Novela
Desgarrados y excéntricos
JUAN MANUEL DE PRADA
4 abril, 2001 02:00En este selecto censo del malditismo y el fracaso resurgen los mencionados Gálvez o Buscarini y se recrea la personalidad de otros trece sujetos hoy casi igual de olvidados. Aclararé que no todos ellos me son conocidos, y que tampoco me parece que merezca la pena andarse con averiguaciones para juzgar la solvencia del retrato trazado por De Prada. De los que puedo opinar, me parece justa la reivindicación implícita en las páginas dedicadas a Silverio Lanza. Y algo cicatero el recuerdo de Eliodoro Puche. Pero no es esa constatación la que importa, sino el sugestivo juego que se trae el autor para dar cuerpo a unas existencias que transcurren en los límites mismos de la verosimilitud y ponen a prueba el disparate vital llevado al punto de rozar la categoría de lo inventado. Casi nadie, creo, podría asegurar la condición real de esos datos y yo hasta me atrevo a sugerir su cualidad apócrifa, incluso referida a la totalidad de una semblanza. Ahí radica el mejor acierto de Prada, en el logro de una apariencia de verdad a partir de unas noticias de enigmática veracidad. Lo notable se halla en ese vistazo convincente a los tristes fulgores del fracaso. Convincente por el tino al destacar ciertos rasgos del afectado, el uso de algunos testimonios y la plasticidad con que se coloca al personaje en su medio cultural.
Parece como si el tiempo hubiera llevado a Prada a una primera madurez que radica en mirar con un mínimo de sano escepticismo la propia literatura, en la cual ya no radican ni la fuente ni la meta únicas de la vida, según podía desprenderse de esos otros títulos suyos. Este paso era urgente para su literatura, por el momento tan sólo prometedora a causa del reducido campo de sus intereses. él mismo indica que con este libro cierra una etapa y abandona estas inquietudes. Lo celebro porque ese filón lo ha agotado ya. Desde ahora podremos juzgar sus auténticos méritos como creador.
Ese pequeño -demasiado pequeño e intrascendente- mundo literario ha venido acompañado de una prosa que llamó la atención en los comienzos del autor por sus periodos amplios y sonoros, y por su abundancia léxica. También en este terreno De Prada tiene que someterse a una severa autocrítica. En no escasas ocasiones paga tributo al latiguillo mental o expresivo. Ambas cosas hace en el libro que comentamos. También merece severos reparos su afición a sembrar adjetivos a cada paso. Este estilo de aparente brillantez tiene el efecto negativo de resultar cansino y acaramelado, y de vestir con galas verbales una ausencia de contenidos. No diría esto si considerara a De Prada un escritor del montón. La profesionalización de la escritura a su edad tiene el riesgo de convertir el virtuosismo juvenil en rutina. Confío en que al dar por liquidada esta fase surja la voz que alienta en una de las pasiones por la literatura más intensas de las recientes letras castellanas.