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Y es que el nombre es lo de menos. Lo de más: belleza a propósito conseguida con tiempo, oficio, mucha ciencia, amor por la naturaleza, imaginación y un sentido estético superlativo. Son los mejores paisajistas del mundo. Y estos, algunos de sus jardines. Increíbles, por cierto.

Madison Cox: La estrella escurridiza

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El californiano Madison Cox

Tiene todos los ingredientes para ser portada del New York Times o del Wall Street Journal en cualquiera de sus suplementos, pero Madison Cox es esquivo. No da entrevistas. Hay pocas fotos de él. Un perfil bajo que contrasta con sus clientes: Marella Agnelli, los Kravis, Ian Scharger -Studio 54-, André Balazs, Pierre Bergé... De este último fue amigo, proveedor, pareja y heredero. Desde su fallecimiento es el presidente de la Fundación Pierre Bergé-Yves Saint-Laurent y la del Jardín Majorelle en Marrakech. Y con estos antecedentes, el californiano -de San Francisco- es escurridizo con la prensa. Ha cumplido los sesenta y las últimas tres décadas ha construido algunos de los jardines más bellos del planeta. Su truco, además de una sonrisa y amabilidad constantes, es adaptarse al gusto del cliente. No estará de acuerdo con unas rosas extravagantes, pero él encontrará la forma elegante de que funcionen. Para la artista Jennifer Bartlett, en Greenwich Village, construyó en su azotea un jardín con huerto, una rosaleda y un laberinto. Se utilizaron 42 toneladas de tierra. Cox tiene su paraíso en forma de jardín en Tánger. Ahí siempre vuelve, aunque no para más de 5 días en una misma ciudad. ¿Su último proyecto? El jardín del Hotel Epi 1959 y parece que siempre estuvo allí. ¿Su obra maestra? El jardín de Marella Agnelli en Marrakech.

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Thomas Lannes
En las últimas tres décadas ha construido algunos de los jardines más bellos del planeta, como el Majorelle en Marrakech.


Kim Wilkie: El faraón verde

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Kim Wilkie, arquitecto del paisaje.

Desciendes por un camino de 7 metros de profundidad. Es un zigurat invertido. Al final una piscina cuadrada perfecta refleja el cielo. Es la obra del inglés Kim Wilkie (Malasia, 1956), que jugó por los desiertos iraquíes y se formó en Oxford. Todos estos paisajes están en su trabajo. Para Wilkie la línea recta y la geometría son esenciales. Estamos en su obra más emblemática, la Casa Boughton, y para apreciar toda su belleza deberíamos ser un pájaro. O un dron. Los tiempos no están para poesía. Desde el cielo observamos cómo dibuja el territorio como un artista, cómo lo esculpe como un escultor, pero él afirma que lo suyo no es una instalación artística. Él es un arquitecto del paisaje. A los 21 años, ejerciendo de periodista en Irán, descubre su futuro oficio haciendo un reportaje sobre proyectos ambientales. Ahorra para volver a la universidad. Estudia Historia del Paisajismo y monta estudio propio en Londres en 1989. Entre los proyectos actuales se incluyen el rediseño de los jardines del Museo de Historia Natural de Londres y el diseño de unas promociones donde conviven viviendas y agricultura sostenible. “Si hay un elemento que creo que va a ser el más crucial en el futuro, es el agua, la falta de ella y cómo nos une y nos separa”,sostiene.

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Desde el cielo observamos cómo Kim Wilkie dibuja el territorio como un artista, cómo lo esculpe como un escultor.

Martha Schwartz: fusión arquitectónica

Esta paisajista ha llenado, durante cuatro décadas de trabajo, las cuatro esquinas del planeta con proyectos coloristas de formas simples. Su trabajo incorpora la arquitectura con un elemento más del jardín.

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Louis Benech: Construyendo para Luis XIV

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"Se dice que la jardinería es un arte, pero no me veo como un artista. Ellos son libres” , sostiene Louis Benech.
Louis Benech (1957, Neuilly-sur-Seine, Francia) confiesa que tiene dos plantas favoritas. Sin necesidad de tortura, habla de la Fagus sylvatica “Asplenifolia” -un haya europea de hoja cortada- y la Romeneya coulteri -una amapola de delicado pétalo blanco y centro amarillo-. Esa es la clave de su éxito: la mezcla de la rotundidad de la primera con la fragilidad de la segunda. A partir de ahí, este jardinero niega tener un estilo. Sus trabajos se caracterizan por usar las plantas autóctonas. Aconseja sentarse, observar cómo cae el sol, cómo llegan los vientos... Estudió leyes -no tenía nota para estudiar una ingeniería- y tras un paso, breve, por un despacho de abogados en Francia, se traslada a Inglaterra. Trabaja en Hillieer -tal vez, el vivero inglés más famoso-. No volvió a los libros ni a los códigos. Se establece en Normandía, recibe consejos del gran maestro Russell Page, conoce a la pareja Saint-Laurent-Bergé-. Su carrera despega cuando interviene en los jardines de las Tullerías en la parte histórica. Ha construido más de 300 jardines entre públicos y privados. Como ejemplo, nos quedamos con el Bosquet du Théâtre d’Eau, en los jardines históricos del Palacio de Versalles. Colabora con Jacques Grange, Pierre Yovanovitch o François Catroux. “Se dice que la jardinería es un arte, pero no me veo como un artista. Ellos son libres. Diseñar un jardín es demasiado técnico para ser arte”, sentencia uno de los jardineros más importantes de Francia.
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Eric Sander
Château de Pange, uno de los trabajos de Louis Benech.

Piet Oudolf: El alquimistas de las malas hierbas

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Piet Oudolf, paisajista.

Ahora parece sencillo, pero en la década de los ochenta era una revolución. Piet Oudolf emprendió una cruzada contra las flores de temporada. Petunias, pensamientos, geranios… quedaban prohibidos. Nacía un movimiento, New Perennial. “No quería cambiar el jardín todo el tiempo. No quería reemplazar las plantas en cada estación. Quería hacer jardines que pudieran quedarse y cambiar por sí mismos”, explica. Para crear sus praderas de aspecto salvaje tuvo que retirar plantas herbáceas perennes. Pero no fue fácil. Tuvo que montar su propio invernadero y empezar a vender lo que algunos denominan como "malas hierbas". Oudolf nació en la costera ciudad de Haarlem, Países Bajos, en 1944. Su primeros trabajos fueron en el restaurante de sus padres. Se cansó, probó en un vivero y se enamoró de las plantas. La consagración de este movimiento fue el jardín de la High Line, en Nueva York, donde, con la colaboración de los arquitectos Diller Scofidio + Renfro y James Corner, una antigua vía de tren de más de 2 kilómetros se convierte en un parque urbano. Es autor de varios libros y, recientemente, se ha estrenado un documental sobre su obra, Five Seasons: The Gardens of Piet Oudolf.

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“Quería hacer jardines que pudieran quedarse y cambiar por sí mismos”, afirma Piet Oudolf

Fernando Caruncho: minimalimo orgánico

Nuestro compatriota, destaca en la primera división de paisajistas. Desde su estudio, a las afueras de Madrid, ha conquistado el mundo con
sus concepciones minimalistas y orgánicas.

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BELÉN M. IMAZ / NICOLA BROWNE

Martin y Peter Wirtz: Herederos naturales

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Martin y Peter Wirtz son hijos de Jacques Wirtz, una leyenda en el gremio del paisajismo.
“Este mundo está lleno de estrés. Es importante tener el mayor espacio público verde posible. Realmente pienso que los árboles son la respuesta a muchos de los problemas que tenemos en el siglo XXI”, afirma Martin Wirtz (Bélgica, 1963). Su apellido es sinónimo de estructuras orgánicas en boj o tejo, láminas de agua, macizos con pennisetum y miscanthus o la creación del concepto “bosque urbano”, donde el verde es el único color protagonista. Su padre Jacques Wirtz (1924-2018) es una leyenda. A los 26 años fundó su despacho de paisajista, aunque él se sentía un simple jardinero. Su estrellato comenzó con el jardín del pabellón belga en la exposición de Osaka. Era 1970. ¿Su consagración? Los jardines del Elíseo, encargados por Miterrand, la remodelación de los de las Tullerías en París o los jardines del Castillo Alnwick en Inglaterra. Hoy sus dos hijos, Martin y Peter, siguen con el oficio. Entre sus últimos trabajos ha estado crear un laberinto de buxus microphylla ‘Rococo’ y alisos desnudos como escenario de un desfile de Dior en la época de Raf Simons.
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¿Los últimos retos de los Wirtz? Este laberinto como escenario de un desfile de Dior.

Dan Pearson: el jardinero salvaje

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Dan Pearson, jardinero inglés.

Siempre quiso ser jardinero. A los seis años recitaba los nombres de las plantas acuáticas del Stapeley Water Gardens. Dan Pearson (1964) creció en el sur de Inglaterra cultivando y compitiendo con su padre. Uno tenía un parterre de flores amarillas, el otro blancas. Una vecina le enseña a apreciar las malas hierbas. Y aprendió la lección. Pearson ha conseguido respetar la tradición inglesa sumando las preocupaciones de sostenibilidad y ecología actuales. Pero recuerda que la corriente naturalista no significa volver a la naturaleza. Hay que buscar el equilibrio. En su trabajo, formalidad e informalidad se cruzan y encajan. “En mis jardines hay una libertad que tiene que ver con la imperfección, la evolución, con el sentido de pertenencia. Los jardines no deben hacerte sentir que se ha ejercido gran cantidad de rigor, deben aparentar una falta de esfuerzo”, afirma. Habla de Willian Robinson, Beth Chatto o William Kent como maestros. Escribe -ha sido columnista de The Observer- para aclarar sus pensamientos. Tiene un programa en la television inglesa mientras encuentra tiempo para restaurar el paisaje de Althorp House -donde está enterrada Diana-, trabajó en el Millennium Dome y en el Tokachi Millennium Forest Garden en Shimizu, Japón. Ha colaborado con Norman Foster, Zaha Hadid o David Chipperfield . Es defensor de añadir un huerto -o árboles frutales- en sus jardines. También en el entorno urbano. “Hay algo bonito en poder ir a un jardín, recolectar algo y comerlo. Cultivar te hace sentir del lugar”, afirma.

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“Los jardines no deben hacerte sentir que se ha ejercido una gran cantidad de rigor, deben aparentar una falta de esfuerzo”, Dan Pearson.

Luciano Giubbilei: el arte de hacer jardines

Nacido en Siena (Italia) pero formado en la Inchbald School of Design de Londres, Giubbilei crea espacios arquitectónicos, muchas veces extremadamente conceptuales que desafían las ideas preconcebidas sobre qué es un jardín. Ganador, entre otros, de festivales como el Chelsea Flower Show lleva más de 23 años de carrera a sus espaldas y ha trabajado en países como Reino Unido, Italia o Marruecos. Parte de sus obras más importantes están plasmadas en su libro Art of Making Gardens.

Tom Stuart-Smith: natural y moderno

Especializado en combinar naturalismo y modernidad, el paisajista y arquitecto británico lleva desde 1998 cosechando éxitos. Ese año diseñó junto a Karl Lagerfeld un jardín en homenaje a Coco Chanel lleno de camelias blancas y ganó el Chelsea Flower Show. Una de sus señas de identidad es el uso de plantas silvestres que pueden encontrarse en el campo. Aunque se ha especializado en jardines privados ha intervenido espacio como los jardines del palacio de Windsor.

Kongjian Yu: la revolución china

Es una estrella en China. Es el fundador de Turenscape –un estudio con 600 empleados– y decano de la Facultad de Arquitectura y Arquitectura del Paisaje de la Universidad de Pekín. Ha roto con la tradición china del paisaje. Es un revolucionario que sueña con arrozales convertidos en parques.

Marc Peter Keane: fusión oriente-occidente

ha sido un gran divulgador norteamericano del jardín japonés. Tanto en su trabajo como paisajista como en sus libros. Sus proyectos nacen de la tradición pero manipulando sus reglas para hacerlos contemporáneos. Y cómo no, en su trabajo la piedra tiene tanta importancia como la masa verde.

Fernando Martos: buena mezcla

Entre lo inglés y lo mediterráneo se encuentran los trabajos del malagueño Fernando Martos. Formado en España y Reino Unido, entre sus hits se encuentran una intervención en el Jardín Botánico de Madrid o casas junto a Isabel López-Quesada y Kelly Wearstler.