En charlas amistosas y puestos sobre la mesa temas no deportivos, se nos pide casi que ahincadamente que los traigamos a estas columnas para que los conozcan aquellas personas que no participan de la guachafita carnestoléndica.

Nos resistimos inicialmente, pero al fin se salieron con la suya y henos aquí dispuestos a complacerlos. Les contábamos a esos amigos la vez que el insigne poeta y dramaturgo español Federico García Lorca —criminalmente fusilado en un acto inicuo que avergonzó a todos los españoles, incluyendo el bando al cual decían pertenecer aquellos ejecutores de semejante infamia— estuvo de visita en Cuba, allá por 1935.

Por supuesto, la visita de García Lorca a Cuba fue todo un acontecimiento. Vivía entonces en la isla nadie menos que Porfirio Barba Jacob, de quien los jóvenes poetas cubanos de la época no gustaban por las extravagancias que se mandaba, pero los intelectuales cubanos sí que lo admiraban por la parte valiosa de su obra poética.

A García Lorca se le brindó un extraordinario tributo de admiración por lo que ya mostraba en aquellos años, antes de ser fusilado por aquellos miserables que acabaron con una vida tan fecunda y cuando todavía se esperaba grandes cosas suyas.
La guerra civil española causó los crímenes y atropellos más inimaginables, con incendios deliberados a las propiedades de los ricos, violación de monjas y otras atrocidades.

Hay que señalar también que el fusilamiento del joven caudillo derechista José Antonio Primo de Rivera, sólido pensador y vibrante orador político, también fue un crimen imperdonable, ejecutado en horas por comunistas infiltrados en el bando republicano.

En el banquete brindado a García Lorca se ‘coló’ Barba Jacob. No lo habían invitado, pero dicen que había que conocerlo para saber que no se podía impedir su acceso. Y ya en pleno banquete recitó su poema ‘Canción de la Vida Diamantina’, que le encantó a Lorca, aunque el mayor entusiasmo de éste se lo produjo una décima de extraordinaria belleza y singular gallardía que el poeta cubano, allí presente, Hilarión Cabrisas, improvisó sobre una servilleta. García Lorca cuando la escuchó, pegó una carrera para llegar hasta donde estaba el autor y abrazarlo largamente. Aquí la tienen:


Fundamos en un crisol
Nuestros afectos, hermano;
Tiempo ha que el bardo cubano
Admira al bardo español.
Mi sol es como tu sol,
No estás, pues, en tierra extraña.
Y con mi licor de caña
Tú brindarás por mi Cuba
Y yo brindaré por tu España.

Por Chelo De Castro C.
 

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