Hay veces que, por lo que hemos leído en novelas o visto en películas, pensamos que las guerras medievales se movían por principios morales de reyes y emperadores,  los cuales se lanzaban a la batalla en pos de sus ideales.  Y aunque en ocasiones pudo ser así, no debemos obviar el carácter económico de muchos de estos conflictos, en los que hasta la fecha del conflicto se elegía coincidiendo con el buen tiempo para hacer la guerra lo más confortable posible.

En este sentido destacan las campañas militares de Almanzor, un caudillo andalusí que saqueó la península Ibérica de arriba abajo en varias ocasiones y cuyo objetivo fundamental  pasaba por engrosar las arcas del califato cordobés.

Bien con la venta de los cautivos como esclavos, o bien como mano de obra barata, Almanzor hizo de la guerra un verdadero negocio en el que cobraba especial relevancia los dividendos obtenidos con los rescates. Además, estas campañas de verano conocidas por los cristianos como “cunei” tenían un objetivo: hacerle la puñeta a los reinos cristianos  impidiendo así su desarrollo social.

Las principales plazas fuertes de los cristianos tenían que empezar de nuevo cada dos por tres, y de este modo Zamora, Pamplona, Cuéllar, Salamanca e incluso Santiago de Compostela sufrieron una o varias veces los saqueos del general islámico.

Barcelona, en aquel entonces, era uno de esos bastiones suculentos para Almanzor. La floreciente comunidad judía o el creciente poderío de los monasterios de  Sant Cugat del Vallés y de San Pedro de las Puellas convertían los territorios catalanes en una perita en dulce para las razzias andalusíes.

Pero había algunos impedimentos. El conde de Barcelona, Borrell II, técnicamente tenía buenas relaciones con Al-Ándalus. En ocasiones el trato con el califa Abderramán III fue prácticamente de fidelidad mientras que paralelamente también tendía lazos con sus vecinos los francos a cuya cabeza estaba el rey Lotario I.

Con los francos la situación era compleja pues recordemos que unas generaciones atrás Wilfredo el Velloso (conde de Barcelona) y otros nobles de la Marca Hispánica habían escurrido el bulto cuando al rey franco Carlomán se le reveló el Conde Bosón. Por tanto, podríamos decir que los reyes carolingios no se llevaban mal con los catalanes, pero ni de broma les defenderían del ataque andalusí.

En definitiva, que aunque Borrell II intentase llevarse bien con todo el mundo, el dinero no ha entendido nunca ni de amistad ni de buenos tratos y al final pasó lo inevitable. Tras haber tanteado el terreno en la campaña de 978, las tropas musulmanas comprobaron que con el cambio de dinastía de Carolingios a Capetos, los francos pasaban olímpicamente de ayudar a los catalanes, y en mayo de 985 Almanzor salió de Córdoba con un destino claro. Barcelona.

El destrozo fue memorable, de hecho medievalistas como Pierre Bonnassie lo describen de una manera muy gráfica: “Frailes y monjas fueron pasados a cuchillo y la ciudad sucumbió entre las llamas. Todavía hoy advertimos huellas de ese incendio en las excavaciones arqueológicas”.

Acontecimientos de este calado rápidamente se mitificaron y es habitual encontrar descripciones del asedio tan impactantes como infundamentadas en las que se nos habla del lanzamiento de cabezas con las catapultas al interior de las murallas como ejemplo de guerra psicológica. Pero a decir verdad, las fuentes documentales son más escasas de lo que cabría esperar y fundamentalmente se basan en actas de rescate entre las que destacan los nombres de los principales dirigentes políticos del momento.

Así encontramos a Udalardo de Barcelona (yerno de Borrell II) el archidiácono Arnolfo o el vizconde Guandalgodo de Gerona, algo que evidencia el interés crematístico de los andalusíes secuestrando prioritariamente a aquellos por quienes mejores rescates se podía pagar. De igual modo las redenciones de cautivos no siempre fueron desinteresadas y casos como el juez Aurús (o Aurúz) demuestran que el monasterio de Sant Cugat puso el dinero pero no sin antes asegurarse que recuperaría parte de los costes con la hacienda del magistrado.

Una situación la acaecida hace ya más de un milenio que nos vuelve a hablar de cómo en  muchos sucesos, aunque la cara la den políticos, reyes o califas, al final siempre aparece como verdadero líder indiscutible el dinero.