"Un hombre como Portago sólo aparece una vez en una generación y probablemente sería más exacto decir sólo una vez en la vida. Lo hace todo fabulosamente bien. Da igual que conduzca, que haga carreras de obstáculos, trineos, atletismo o que hable cuatro idiomas. […] Podría ser el mejor jugador de bridge del mundo si se lo propusiera, podría ser sin duda un gran soldado y sospecho que podría ser un buen escritor" (Gregor Grant, fundador de la revista Autosport). Alfonso Antonio Vicente Eduardo Ángel Blas Francisco de Borja Cabeza de Vaca y Leighton, más conocido como Alfonso de Portago fue una de esas personas que animaron el siglo pasado cuya vida parece salida del guion de una película. Y, de hecho, lo ha terminado siendo (o al menos una parte) en la Ferrari de Michael Mann, protagonizada por Adam Driver y Penélope Cruz, y en la que el actor brasileño Gabriel Leone ha podido encarnarlo.

Descendiente de conquistadores, hijo de la alta aristocracia española, nieto de todo un alcalde de Madrid y ahijado de Alfonso XIII por las buenas relaciones que el monarca tenía con su padre, el largo nombre con el que nació este marqués en 1928 ya hace gala de la importancia de su linaje. Sin embargo, no es por sus títulos nobiliarios por lo que se le recuerda, sino por su buen hacer como deportista y como seductor.

"Estoy encantado con la vida. Pero por mucho que viva, no tendré tiempo para todas las cosas que quiero hacer, no escucharé toda la música que quiero oír, no podré leer todos los libros que quiero leer, no tendré todas las mujeres que quiero tener. No podré hacer la vigésima parte de las cosas que quiero hacer. Y además de eso, necesito lograr obtener algo de lo que hago. Por ejemplo, no correría si no estuviera seguro de poder ser campeón del mundo", recogen algunas de las declaraciones del propio Portago en los periódicos de la época.

Y es que el español no paró quieto ni un segundo, viviendo en 28 años lo que muchos no llegan a experimentar ni en cien. Boxeo, caballos, aviones y, por supuesto, coches de carreras, aparte de sus numerosos affaires con supermodelos y actrices de la época. El XI marqués de Portago afrontó toda su vida como una carrera de obstáculos en la que los retos se los iba poniendo él mismo.

"Me gusta poner en práctica mi falta de miedo, por eso elegí las carreras de coches" y con esa decisión se fijó el objetivo de hacerse con el título mundial en 1959, un sueño que terminó con su repentino y dramático fallecimiento en 1957.

Líos de faldas con actrices y supermodelos, y su adicción a la adrenalina

Más allá de las hazañas deportivas, este joven y apuesto aristócrata criado entre Londres y Biarritz siempre será recordado por su animada vida social y su condición de playboy, que le llevó a relacionarse con algunas de las mujeres más impresionantes de los años 50. Primero se casó con la modelo Carroll McDaniel, con la que tuvo dos hijos (Andrea y Antonio), después tuvo una relación con la supermodelo estadounidense Dorian Leigh, con la que también tuvo un hijo ilegítimo (Kim), y el último y más sonado noviazgo que se le recuerda fue con la estrella de Hollwywood, Linda Christian.

Aparte de esto, de sobra eran conocidas sus habilidades atléticas que le llevaron incluso a participar en los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Cortina d'Ampezzo en 1956 con su trineo. Su relación con la velocidad, el peligro y la adrenalina ha sido algo permanentemente ligado a su existencia, destacando, entre algunas de sus locuras más reseñables, la vez que se saltó las leyes para pilotar clandestinamente una avioneta sobrevolando el Támesis a su paso por Londres y pasando por debajo del Tower Bridge para ganar una apuesta de 500 dólares.

Alfonso de Portago, pionero español en la Fórmula Uno

Como muchos aristócratas de la época, Alfonso de Portago disputó varias carreras de coches con automóviles pagados de su propio bolsillo. Su interés por este deporte se produjo a través de su amigo estadounidense Edmond Nelson, al que había conocido como ascensorista en el Hotel Plaza de Nueva York. Su primera carrera fue la Carrera Panamericana de 1953, en la que participó junto con Luigi Chinetti (ITA) en un Ferrari 375. No pudo terminar, pero este primer acercamiento marcó el comienzo de su carrera deportiva. Al año siguiente, participó en varias carreras de coches deportivos, incluidas las 12 horas de Sebring y las 24 horas de Le Mans.

Disfrutaba de la velocidad, el sentimiento de camaradería en los boxes, la suciedad, el ruido, la competición y la sensación de estar en constante peligro. "Las carreras son un vicio", dijo en Sports Illustrated, "y, como tal, es muy difícil renunciar a ellas". En su intento por labrarse una carrera, acudió a la escudería por excelencia, Ferrari. No le fue fácil recalar en el equipo de Enzo Ferrari. Pero el esfuerzo de Portago por crecer y la necesidad de un nuevo piloto para suplir una baja en la escudería abrieron las puertas del Cavallino Rampante al marqués, incorporándose al circuito de Fórmula Uno en 1956. En su primer año, compartió pilotaje con Peter Collins, fue segundo en el Gran Premio de Gran Bretaña de ese año y acabó decimoquinto en la general a pesar de correr sólo media temporada.

En estreno en F1 en el Gran Premio de Francia también se tuvo que retirar debido a problemas de engranaje en su D50. Dos semanas después, Portago se subió al monoplaza del Cavallino Rampante en Silverstone, donde cruzó la meta en segundo lugar, en lo que fue el primer podio de un español en la Fórmula 1.

Pero esto no le bastaba, quería ser el mejor y sabía que para lograrlo tendría que ascender en el escalafón de pilotos de Ferrari, donde no solía ser considerado más que el tercero o el cuarto mejor. Así fue cómo acabó sometiéndose a las órdenes del Comendatore, lo que significaba que tendría que correr en la Mille Miglia para alcanzar su ansiado prestigio, la mítica carrera que recorría los más de 1.000 kilómetros de carreteras italianas.

La tragedia de Guidizzolo y el fin de la 'Mille Miglia'

"¿Por qué las Mil Millas?", le pregunto de Portago a Enzo Ferrari, a lo que este respondió: "Porque es la carrera que obligó a la industria automovilística a estudiar coches aptos para una prueba tan exigente. Porque es la más difícil. Porque es la más bella de todas". Para la edición de 1957, el marqués se hizo cargo de un Ferrari 335 S con el número 531, uno de los bólidos más rápidos de los de Maranello.

De Portago era un principiante en esta exigente competición, no conocía el trazado y tampoco había rodado mucho con el 335 S, pero los Ferrari dominaban la carrera y el español luchaba por un puesto en el podio. Cuando llegó a Bolonia, en el último punto de repostaje, Portago iba cuarto y sabía que todo lo que no fuera quedar entre los puestos de honor le descartaría como piloto campeón a los ojos de Ferrari. En boxes el equipo quiso cambiar las ruedas delanteras por el desgaste que llevaban, pero el marqués ignoró las recomendaciones y siguió su camino, decidido a alcanzar el podio.

La velocidad de su coche le permitió acortar distancias, pero cuando apenas quedaban unos 40 kilómetros para la meta, en Guidizzolo, un pequeño pueblo entre Mantua y Brescia, algo sucedió. El Ferrari del español, a más de 200 km/h se salió de la carretera, impactando contra un grupo de espectadores, patinó hasta caer en una zanja y luego, volando por los aires, volvió a cruzar la autopista, aterrizando boca abajo en una zona de drenaje en el lado derecho de la carretera. Los dos cuerpos ocupante del vehículo salieron despedidos hacia la acera y uno de ellos, el de Portago, quedó partido casi por la mitad. Murió en el acto, al igual que Nelson y también otros nueve espectadores, entre ellos cinco niños.

Momentos antes de la tragedia, una fotografía captó el beso de Linda Christian inclinándose para besar a su novio. La prensa tituló la foto como "El beso de la muerte" y marcó ese 12 de mayo de 1957 en la retina de todos como el momento previo al desastre.

"Tuve una extraña sensación con ese beso. Hacía frío y miré por primera vez a Nelson sentado detrás de él. Tenía aspecto de momia, estaba como gris e hipnotizado. Tenía los ojos de alguien que ha sufrido un shock enorme".

La noticia dio la vuelta al mundo, y el reportaje de la revista Life también contribuyó a la fama a la fotografía publicando la imagen con el siguiente pie: "La muerte finalmente se lleva al hombre que la cortejó".

De Portago tenía 28 años y dejó viuda a Carroll McDaniel, y huérfanos a sus dos hijos juntos: Andrea, de 6 años, que terminó siendo una importante fotógrafa amiga de Andy Warhol; y Antonio, de 3, heredero del título familiar y pareja de Bianca Jagger.

También dejó huérfano al hijo que tuvo de forma extramatrimonial con Dorian Leight, Kim, un niño que nunca fue aceptado por el resto de su familia y que terminó suicidándose a los veinte años tras sufrir diversos problemas con las drogas.

El fin de una era para la Fórmula 1

La trágica historia de Alfonso de Portago marcó el fin de una era en este emocionante deporte de velocidad en el que el valor de la vida era tan volátil. Las consecuencias de la fatídica Mille Miglia de 1957 tuvieron un efecto inmediato, profundo y generalizado. En Italia, tanto en el parlamento como en la prensa, se alzaron llamamientos para abolir por completo las carreras de carretera. La icónica Mille Miglia, con su glorioso pasado, se cerró casi sin protestas, y solo décadas más tarde se reanudaría, transformándose en un escaparate de ritmo suave para los coches de carreras de antaño.

En Estados Unidos, donde la historia de Portago apareció en Sports Illustrated, el New York Times dedicó la primera página a un artículo sobre el accidente, acompañado de una ilustración detallada del recorrido. Carroll McDaniel, viuda y madre de los hijos de Portago, merecía la deferencia, pero las imágenes del "bacio della morte" (beso de la muerte) con Linda Christian, compañera de Portago, también captaron la atención de la prensa.

Las muertes de Portago, Nelson y los espectadores marcaron un episodio que simbolizó el fin de la era del "gentleman racer". El deporte se volvía cada vez más peligroso con coches más rápidos, premios mayores y un calendario repleto de grandes carreras. La idea romántica del aristócrata que corría en sus fines de semana libres se volvía incongruente en un mundo donde los pilotos profesionales tomaban las carreras como una cuestión de vida o muerte.

La reputación del automovilismo cambió a medida que aumentaba el número de muertos en la pista. Dos meses antes de la Mille Miglia, Eugenio Castellotti, piloto del equipo Ferrari, había perdido la vida, al igual que su mentor Alberto Ascari dos años antes. En los años siguientes a la muerte de Portago, otros pilotos de Fórmula Uno, como Luigi Musso, Peter Collins, Mike Hawthorn y Wolfgang Von Trips, morirían conduciendo Ferraris. El periódico oficial del Vaticano, L'Osservatore Romano, denunció al fabricante de automóviles como un "Saturno moderno, un capitán de la industria que sigue devorando a sus hijos".

Alfonso de Portago se convirtió en un símbolo visible de una época que llegaba a su fin, donde la pasión y el riesgo de la Fórmula Uno se enfrentaban a una nueva realidad más fría y sobria.