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Sociedad

La Acebeda, o cómo vivir en el pueblo más pequeño de Madrid: "Estamos casi vírgenes"

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Esta villa montañosa, situada a 95 kilómetros de la capital, tiene sólo 62 habitantes censados

Marcelina, una de las últimas pregoneras de La Acebeda.
Marcelina, una de las últimas pregoneras de La Acebeda.E. M.

Atravesando una pequeña carretera de montaña, de cuatro kilómetros desde la A-1, se esconde La Acebeda: el municipio más pequeño de la Comunidad de Madrid. Con más manantiales que personas, 62 según el último censo, es considerado por muchos "la fábrica de agua de la región".

"A la puerta de mi casa tengo una fuente que emana directamente de un manantial. Sale congelada aún en verano... no aguantas la mano mucho rato debajo de esa agua. Bebo de ella todos los días, la utilizo para cocinar o regar mis plantas... Es un privilegio", cuenta Gustavo Martín, alcalde de La Acebeda desde el pasado 28 de mayo electoral.

Tal es su peculiaridad que ninguna vivienda de este municipio, de tan sólo 22 kilómetros cuadrados, posee sótano. "El paraje sigue casi igual a como era en 1083, año en el que se tienen las referencias del primer asentamiento. Estamos casi vírgenes, en mitad de un bosque en el que si excavas un metro ya sale agua... por eso no hay construcciones subterráneas".

Tampoco tienen supermercados, como en tantos otros puntos de la España vaciada, siendo furgonetas ambulantes las que les surten de alimentos o productos de primera necesidad. El panadero, desde Rascafría, viene a diario de 10.30 a 11.00. Los martes llega el frutero. Y los viernes es el turno de los congelados, la carne y el pescado.

Edad media: unos 70 años

"Nos traen de todo, desde un yogur hasta solomillos estupendos. Aunque algunos vecinos también van a comprar a Buitrago del Lozoya o a Somosierra. Entre todos nos avisamos para ver qué hace falta traer y, aunque pueda haber alguna disputa por las lindes de tatarabuelos, hay mucha hermandad", explica Martín, quien ya hace tiempo que superó los 60. De hecho, la edad media de este pueblo ronda los 70 años, aunque esta cifra tiene trampa. Entre sus vecinos hay una niña de 11 años, la única en el pueblo, que baja notablemente ese promedio.

También lo desciende Juanjo, de 38 años, que es el único ganadero que mantiene encendida la llama pecuaria de esta aldea. Tiene algunas cabras, algunas vacas... Siendo una ocupación más romántica que mercantil. Profesionales que aún trabajan en La Acebeda no hay más de 10, siendo ya jubilados la gran mayoría de residentes. Muchos se asentaron en esta villa huyendo de las grandes urbes donde "el estrés te agobia y estás vivo porque late el corazón, pero no tienes tiempo para nada", apunta el regidor, valorando con ahínco "la armonía y la tranquilidad" del entorno.

La práctica totalidad de los habitantes de este municipio frente a la iglesia de su pueblo
La práctica totalidad de los habitantes de este municipio frente a la iglesia de su puebloE. M.

Rodeado de robles, fresnos y pinares, amén de acebos centenarios que dieron nombre a esta localidad, este enclave comenzó siendo punto estratégico de la Cañada Real segoviana por donde desfilaba la trashumancia. Según cuenta la historia, un pastor decidió hacer noche, siendo imitado poco después por otros cabreros. Poco a poco se fue dibujando una pequeña aldea donde la siembra y los cultivos comenzaron a germinar gracias a que "tenían el agua garantizada".

Desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX llegó a tener 350 habitantes, pero el éxodo, al igual que en tantos otros pueblos españoles, hizo que muchos emigraran a la capital en la década de los 70. Desde entonces, el censo apenas ha variado: los inevitables decesos fueron contrarrestados con algunas, pocas, llegadas. La última hace mes y medio, cuando recaló "una familia de Latinoamérica", que son los primeros inmigrantes, según dice Martín, que habitan en La Acebeda. "Han sido acogidos maravillosamente". El resto siguen siendo los de siempre.

Paca, historia viva del pueblo

A algunas ilustres, como Paca, la edad no le ha perdonado y ahora vive en una residencia. Nacida en esta aldea hace 95 años, fue figura clave durante la posguerra. Regentaba junto a su familia la tienda-bar La Plazuela, conocida por todos como el bar de Paca, actualmente en manos de su hija.

"Fueron años duros, había mucha hambre, pero ella siempre daba alimento a todo aquel que lo necesitaba diciendo que ya se lo pagaría más adelante", relata Adolfo Hernán, otro veterano cebedeño que llegó a ser alcalde durante 16 años. "Paca ha sido una institución, Gustavo y yo la visitamos cada semana en la residencia. Lo sabe todo del pueblo... Es historia viva, y algún día tendremos que hacerla un homenaje".

La Acebeda, en otoño.
La Acebeda, en otoño.G. MARTÍN

Este ex regidor también formó un gran vínculo con otro emblema del municipio, Marcelina, ya fallecida, que fue la última pregonera mujer que ha tenido esta villa. Recordada por Hernán como "extrovertida" y "muy echada pa'lante", sonríe al rememorar cómo recorría las calles tocando su corneta anunciando la llegada de algún vendedor.

Inmutable, los veranos suceden a los inviernos en esta pequeña villa por la que el tiempo parece nunca pasar. Cuenta el ex alcalde que, allá por 2013, estuvieron cerca de vivir "un antes y un después". Hernán intentó "poner una envasadora de agua mineral en 2013, pero la Comunidad de Madrid no me lo permitió". Y apostilla: "Viene gente de los pueblos de alrededor, incluso de la capital, a coger agua de aquí. Nos habría dado una riqueza enorme, pero fue imposible".

Pese a la idílica panorámica que dibujan sus vecinos, el actual primer edil no esconde puntos negativos de residir en mitad de la naturaleza. "Tenemos una desventaja común en toda la Sierra Norte: la comunicación. Existen gravísimos problemas para llegar a los pueblos de al lado, como Madarcos... o tienes un vehículo privado o nada ya que no existe un sistema público de transporte. Y para ir a la capital se tarda una eternidad, más de dos horas y media en autobús", concluye Martín, quien pese a ello no cambiaría "por nada" su localidad.