de Washington, entre ellos Henry Kissinger, insistían en la inconveniencia de adoptar acciones que pudieran interpretarse como una provocación. Aconsejaban una neutralidad controlada como más valiosa para Estados Unidos.

Pero la crisis del 2008 y las consecuencias de los caminos escogidos para superarla, las tensiones para el abastecimiento petrolero, las energías renovables, el desarrollo tecnológico tanto de hard como de software, la debilidad de los organismos multilaterales, forzaron una redefinición de las urgencias estratégicas de los EE. UU., y crece dentro de la comunidad de inteligencia nuevos consensos que comienzan a emerger ya en la segunda mitad del gobierno de Trump, pero fueron mal comprendidos y peor ejecutados.

La llegada de Biden cambia el perfil de la Casa Blanca, los demócratas se plantan como intérpretes de los sectores medios y trabajadores, socialmente solidarios, y conscientes de la necesidad de actuar ordenadamente.
El bloqueo a Rusia vía la guerra con Ucrania, provocando la invasión tal cual advertían los veteranos de la comunidad de inteligencia, permitiría, como sucedió, alinear a toda Europa detrás de la OTAN, es decir, detrás de los Estados Unidos. Así se despejó el camino para el siguiente paso: encarar una negociación directa, frontal y responsable con China. Que, en el prisma de la realidad, hay un complejo juego de roles, de ofertas y demandas, de aspiraciones, que se negociacian de manera directa.

Ya el conflicto está cumpliendo un año. No es un desencuentro con la estrategia que este conflicto se empantane, y así se desgasta lenta y progresivamente Putin. La alianza chino – rusa se vio limitada, y ello también es parte del replanteamiento estratégico.

Europa y el próximo invierno

Las gigantes petroleras ExxonMobil y Shell anunciaron este 2 de febrero que alcanzaron utilidades récord en el ejercicio 2022, como consecuencia del shock positivo de la guerra desatada tras la invasión de Rusia a Ucrania. 55.700 millones de dólares para Exxon, 39.900 millones para Shell. Los beneficios espectaculares se dispararon a partir de marzo. Desde entonces el barril trepó hasta U$S 130 y luego, lentamente, fue ajustándose a los valores previos. Similar es lo que sucedió con el gas.

La UE enfrenta hoy otro desafío. Este invierno dentro de las casas europeas hay que acomodarse con un abrigo liviano, lo que ha permitido un consumo doméstico, comercial e industrial racionalizado. La población ha asumido estas medidas, sin tensiones. Pero se han quejado por los costos, más allá de algunas medidas de moderación del impacto. Los altos volúmenes de almacenamiento de gas, resultado de una reducción significativa de la demanda, permiten a Europa una posición cómoda este invierno. Pero sostener los precios constituye un enorme desafío.
La Unión Europea ya planifica el invierno 2023/24. Espera que los almacenamientos de gas estén en el 90% al 1º de octubre de 2023. Son conscientes que alcanzar esa meta depende de lograr una reducción de la demanda y el GNL, los dos fundamentos de la actual arquitectura de seguridad energética de Europa.
Esta guerra ha empantanado a Europa y ha fortalecido su pertenencia a la OTAN, es decir, a la planificación estratégica de los Estados Unidos. Ha relegado otros conflictos, y Este Rusia – Ucrania parece un conflicto encapsulado, demandante de tecnología de guerra de alta sofisticación, que debilita y distrae la atención de Putin. Petróleo y gas a valores “competitivos”, facilitan la transformación hacia energías renovables. Y mientras tanto, Rusia y China pueden negociar lo sustancial de sus estrategias para los próximos años.