Canarismos
La ignorancia es atrevida
Se le atribuye a Sócrates la paternidad de la frase «solo sé que no sé nada» que con el tiempo se ha convertido en paradigma de humildad y honestidad intelectual del que realmente «sabe». Lo que hace del sabio una persona prudente en sus respuestas, mientras que al ignorante le caracteriza su atrevimiento y ánimo presuntuoso. Con la expresión «la ignorancia es atrevida» se nos viene a decir que la falta de conocimiento hace «del que no sabe» una persona osada que es incapaz de ver más allá de sus propias limitaciones. La necedad es como la ceguera, nos recuerda otra expresión afín que dice: «el que no sabe es como el que no ve». En la que se establece un símil entre ver y saber, y, por ende, la «invidencia», «la ceguera» se asocian a la falta de conocimiento, a la ignorancia. El ignorante es «ciego» porque es ajeno a lo que sabe («dice lo que sabe, pero no sabe lo que dice») y a lo que no sabe (porque lo desconoce). Platón señala en la República que si el ciego pretende conducir a otro ciego, ambos acabarán en el «precipicio de la ignorancia». Donde se recurre de nuevo a la metáfora de la ceguera como ausencia de saber, esto es, ignorancia (oscuridad, ceguera) como antónimo de sabiduría (luz, lumbrera).
La máxima «la ignorancia es atrevida» se inserta en un recurso retórico que trata de «subjetivizar» determinadas condiciones, estados o características propias del ser humano que no se conciben separadamente de éste, como ocurre con conceptos tales como el hambre, los ojos o la propia ignorancia. Son ejemplos las expresiones: «ser más listo que el hambre», en la que se presenta el hambre como sujeto poseedor de una cualidad típicamente humana, la inteligencia; «los ojos son niños», en la que a este órgano del cuerpo encargado de la visión se le concede una condición humana. Lo mismo ocurre con «la ignorancia es atrevida» en la que se personifica a la ignorancia como poseedora de una actitud que, en realidad, se pregona de la persona ignorante (el atrevimiento). Donde la «ignorancia» es desconocimiento, no saber, impericia, torpeza, necedad, en definitiva, se identifica con un estado o condición que limita la capacidad cognitiva de un individuo. [En el español de Canarias se emplea la locución «falta de ignorancia» para reprochar ‘desconocimiento’ sobre algo y así podemos escuchar frases como: «¡Vaya falta de ignorancia!» o «¡eso sí que es falta de ignorancia!»]. Pero hay que decir que la ignorancia no tiene que ver solo con el nivel de instrucción académica o la ausencia de esta, sino también con la presencia o inexistencia de un saber natural y espontáneo que emana de la propia experiencia vital (que es al que se refiere el dicho: «Más sabe el diablo por viejo que por diablo»).
El «atrevimiento» es el rasgo más característico que trae como consecuencia la ignorancia y se define como una reacción de la persona ignorante: temeraria, osada, presurosa, ligera. Actitud de incontinencia que a menudo la lleva a «meter la pata», esto es, a hacer o decir algo inoportuno o erróneo. En los linderos de esta encontramos la locución «dar palos de ciego», otro tropo que establece un símil entre la ceguera y la ignorancia.
La expresión se emplea indistintamente para recriminar una actuación osada que no lleva a buen fin al sujeto que la emprende, para censurar a quien habla sin conocimiento de causa o como justificación al cometer un error de bulto. Asimismo, puede escucharse con escarnio frente a una actitud altanera de quien presume de saber, «de sabérselas todas» (el típico «entera(d)o de la caja del agua») y, en realidad, «no sabe nada». Por el contrario, podemos escucharlo en sentido autorreferencial de quien, consciente de su propia impericia, se disculpa por el error cometido. Lo que nos recuerda el aforismo latino errare humanum est [el errar es humano] o el muy nuestro «todo el que tiene boca, se equivoca», con el que se trata de excusar un error cometido, casi siempre referido a un lapsus verbal, pero también otro tipo de equivocaciones. Pero si el error inocente se dispensa con indulgencia, la locución latina errare humanum est tiene una segunda parte que advierte: perseverarem autum diabolicum [perseverar (en el error) es diabólico]; lo que sanciona la falta de enmienda y la obstinación en mantener una actitud equivocada que acabará en el «precipicio de la ignorancia».
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