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El perfume del deseo

Un manuscrito árabe, traducido en 1850, se convirtió en la primera obra erótica oriental que se abrió ante los ojos de Occidente. El jardín perfumado, escrita en el año 925 del calendario musulmán por el jeque Nefzawi, mezcla consejos con historias cargadas de picardía.

Alberto Medina Lopez*
13 de febrero de 2016 - 03:50 a. m.
El perfume del deseo

El primer relato justifica plenamente el nombre del libro. Es la historia del falso profeta Mocailama, que destaca el poder que ejercen los perfumes en la excitación de los deseos.

Cuenta Nefzawi que una poderosa mujer llamada Chedja, que pretendía ser profetisa, consideraba que no era posible que existieran dos profetas, ella y Mocailama, y por eso lo retó a debatir doctrinas y a ceder los discípulos al ganador.

Mocailama, sin saber qué hacer, escuchó el consejo de uno de sus asesores: hacerla caer en una trampa de perfume. Para recibir a la mujer, debía llenar su tienda de aromas: almizcle, flores fragantes, áloe verde y ámbar gris. El asesor argumentó: “Cuando inhale los perfumes se sentirá deleitada, se desmadejará su cuerpo y desfallecerá. Después de haberla poseído, ya no tendrás problema con ella”. Dicho y hecho.

Otras historias llevan consigo consejos como los que da Bahloul, un bufón que le cuenta al califa cómo le va con sus dos esposas. “Si quieres vivir feliz, con el corazón alegre, no te cases, pero si no te gusta la soltería, conténtate con una sola esposa, pues una sola basta para agotar dos ejércitos”.

El libro es un manual para amantes, que resalta la importancia de las caricias y los besos. “El beso más delicioso es aquel que se planta sobre unos labios húmedos y ardientes y que va acompañado de la chupadura de los labios y la lengua, de modo que se produzca la emisión de una saliva dulcemente intoxicante”.

Uno de los capítulos más curiosos da cuenta de las recetas para mejorar la potencia sexual, que van desde mezclas de garbanzo y leche de camella hasta una suma de yema de huevo con pan. Al recetario, Nefzawi añade historias de árabes que hicieron uso de la fórmula y lograron proezas en la cama.

A pesar de los excesos sexuales de algunos personajes, el autor invita a mantener los límites porque “el semen es el agua de la vida y si la economiza siempre estará dispuesto para los goces del amor”.

Nefzawi reconoce al final que ha pecado y pide perdón a Alá por el libro, pero a la vez se justifica argumentado que Dios creó el fuego, el agua, la tierra y el aire, y al final creó un elemento que los sumó todos: el amor.

* Subdirector “Noticias Caracol”.

Por Alberto Medina Lopez*

 

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