INCLUSIÓN LABORAL

Una discapacidad no tiene por qué ser obstáculo para trabajar en lo que quieres

La ONG Achalay, a través de su 'Proyecto Liceo', forma a personas con discapacidad intelectual para trabajar en una startup, en el mundo del marketing o de la atención al cliente, entre otros empleos

Trabajadores de Achalay

Trabajadores de Achalay / economia

Nieves Ruiz

Nieves Ruiz

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Viajemos por un momento al año 2011. En esta época la crisis se cebaba con especial dureza con los colectivos más necesitados. Por aquel entonces Alejandra era una niña con riesgo de exclusión social. Su caso era especialmente dramático ya que vivía en una infravivienda sin recursos y tenía un alto riesgo de abandono escolar. Un día su madre le llevó a Achalay. Allí empezó a vivir la vida normal de una niña de su edad: jugaba, asistía a clases y hacía diariamente los deberes. Hoy ya es una mujer que va a finalizar sus estudios de Bachillerato de Artes y que dedica su labor a ser voluntaria en el Centro de Achalay en San Blas.

“Cuando nace un niño en un entorno económico potente tendrá mejores condiciones de vida y de autonomía, pero si nace en un entorno de pobreza estará limitado, es por ello que necesitan formación y oportunidades”, nos cuenta Ramón Pinna, presidente de Achalay.

La asociación Achalay nació hace 15 años de la mano de un grupo de amigos que tras viajar a Sudamérica para llevar a cabo una misión social, decidieron poner su granito de arena para cambiar el mundo. “Cuando llegamos a España pensamos que la mejor manera de colaborar es ser útiles desde nuestro país. Ninguno éramos maestros o médicos. Todos trabajábamos en el ámbito empresarial, así que decidimos ponernos en marcha y hacer todo lo que estaba en nuestras manos para que niños y personas faltos de recursos puedan salir adelante”.

Sus inicios fueron difíciles pero gracias al esfuerzo y al tesón han logrado ayudar a más de 3.000 personas. “La realidad es que nunca fuimos demasiado conscientes de la magnitud de lo que estábamos haciendo. Nos movía la ilusión y el creer en el proyecto. Al principio conseguíamos donativos a través de fiestas y eventos, pero poco a poco fuimos creciendo. Muchas personas querían ayudar, desde empresas a personas jurídicas y fue en ese momento cuando creamos la sociedad benéfica, que es la forma jurídica más sencilla para poder manejarnos”.

Gracias a su Proyecto Liceo, jóvenes con discapacidad intelectual han logrado ampliar sus competencias laborales y personales, algo que hasta hace unos años era impensable. “Nos llamaba la atención especialmente la dificultad de las personas con discapacidad intelectual en entornos de pobreza. La situación de estas personas es extremadamente difícil. Antes cuando acababan la escuela, les ponían una etiqueta categorizando si eran empleables o no. Esta era la forma de medir la inteligencia de antaño. Si se decidía que una persona no era empleable, se les cerraban todas las puertas enviándoles a un centro de empleo donde participarían en un proceso productivo, como trabajar en una lavandería. Esa persona nunca sería autónoma ni podría trabajar en su verdadera vocación”.

“Cuando terminan sus estudios, son ellos los que eligen lo que quieren hacer”

La única manera de salir de este círculo vicioso es darles nuevas oportunidades:  “cuando acaban el colegio no tienen más opciones de estudios, y si además de esto no tienen recursos económicos, es el cataclismo". Gracias a Arantxa Garay, referente en el mundo de la lucha por ayudar a las personas con discapacidad intelectual, y el apoyo de la Universidad Complutense, estos jóvenes pasan a tener una formación de dos años en sus aulas.

Allí aprenden todo tipo de materias desde robótica e idiomas a mindfulness, y logran desarrollar sus capacidades para ser autónomos y desempeñar su empleo soñado: “Hay un primer curso donde se dan materias troncales adaptadas a la mente de un chaval de 23 años. Y luego por trimestres se les plantea proyectos en torno a tres líneas: comunicación, ayuda a la comunidad y atención al cliente”, nos comenta. “Cuando terminan sus estudios pueden vivir desde una experiencia trabajando para startups, o trabajar en atención comercial y de marketing. Son ellos los que eligen lo que quieren hacer”, añade.

     

La colaboración por parte de las empresas también está siendo clave: “hay una buena conciencia sobre todo en las grandes compañías pero siempre es vinculado a un cumplimiento normativo obligatorio”, nos cuenta. “Aún queda mucho camino por recorrer. Las empresas están sensibles a la contratación, pero lo hacen sobre la base de posiciones vinculadas a temas administrativos. El estereotipo es un chaval con Síndrome de Down que reparte la valija en la empresa, y necesitamos que siga existiendo concienciación para que puedan hacer muchas más cosas". Por ejemplo, la Federación Nacional de Tenis va a formar a algunos de estos jóvenes para ser auxiliares para torneos deportivos.

Ramón alterna su labor al frente de Achalay con su profesión de directivo de una empresa del sector de la salud. Hace 15 años ni siquiera podía llegar a imaginar que lograría junto a sus amigos hacer que personas con discapacidad intelectual como Vero y Manu, pudieran llegar a formarse en su vocación. “Hemos tenido en la vida muchas oportunidades, por ello sentimos la vocación de devolver esa suerte y esos valores que hemos recibido, a los demás”, comenta. “Sueño con consolidar nuestro proyecto y exportarlo a otros barrios en exclusión, tener un local más grande para doblar los beneficiarios, y dar un paso decidido para dar la mano a todas las personas que cruzan un mar y atraviesan continentes en busca de mejores oportunidades”.