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Opinión

Aburguesamiento

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Una mujer habla por teléfono a la espera de cruzar la Gran Vía. JOSÉ AYMÁ

Hace seis años, descubrí que cada cierto tiempo me faltaba dinero de la cuenta. A veces eran 40 euros; otras, 30. La referencia era Ekoarak así que llamé por teléfono pensando que era algún tipo de timo vasco. Cuando ya iba a soltar el chorreo reclamatorio, escuché «Buenas noches, Central Park» y pregunté que qué era eso de Ekoarak. Antes de que me diera tiempo a amenazar con el típico puro, una amable voz me contestó: «Señora. Ekoarak es Karaoke al revés». Uy. Pedí perdón y colgué.

El Central Park es uno de los pocos lugares de Madrid que aún puede decirse auténtico. El programa es sencillo. Benjamines de Carta Nevada; cante de un truhán, un señor y conversación con algún caballero de bisoñé y Varón Dandy que canta extraordinariamente bien Granada, tierra soñada por mí.

Hay palabras que todos deberíamos resistirnos a utilizar. Una de ellas es gentrificación. El horrible palabro significa «el proceso mediante el cual la población social de un barrio, generalmente céntrico y popular, es progresivamente desplazada por otra de mayor poder adquisitivo».

El centro de Madrid se ha gentrificado, y aunque la Fundéu aconseje «aristocratizacion», yo prefiero decir simplemente que el barrio se ha «aburguesado en la vulgaridad». Así las clases de spinning cuestan 100 euros y los sitios de poke y bowls van acorralando al Bogotá y La Tasca Suprema (además de la Tavernetta), los únicos lugares más o menos clásicos en los que aún se puede pedir un cocido o un pincho de tortilla baveuse.

Sin embargo, este cambio se aprecia sobre todo en el Toni 2. Los universitarios que hace 20 años nos dejábamos los leuros (los primeros) observábamos con admiración el cambio de pianista a ritmo de Blue Moon y personajes que se acodaban en la cola del piano. La niña de la estación bastante septuagenaria que lloraba lágrimas negras (el rímel corridísimo) sobre un gin-tonic sin idioteces. Un señor mayor con sombrero y bigotín. Las amigas rubias que se hacían los coros tras muchas horas de ensayo...

Los parroquianos habituales del Toni 2 nos acabábamos reconociendo. Un día que necesitaba un medicamento con receta me metí en una farmacia de Claudio Coello. El boticario me guiñó un ojo. «Esto es por el Toni».

Pero el millenialismo no le ha sentado bien al Toni 2. Ahora los modernetes van al piano-bar como a un parque temático de la nostalgia cañí. Faltan carcamales. Menos mal que nos queda el Ekoarak.

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