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Atrapado en la inmensidad: los beneficios psicológicos de sentirse enormemente pequeño
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EN BUSCA DE LA VISTA PERFECTA

Atrapado en la inmensidad: los beneficios psicológicos de sentirse enormemente pequeño

¿Por qué nos sentimos tan bien ante un paisaje natural panorámico? Hoy repasamos las claves culturales y cognitivas de la experiencia que buscamos en todos los viajes

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

El gran Antonio Vega decía aquello de que "en un mundo descomunal, siento mi fragilidad", y la verdad es que puestos a hacer repaso por algunos de los momentos más especiales de nuestras vidas, seguramente emerjan recuerdos concretos de situaciones en las que todo a tu alrededor era demasiado grande y tú te sentías enormemente (valga la paradoja) pequeño. Eso, obviamente, sucede en la mayoría de los casos cuando nos encontramos inmersos en un paisaje natural abierto. Las mejores vistas siempre se localizan en los altos de las montañas o en las llanuras donde solo hay horizonte, precisamente por esa sensación de apertura a la inmensidad, de visión panorámica de todo lo que nos rodea.

Todo ello parte de una sensibilidad romántica, como bien ilustra el pintor Caspar David Friedrich en su famosa obra El caminante sobre el mar de nubes, fechada en 1818. En un mundo en el que nos hemos acostumbrado a tener toda la información disponible en la palma de nuestra mano, en el que todo parece quedar reducido al ancho y largo de una pantalla, levantar la vista y quedarse maravillado con lo que uno ve, resulta una experiencia de gran calado humano. Al fin y al cabo, todos nuestros antepasados se encontraron alguna vez con un mundo indómito, amplio y vasto que explorar.

Estar ante algo inmenso no solo produce un sentimiento de belleza, también provoca una angustia muy particular y característica

En el fondo, cuando viajamos a un lugar desconocido, perseguimos directa o indirectamente esta sensación. Lo mismo sucede con los paseos por la naturaleza, tan ansiados si formas parte de ese gran porcentaje de la población mundial que siempre se mueve en ciudades. ¿Qué es lo que llama realmente a perseguir esta experiencia de encontrarse frente a la inmensidad natural? ¿Cuáles son los procesos psicológicos que se desencadenan en nuestra mente cuando centramos la vista en un paisaje panorámico abierto e insondable?

Una actitud romántica

El periodista Richard Fisher recoge en un reciente artículo de la BBC algunas ideas en torno a la contemplación natural, asociándola con lo sublime. Lo "sublime" no es simplemente aquello que consideramos bello o precioso, sino que es un adjetivo que incluye estas categorías entre muchas otras y viene referido a estar frente a algo que se presiente como muy poderoso. La búsqueda de lo "sublime" es la obsesión de la corriente del Romanticismo por antonomasia, de la que el ya mencionado Friedrich fue uno de sus adalides. Los poetas, pintores y escritores románticos situaban al hombre en el centro, como ya hizo su predecesora, la Ilustración, con la salvedad de que postulaba la expresión de los sentimientos frente al uso de la razón. En este sentido, alcanzar lo "sublime" también implicaba cierto riesgo e incomodidad.

placeholder El caminante sobre el mar de nubes, de David Caspar Friedrich (1818)
El caminante sobre el mar de nubes, de David Caspar Friedrich (1818)

Estar en mitad de la inmensidad no solo produce un sentimiento de belleza, como la podemos sentir hacia un cuadro o una canción que nos conmueve. También provoca angustia, pues al experimentar tal sensación de amplitud, uno mismo se da cuenta de lo ínfimo que es frente a lo desconocido. Esto define a la búsqueda de lo "sublime" frente al uso de la razón ilustrada, la cual, como su propio nombre indica, quería poner luz allá donde solo había oscuridad. El romántico perseguirá el peligro de sentirse pequeño, dejarse guiar por sus intuiciones y no por sus pensamientos bien estructurados, conectar con verdades de la tradición y rechazar la razón que ofrece el progreso o la técnica, lo que a su vez cristalizará en un incipiente nacionalismo que cambiará el rumbo de las naciones europeas hasta lo que son hoy.

Precisamente, en la era de la supremacía de la técnica en la que vivimos conectados de forma permanente, y cuando constantemente tienes que ofrecer una opinión razonada sobre cualquier asunto, actualizar el currículum y tener las mejores cualificaciones en estudios para acceder a un mercado cargado de competitividad, es más necesario que nunca recuperar esa búsqueda de lo sublime, maravillarse frente a lo desconocido y sentir que tan solo eres una mota de polvo en medio del universo. Fisher menciona los estudios de Dacher Keltner y Jonathan Haidt, dos científicos cognitivos que resolvieron que una de las emociones más desatendidas de nuestra época era la capacidad para asombrarnos.

"El asombro nos ofrece alegría, significado y sentido de comunidad, así como gozar de hábitos más saludables y una personalidad más creativa"

"El asombro es la sensación de estar en presencia de algo tan vasto que trasciende tu actual comprensión del mundo", concluyeron, asociándolo a la experiencia romántica de lo "sublime". Después de entrevistar a miles de personas de 28 países, Keltner y su equipo descubrieron que no todos sentimos ese asombro de la misma forma; habrá algunos que lo sientan más a través de la literatura, el cine o la música, pero en lo que sí todos coinciden es que la manera más efectiva o común de sentirlo es precisamente ante la contemplación de un paisaje natural inmenso.

Además, asociaron la capacidad de asombrarse con distintos beneficios para la salud mental, como por ejemplo para reducir el estrés, potenciar la memoria o fomentar el pensamiento crítico. No solo es un superpoder individual, sino que también se entrelaza con lo social: es más probable que aquellos que siempre buscan sorprenderse o ansían esos momentos peculiares de contacto con lo inmenso o lo desconocido también sean más generosos y empáticos con los demás. "El asombro nos ofrece alegría, significado y sentido de comunidad, así como gozar de hábitos más saludables y una personalidad más creativa", resume Keltner. "Este acalla la voz autoritaria y consciente del estado de nuestro yo, y nos empodera para colaborar, abrir nuestras mentes a lo maravilloso y ver los patrones profundos de la vida".

El gran Antonio Vega decía aquello de que "en un mundo descomunal, siento mi fragilidad", y la verdad es que puestos a hacer repaso por algunos de los momentos más especiales de nuestras vidas, seguramente emerjan recuerdos concretos de situaciones en las que todo a tu alrededor era demasiado grande y tú te sentías enormemente (valga la paradoja) pequeño. Eso, obviamente, sucede en la mayoría de los casos cuando nos encontramos inmersos en un paisaje natural abierto. Las mejores vistas siempre se localizan en los altos de las montañas o en las llanuras donde solo hay horizonte, precisamente por esa sensación de apertura a la inmensidad, de visión panorámica de todo lo que nos rodea.

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