Lorem Ipsum
Opinión

Jesús Gil, miedo y asco en España

Actualizado

Jesús Gil, en una imagen de mediados de los años 90. JAVI MARTÍNEZ

«Teníamos todo el impulso; íbamos en la cresta de una ola alta y maravillosa... Así que, menos de cinco años después, podías subir a un empinado cerro en Las Vegas y mirar al Oeste, y si tenías vista suficiente, podías ver casi la línea que señalaba el nivel de máximo alcance de las aguas... aquel sitio donde el oleaje había roto al fin y había empezado a retroceder». El célebre monólogo de la ola de Miedo y asco en las Vegas señala, como la marca que deja la marea al retirarse, el punto más alto de la novela así como el instante preciso en el que la siempre celebrada década de los 60 vivió su particular «sensación de victoria inevitable sobre las fuerzas de lo viejo y lo malo». Escribe, como toca, Hunter S. Thompson.

Dicen los creadores de El pionero, la serie que HBO acaba de estrenar sobre la figura de Jesús Gil, que su hombre, a la vez radiografiado y homenajeado (no juzgado), «se adelantó a la crisis de la política tradicional y al uso partidista de los medios». Justin Webster y Enric Bach no hablan de populismo o de fake news, pero como si sí. Por el primer capítulo pasea el «coche de la carne», el descapotable precedente del «volquete de putas» del viceconsejero con el que el entonces aprendiz de magnate hacía «ostentoreo» su poder.

También se relata cómo se hizo con el primer millón con el que literalmente se acostó después de estafar a unos incautos con la compra-venta de camiones (su hermano describe el método del serrín).

Eso y los primeros negocios inmobiliarios que le llevarían primero a la política y luego al fútbol. O al revés. En realidad, tanto una como el otro no eran (y quizá aún son) más que simples medios, y como tales son tratados, para alcanzar un fin inidentificable que tiene que ver con el poder, la vanidad, la paranoia o la estupidez compartida (hasta tres mayorías absolutas consiguió). Pero, y ahí el arranque de todo, la serie pasa a ritmo marcial por los 58 muertos en los que quedó la idea de convertir Los Ángeles de San Rafael en la versión pelotazo-carpetovetónico de la pesadilla franquista de la apoteosis de la clase media.

Todo lo anterior es contado con un punto de malsana admiración ligeramente divertida. Imagino que para acceder a determinadas fuentes (hijos o familiares), los autores no tuvieron otra que ceder a la tentación de la falsa narración neutra.

De nuevo, el personaje es jaleado como el hombre listo que se hizo a sí mismo; otra vez, sus salidas de tono racistas son tratadas como sanas ocurrencias; y, por enésima vez, los voceros y aprovechados de entonces son recibidos ahora casi como víctimas. Raro. Si la idea es señalar, de manera inversa a la de Hunter S. Thompson, el punto exacto al que llegó la ola de despropósitos de una época ya pasada, la serie yerra estrepitosamente. Lo que se ve es la extraña canonización de un personaje que sigue entre nosotros en el fútbol, en las financias, en las fantasías redentoras y, ahora más que nunca, en la política. Miedo y asco en España.

Conforme a los criterios deThe Trust Project

Saber más