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La laguna de Antela, 60 años después de ser desecada en el franquismo: suelo degradado y más hundido de lo previsto

La laguna de Antela, poco antes de ser desecada

Beatriz Muñoz

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Los intentos de drenar la laguna de Antela, que hasta 1958 era uno de los mayores humedales de la península ibérica, se pueden trazar hasta la época de los romanos en Galicia. Pero fue a mediados del siglo pasado cuando un proyecto de la dictadura franquista terminó con la extensa zona, unos 42 kilómetros cuadrados situados en la comarca de A Limia, en Ourense, desecada. Más de 60 años después, científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) han analizado los efectos sobre el suelo de ese vaciado de agua: los terrenos se han empobrecido y se han hundido mucho más de lo que se calculó cuando se inició el plan.

La investigación, firmada por Serafín González y Marc Romero, de la Misión Biológica de Galicia, y publicada en la revista científica Catena, confirma que el suelo se ha acidificado y ha perdido materia orgánica, lo que quiere decir que es menos fértil. Además, se ha hundido entre 17 y 32 centímetros, cifras que multiplican por entre seis y ocho las previsiones que se hicieron en el momento de iniciar las obras. En ambos casos, los cambios se perciben más en la zona que estaba permanentemente anegada que en los terrenos que quedaban bajo el agua solo en las épocas de lluvia.

Serafín González explica cómo se produjo el deterioro del suelo, afectado por varios procesos. El entorno de la laguna era “semicerrado”, pero al desecarla se abrieron los drenajes, el agua empezó a circular más rápido y eso fue provocando “un lavado de buena parte de los nutrientes”. Al arrastrar elementos como el calcio, el magnesio o el potasio, la tierra se volvió más ácida. Otro efecto del secado fue que la descomposición de la materia orgánica se aceleró y hubo una pérdida de carbono. Se liberó, fundamentalmente, como dióxido de carbono (CO2). “Los terrenos de la laguna dejaron de ser un sumidero de gases de efecto invernadero y se convirtieron en una fuente de emisiones”, resume el biólogo. Además, con la pérdida de materia orgánica los suelos perdieron capacidad de retener el agua .

Otra de las consecuencias fue el hundimiento del terreno, un proceso normal cuando se drenan zonas húmedas en las que hay turberas, como era el caso en las en torno a 1.200 hectáreas que el agua cubría permanentemente en la laguna de Antela. Se debe en parte a la descomposición y en parte al paso de la maquinaria que se usa para las obras. A pesar de que en este caso el hundimiento fue mucho mayor de lo que habían calculado los responsables de la desecación, González indica que la cifra es “moderada” comparada con otros casos similares. “Hay un dicho en algunas zonas de Inglaterra sobre que una turbera desecada se hunde la altura de un hombre en la vida de un hombre”, expone. Esto quiere decir que, en el tiempo transcurrido desde el drenaje en A Limia, el nivel podría haber bajado en torno a metro y medio.

“Un secarral” en verano

Más allá de los efectos sobre los suelos en los que se centra el análisis del CSIC, Serafín González, que es también el presidente de la Sociedade Galega de Historia Natural (SGHN), recalca que vaciar la zona de agua supuso una alteración “profunda” del ciclo del agua en toda la llanura. La zona estaba llena de humedales: además de la superficie permanentemente bajo agua, también se anegaban las orillas. “Ahora en verano es un secarral en el que hay que regar los cultivos porque, si no, no crecen”, señala. Se da una doble paradoja: una zona en la que se drenó el agua está ahora necesitada de ella para cumplir la función por la cual se vació y los sistemas de riego que se instalan no pueden ir bajo tierra; tienen que ir visibles en superficie para evitar que se estropeen con las crecidas. La antigua laguna reclama su sitio en los inviernos lluviosos y cada cuatro o cinco años se inundan muchos terrenos.

El uso para los cultivos provoca escasez de agua en la comarca en verano. Desde hace 20 años, añade González, los principales ríos se quedan secos por los riegos. El caudal ecológico “se incumple sistemáticamente. Todos los veranos”, asegura. En cuanto a la biodiversidad, uno de los aspectos que determinan la importancia de los humedales, el coste también fue elevado: “Que sepamos, es el episodio histórico de mayor extinción de especies en Galicia”. Entre las aves, que son las más estudiadas, desaparecieron como especies reproductoras 10 tipos en A Limia.

En 2021, coincidiendo con el Día Mundial de los Humedales, el Ministerio para la Transición Ecológica, citó la laguna de Antela entre los terrenos de este tipo que se han perdido y que el Gobierno quiere recuperar. Por el momento, dice González, eso fue “una declaración de intenciones” para cumplir los requerimientos de la Unión Europea en la materia. Los humedales, por su función como sumideros de gases de efecto invernadero, son relevantes en la lucha contra el cambio climático. El biólogo considera que la masa de agua de A Limia se puede recuperar parcialmente y cree que “lo más factible” es lograr que el agua vuelva a cubrir las entre 1.000 y 1.200 hectáreas que antes estaban permanentemente inundadas. El resto se quedarían como terrenos cultivables.

Los intentos de secar el “pestilente charco”

Hasta llegar al decreto firmado por el dictador Francisco Franco en 1956 que dio comienzo al proceso para drenar la laguna de Antela (la desecación como tal empezó en 1958) hubo numerosos intentos previos de los que quedó rastro. El más lejano en el tiempo fue en el primer tercio del siglo II, bajo el mandato del emperador romano Adriano. Según recoge Serafín González en un texto en el libro Antela. A memoria asolagada (Xerais, 1997), los romanos construyeron un canal principal al que iban a dar otros secundarios a lo largo de 27 kilómetros. No se conocen ni el momento en el que el agua volvió a cubrir el terreno ni los motivos. El biólogo propone dos hipótesis: la obra se deterioró y el agua volvió a expandirse por la llanura o, tras un periodo de explotación de las tierras, la fertilidad cayó.

Además del objetivo de ganar al agua más tierras en las que cultivar, otro motivo guio más adelante a quienes intentaron secar el agua en Antela. Juan Manuel Bedoya, que fue deán de la catedral de Ourense, escribió en 1831, que A Limia era el “granero de Galicia” y juzgaba que la naturaleza había dado a la comarca “todos los elementos para su riqueza y bienestar”: “una población robusta, frugal y laboriosa; un suelo pingüe y fértil; un temple suave y saludable; un horizonte extenso; un cielo despejado”. Por estas “tantas ventajas” justificaba los esfuerzos para eliminar “el único obstáculo que hace siglos se opone a su opulencia. Este es el grande y pestilente charco de la laguna Antela, enemigo declarado de la industria agrícola, de la granjería pecuaria y de la misma humanidad”.

Bedoya no fue el único que propuso vaciar de agua la zona. Se presentaron tanto antes como después media docena de planes similares que no se culminaron hasta que, en pleno franquismo, se ejecutaron las obras para canalizar el agua y desecar el mayor humedal de Galicia.

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