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Sobre 'acuerpar' y ese lenguaje del feminismo que los antiguos se empeñan en no entender
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Sobre 'acuerpar' y ese lenguaje del feminismo que los antiguos se empeñan en no entender

Considerar a este puñado de términos un puñado de gilipolleces nos impide entablar conversaciones de las que saldríamos más sacudidos y un poco más interesantes también

Foto: Manifestación a favor de los derechos de las personas trans. (EFE/Daniel González)
Manifestación a favor de los derechos de las personas trans. (EFE/Daniel González)

No recuerdo lo que comíamos, pero sí que coincidimos los cuatro en casa y que era un día laborable. Los informativos de televisión hablaban de la ley trans y los adultos, convencidos de nuestra modernidad a la hora de educar en estos y otros asuntos, creímos conveniente convertir la noticia en tema de conversación. Fue entonces cuando la hija, con sus 15 años de vida, decidió tomar la palabra.

"A ver, es que confundimos género con sexo. Y esto no va de hombre o mujer, están las personas cis, las trans y las no binarias, que lo hemos dado hoy en clase".

Foto: Imagen: EC Diseño.

A puntito estuvimos de dar por cerrada la conversación ante nuestro desconocimiento, pero la adolescente, sabiendo que el cebo estaba lanzado, se levantó de la mesa, fue a la mochila y sacó los apuntes. Comenzó entonces una disquisición que traía recién horneada del instituto que le llevó su tiempo. Ante nuestros matices y alguna que otra duda, hizo un poco lo de siempre. Nos miró con cara de "madre del amor hermoso, con estos bueyes tengo que arar", guardó los apuntes y continuó comiendo, dando así carpetazo a la charla.

Después de aquel almuerzo tan animado me fui sin decir ni mu al ordenador y busqué algo de información sobre todo aquello. Desde entonces sé que soy una mujer cis y que las personas no binarias "no se sienten identificadas con el género masculino o femenino y construyen su identidad al margen de la lógica binaria del sistema cisnormativo según el cual el sexo biológico y la identidad de género coinciden". Yo también tuve que leerlo varias veces para entenderlo.

La ministra de Igualdad ha pronunciado la palabra "acuerparse" en una comparecencia. Pregunté a algunos de mis amigos y no habían escuchado jamás semejante término. Yo sí, pero no porque sea muy lista, sino porque el verbo aparecía en varias de las camisetas de las asistentes a la manifestación del 8-M. Estaba el verbo impreso en la pechera y también el significado, según la Real Academia Española: "Apoyar". Me gusta la palabra porque me gusta la palabra cuerpo.

Mi amiga Marta, cree que la ministra debe hablar para que la mayor parte de la gente la entienda y por eso no le convence lo del 'acuerpamiento'

Mi amiga Marta, que escribe en este periódico, cree que la ministra debe hablar para que la mayor parte de la gente la entienda y por eso no le convence lo del acuerpamiento. Yo le digo que estoy de acuerdo en lo primero, pero que ante este hecho, absolutamente anecdótico, mejor la curiosidad que la mofa, que nunca es tarde para aprender y bla, bla. Ella, que es educada y sabe que puedo ponerme muy pesada con según qué cosas, me dice: "Pues también es verdad".

Porque el lenguaje que se emplea hoy en determinadas conversaciones sobre feminismo y sexualidad es complicado. Y nos pilla mayores a todas, a todos y a todes. Yo, que tanto me reía del desdoble, compruebo a mis 47 que para las que vienen detrás es lo normal. Que basta con abrir los ojos y las orejas. Que no hace falta comprarles la mercancía, pero conviene saber en qué consiste lo que venden.

"Que no hace falta comprarles la mercancía, pero conviene saber en qué consiste lo que venden"

Porque vivir anclados en aquello en lo que nos educaron de manera inamovible nos empobrece. Porque considerar a este puñado de términos un puñado de gilipolleces nos impide entablar conversaciones de las que saldríamos más sacudidos y un poco más interesantes también. No digamos a las que nos han educado en los clásicos valores del patriarcado, en un feminismo tan descafeinado y tan desnatado que quedaba reducido a un: "Tú, hija, trabaja para no depender de un hombre".

Un hombre que era lo que te esperaba. Porque de gustarte las mujeres, la carne y el pescado, ni hablamos. Son trapos sucios que se lavan en otras casas que no son la nuestra. Será un hombre con el que tendrás hijos y harás las cosas como Dios manda. A ese, y solo a ese, tendrás que complacer en todos los sentidos para que no se vaya con otra.

A esto las feministas más expertas y las adolescentes de mi casa y otras casas lo llaman falocentrismo, que es un término que hace referencia al privilegio de lo masculino en la construcción de la sexualidad. Y de ahí hay un caminito muy estrecho que nos lleva al coitocentrismo, que consiste en que todo gira en torno a que un pene se introduzca en la vagina. Y si no, eso ni es sexo ni es nada.

Escuché hablar de cuerpos que no cumplen con el canon normativo y de disidencias sexuales

¿Ven cómo nunca es tarde para aprender?

En el acto que convocó Igualdad la mañana del 8-M —sí, el del escrache a la ministra— hubo un montón de cosas que no entendí. Escuché hablar de cuerpos que no cumplen con el canon normativo, de disidencias sexuales, de identidades. Aprendí que puedes estudiar para ser promotor de igualdad de género en los centros educativos. Que lo que se enseña en colegios e institutos sobre educación sexual sigue teniendo mucho que ver con lo biológico y con el miedo. Que hay cosas que no cambian, como que la regla nos convierte en un vergel y por eso tienes que evitar, por encima de todo, los embarazos no deseados. Como si todas las mujeres nos acostáramos con hombres.

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Escuché a una adolescente reivindicar "una sexualidad integral para todes" y a una cuarentona como yo reivindicar el deseo en las que son madres y abuelas. Si mi madre hubiera escuchado todo esto, se habría desmayado. Yo, en cambio, me lo tomé como deberes para hacer en cuanto volviera a casa.

Todo sea por sentirme un poco más lista, quizá un poco más joven. Y acuerpar a la adolescente de casa. Y al que se deje.

No recuerdo lo que comíamos, pero sí que coincidimos los cuatro en casa y que era un día laborable. Los informativos de televisión hablaban de la ley trans y los adultos, convencidos de nuestra modernidad a la hora de educar en estos y otros asuntos, creímos conveniente convertir la noticia en tema de conversación. Fue entonces cuando la hija, con sus 15 años de vida, decidió tomar la palabra.

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