Image: Jordi Esteva: Viajar a Socotra es como retroceder en el tiempo

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Letras

Jordi Esteva: "Viajar a Socotra es como retroceder en el tiempo"

13 diciembre, 2016 01:00

Jordi Esteva

El escritor y fotógrafo Jordi Esteva pone el punto y final a su trabajo sobre Socotra, una isla perdida en el Índico conocida como la isla de los genios, con un libro de fotografías que propone un viaje onírico y sensorial por un lugar anclado en la Antigüedad.

El escritor y fotógrafo Jordi Esteva (Barcelona, 1951) ha viajado a lo largo de su vida a algunos de los lugares más remotos del mundo para saciar su sed de aventuras y su obsesión por las culturas orientales y africanas. Así ha publicado varios libros que, mezclando fotografía y textos que oscilan entre el diario personal y la reflexión, tienen la virtud de preservar la memoria. Entre ellos destacan Los oasis de Egipto, Mil y una voces, Viaje al final de las almas y Socotra. La isla de los genios. Tras el éxito de este último libro, Esteva regresó en varias ocasiones a esta isla perdida del Índico para completar su onírica visión de un lugar casi adánico con un documental y con un libro de fotografías que publica ahora Atalanta. "Un canto a la variedad, a la riqueza y a la maravilla de este mundo que cada vez es más homogéneo y, por tanto, más aburrido y mediocre", explica Esteva.

P.- ¿Cuándo conoció por primera vez la existencia de la isla?
R.- En la adolescencia adoraba la geografía. Crecí en los años 50 en una España gris, mediocre y triste. No me gustaban ni el colegio ni los curas, ni siquiera los compañeros. En la soledad de mi habitación viajaba con los atlas, la bola del mundo y los mapas… Así descubría ríos e islas desconocidos y un día me fijé en ese puntito que había en el mapa entre Arabia y África. ¿Cómo sería esa isla de Socotra? El nombre tenía ya una fuerza que te hacía soñar y te ayudaba a evadirte de esa opresión que había en el ambiente.

P.- ¿Cómo entró en contacto con toda la mística que rodea a la isla?
R.- Con el tiempo fui leyendo las pocas cosas que hay escritas sobre Socotra, casi todo leyendas sobre el ave Roc, el ave Fénix… Se dice que Marco Polo estuvo allí y que los egipcios la utilizaban para aprovisionarse de incienso y mirra para la momificación. Pero fue cuando recorrí los puertos de la Península Arábiga y África para hacer Los árabes del mar que volví a escuchar el nombre de la isla. Aquellos hombres que viajaban por el Índico gracias a los mozones, difundiendo su cultura y el comercio, repetían una y otra vez la palabra Socotra. Para ellos era un lugar mágico, muy peligroso, poblado por magos. Y nunca la pisaban porque carece de abrigo natural y acercarse allí era realmente peligroso, significaba prácticamente la muerte.

P.- Y pese a todo, se le metió en la cabeza viajar allí…
R.- Siempre había querido ir a Socotra, pero durante mucho tiempo fue imposible porque pertenecía al estado marxista de Yemen del Sur y se decía que en la isla había incluso una base soviética de submarinos. Ya bien entrado el siglo XXI me enteré de que, con la reunificación de Yemen, se había establecido un vuelo comercial semanal con la isla y en cuando pude me fui a conocerla.

P.- ¿Cumplió las expectativas?
R.- Las superó con creces. Socotra es una isla muy extraña en cuanto al paisaje: las formaciones rocosas con líquenes, las extraordinarias plantas, muchas de ellas endémicas, los bosques de Dracos, el ademiun… Viajar a Socotra es como aterrizar en otro planeta o retroceder a la era secundaria. No creo que la vida allí hace 2000 años fuera muy diferente de lo que yo experimente. Es un lugar mágico por muchos motivos. Nunca vi un avión surcar el cielo, excepto el semanal. Tampoco se veían barcos en el mar ni luces en el horizonte, ni luz eléctrica en el interior de la isla.

P.- ¿Y los habitantes?
R.- Es gente muy bella, con rasgos entre el mundo árabe y el hindú. Hablan un idioma sub-arábigo muy antiguo y extraño, perteneciente al tronco de las lenguas de los reinos del sur como Saba. Me fascinó la vida interior de la isla, las montañas en las que habitan los pastores con sus cabras. Ellos son el alma de Socotra. Cada noche, alrededor de un fuego encendido con bastoncillos, contaban historias de genios, espíritus, brujas y serpientes monstruosas que nada tenían que ver con las leyendas que les atribuían los antiguos sobre el Ave Roc o Gilgamesh. Todo era como muy bíblico, me recordaban a la tribu perdida de Israel.

P.- ¿Los habitantes de Socotra eran conscientes de la grandeza mítica de la isla?
R.- En absoluto. No saben nada de esa grandeza porque perdieron el hilo de la historia. Sus antepasados vivieron las grandes épocas del comercio del incienso y la mirra. Estas resinas valían su peso en oro porque se utilizaban en medicinas, en la momificación, en las fiestas religiosas… Después quedaron en desuso y el cristianismo llegó a prohibirlas durante una época. La isla entró en decadencia y ahora los habitantes, sobre todo los pastores del interior que conservan ese idioma puro, no saben nada de todo esa fama.

P.- ¿La experiencia en Socotra es equiparable a la vivida en algún otro de los lugares que ha visitado?
R.- La sensación de estar en un lugar tan remoto no la había experimentado jamás a pesar de haber estado en parajes perdidos de África. Es una sensación de lejanía y al mismo tiempo de proximidad, como viajar en la historia. Por eso le he dedicado tantos viajes. Me costó un gran esfuerzo conocer a la gente y romper el hielo para que me contaran sus historias. Al principio eran muy reticentes porque los imanes de la capital, Saná, habían empezado a predicar allí una versión del Islam muy reaccionaria que provocó que se encerraran mucho en ellos mismos.

P.- ¿Cómo logró romper el hielo?
R.- Tuve la inmensa suerte de conocer a la familia del último sultán, que fue depuesto por los comunistas, y gracias a esa amistad pude penetrar en zonas tribales que de otra manera estarían vedadas o prohibidas. El último sultán de Socotra poco tenía que ver con las cúpulas doradas y las concubinas de los sultanes de Brunei o de Omán. Simplemente era un jeque que estaba por encima del resto de jeques de las tribus de la isla. Cuando había que dirimir alguna disputa por las tierras o las cabras era el sultán el que tenía la última palabra. Además se pasaba más de medio año recorriendo la isla a pie o en burro para impartir justicia y estudiar los casos de brujería.

P.- ¿Cómo pensó en trasladar toda la experiencia que estaba viviendo a estas fotografías?
R.- Ya había hecho fotos de sociedades tradicionales y no quería repetirme. En un lugar tan extraordinario, diferente y onírico como Socotra traté de plasmar mis sentimientos y por eso decidí disparar aun cuando las condiciones de luz eran realmente pésimas. El objetivo era que quedara todo un poco desdibujado e incluso desenfocado para jugar con el onirismo. Las he querido hacer en blanco y negro contrastado y duro y son totalmente analógicas. Utilicé una Nikon muy sencilla, manual, con un objetivo muy luminoso y ningún truco técnico más. Por supuesto no hay flash, ni trípode, ni luces de apoyo… Uno nunca obtiene exactamente lo que está buscando pero estoy satisfecho, me he acercado a lo que yo pretendía. Es curioso porque en Egipto me dio por dibujar escenas de beduinos contando historias. Después perdí esas libretas y cuando las volví a encontrar hace poco en una mudanza me dio un poco de miedo. Los dibujos que había hecho casi 20 años antes eran calcos de algunas de las fotos de Socotra.

P.- ¿Tuvo dificultades para lograr que los isleños se dejaran fotografiar?
R.- Al principio sí tuve dificultades porque creían que les estaba robando el alma. Incluso llegué a pensar en dejarlo correr y dedicarme a vivir la isla. Pero empecé a contarles historias que me habían ocurrido en África cuando estaba haciendo unos trabajos sobre animismo y trance y una noche un viejo se vio identificado en algo que contaba y comenzó a comunicarse conmigo. Después, con un poco de mano izquierda, decidí obsequiarles a lo largo de la expedición prácticamente cada día con un cabrito o una cabra. Era casi montar una fiesta porque llevan una dieta sencilla, basada casi totalmente en arroz con mantequilla licuada de cabra. Al segundo viaje la gente ya me recordaba y no tenían problema para ponerse delante de la cámara.

P.- ¿Por qué volvió tantas veces?
R.- Al principio necesité volver varias veces para estrechar la relación con los habitantes. Finalmente saque el libro de Socotra: la isla de los genios y al cabo de un tiempo sentí añoranza de ese mundo primigenio y de esa gente tan maravillosa, con sus historias alrededor del fuego, que contrasta tanto con el mundo tan acelerado en el que vivimos, con la globalización, los iPhones… Regresé con un equipo muy pequeño, con sonidista y un cámara, para rodar la película y ya no tuve que pedir ningún tipo de permiso porque ya éramos muy amigos y me estaban esperando con los brazos abiertos. Desde 2005 a 2015 estuve en contacto con ellos para acabar el documental y en esta época fue cuando tomé las fotografías que se publican ahora. Así conseguí todo un corpus de trabajo, una trilogía conformada por el libro de literatura de viajes, el documental y finalmente el libro de fotografías.

P.- ¿Corre peligro en este mundo tan globalizado la virginidad de Socotra?
R.- Sí, corre peligro. De entrada la película es el único documento que hay filmado en socotrí, esa lengua tan extraña que es como una especie de pastel para los etnolingüistas. El habla de las nuevas generaciones está muy contaminada de árabe y el socotrí puro es el que ya solo hablan los ancianos y probablemente desaparezca con ellos. Por tanto para mí es un orgullo haber firmado ese documento en el qu8e se les escucha porque posiblemente será el primero y el último. Yemen, el país al que pertenece la isla, está siendo bombardeado constantemente por Arabia Saudí y la coalición internacional. En Socotra lo están pasando muy mal porque está desabastecida, no hay ni carbón ni gasolina ni víveres. Para acabar de complicar las cosas hace dos años dos huracanes devastaron la isla, provocando daños horrorosos. Son tiempos difíciles para Socotra. Además, como es una isla de una belleza excepcional, con playas desiertas, interminables, adánicas, de arena blanquísima, los inversores de Dubái y Abu Dabi esperan como buitres el momento en el que se calme un poco la situación para empezar a invertir y construir Resorts de lujo. Es el último paraíso virgen que queda en el Índico.

@JavierYusteTosi