Barcelona, 6 de julio de 985. Hace 1.037 años. Las tropas del general andalusí Almanzor ocupaban parcialmente la ciudad después de un asedio corto y rápido de tan solo una semana. El conde Borrell II, máxima autoridad delegada del poder central carolingio, había requerido, repetidamente, la asistencia de las huestes reales. Pero el rey Lotario I de Francia, decimocuarto y penúltimo monarca de la estirpe carolingia, absorto por las luchas intestinas que corroían el reino, nunca envió refuerzos para parar aquella amenaza. El condado y la ciudad de Barcelona sufrieron una importante destrucción, con miles de víctimas mortales y cautivos secuestrados; pero, sobre todo, marcó la plena maduración del posicionamiento político e ideológico de sus élites dominantes. Las prematuras muertes de Lotario I (986) y de su hijo y sucesor Luis V precipitarían los acontecimientos.

Representación de Guifré II y Sunyer I, abuelo y padre de Borrell II. Fuente Rollo de Poblet
Representación de Wifredo II y Suniario I, abuelo y padre de Borrell II / Fuente: Rollo de Poblet

¿Quién era Borrell II?

Borrell había nacido en Barcelona el año 927. Por lo tanto, cuando se produjo la destrucción de Almanzor, tenía cincuenta y ocho años, una edad muy avanzada y al alcance de muy poca gente en la época. Borrell era hijo del conde Suniario I y nieto del conde Wifredo II, conocido con el sobrenombre del Velloso; y, en su momento, recibió el título condal por herencia. El año 947, el conde Suniario I había traspasado el cargo a sus dos hijos: Miró I, llamado el "conde constructor" porque había promovido obras estratégicas como, por ejemplo, la Acequia Condal; y Borrell II, que siempre tuvo una responsabilidad más orientada hacia el campo militar. Ejercieron el poder de forma asociada, pero con la muerte sin descendencia de Miró (966), Borrell asumiría el gobierno del condado en solitario, hasta su muerte (993).

¿Por qué Borrell había recibido el cargo por herencia?

En aquella Europa altomedieval (siglos V a XI), la dignidad condal era más un cargo funcionarial que un título nobiliario. Pero, sin embargo, la pregunta es más oportuna que nunca: ¿cómo era posible que un cargo funcionarial pasara de padres a hijos, o de abuelos a nietos, o entre hermanos, como si se tratara de un elemento patrimonial? Y la respuesta está en el mismo enunciado de la cuestión. A mediados de la centuria anterior (siglo IX), una extraordinaria crisis política general había erosionado notablemente los poderes centrales (las monarquías) en beneficio de los delegados territoriales (los barones feudales), que habían usurpado grandes parcelas del bien público. Aquellos delegados territoriales habían convertido en patrimonio personal y familiar el cargo, los castillos, los pueblos y las villas, la justicia o el ejército, por citar algunos ejemplos.

Mapa de la Marca de Gotia (siglo IX). Fuente Universidad de Barcelona
Mapa de la marca de Gotia (siglo IX) / Fuente: Universitat de Barcelona

La herencia de Borrell

Esta oleada de fragmentación y dispersión del patrimonio real abarcó todos los rincones del reino de Francia y, prácticamente, de la totalidad del continente europeo. Los condados de la marca de Gotia, la región más meridional del imperio carolingio (752-843) y del reino de Francia (843-985), no fueron una excepción. Wifredo II, llamado el Piloso, que durante su existencia acumuló las dignidades condales de Urgell y de Cerdanya (870-897), de Barcelona, de Girona y de Osona (878-897) y de Conflent (896-897), sería el último conde nombrado por la cancillería de Aquisgrán. Eso no quiere decir que hubiera sido el primer conde independiente. Pero sí que quiere decir que fue el primero, en la marca de Gotia, que transmitió el cargo. Los sucesores del Piloso no serían nombrados, sino ratificados —por su condición de herederos— por la cancillería francesa.

Una independencia que se fabrica a fuego lento

Esta cultura patrimonial del cargo es muy importante para entender el auténtico papel de los condes de Barcelona entre Wifredo el Velloso y Borrell II. Durante esta etapa, de casi un siglo de duración, los condes barceloneses actuaron como verdaderos soberanos de su territorio. Y en este punto, el posesivo su ya se puede utilizar con toda la amplitud de término. Si bien continuaban vinculados, política y militarmente, al poder central francés, las fuentes documentales de la época nos dibujan un escenario de práctica independencia. Sin necesidad de autorización del poder central promovieron alianzas políticas con las otras casas condales de la Gotia; lideraron operaciones militares contra los árabes de los valles del Segre y del Ebro, y empujaron la frontera, impulsando fortificaciones y colonizaciones de zonas despobladas (Bages, Segarra, Penedès).

Lotari I, Luis V y Hug Capet. Fuente Bibliothèque Nationale de France
Lotario I, Luis V y Hugo Capeto / Fuente: Bibliothèque Nationale de France

Los riesgos

Se nos ha explicado siempre que Borrell II rompió, definitivamente, los vínculos con Aquisgrán (o con Laon, dependiendo de la época) porque, ante una amenaza extrema, el poder central faltó a la obligación de asistir militarmente al territorio agredido. Pero esta causa, que tenía que tener un peso importante, no sería tan decisiva como ha sido explicada. Y no lo podía ser, porque, como decíamos antes, desde hacía un siglo los condes barceloneses —como cualquier casa condal del reino de Francia— actuaban como auténticos soberanos de su dominio. Por lo tanto, en aquel contexto, tanto si el poder central francés (la monarquía) se debatía en mil luchas intestinales como si era una balsa de aceite, poca ayuda podían esperar. Seguro que aquellos condes barceloneses del siglo IX eran plenamente conscientes de los riesgos que habían asumido.

La verdadera causa

Con la muerte sin descendencia de Luis V (987), el decimocuarto monarca de la estirpe carolingia, se abría la caja de los truenos. Hugo Capeto, miembro de una rama menor de la familia imperial impuso su candidatura y acabó sentado en el trono. Y en aquel momento algo se removió en Barcelona. Los condes catalanes también eran una rama menor de la familia imperial. Guinidilda, esposa del Velloso y abuela de Borrell II, era bisnieta del emperador Carlomagno. Y esta consanguinidad había sido un vínculo muy poderoso: Barcelona siempre había sido muy fiel a sus parientes mayores, los carolingios. Podían disculpar la desatención de Lotario durante la destrucción de Almanzor (985), y la prueba es que renovaron la vinculación política con Luis (986), pero con la coronación de Hugo Capeto (987), todos los vínculos quedaban situados en el pasado.